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El Mozote y la Navidad

José M. Tojeira

Este mes de diciembre nos trae siempre a la memoria hechos trágicos de nuestra historia. Desapariciones de sacerdotes, violación y asesinato con lujo de crueldad de religiosas dedicadas a auxiliar a las personas más pobres, masacres masivas. Si en este tiempo de Navidad solemos recordar la que llamamos masacre de los niños santos inocentes, también debemos traer a nuestras mentes y consideración lo que jamás queremos que se repita en nuestra patria. Durante la semana pasada recordamos la masacre de El Mozote. Dentro de una política de tierra arrasada toda una serie de cantones y caseríos en el entorno de El Mozote fueron destruidos. La brutalidad de los hechos nos remiten a la tendencia antigua de dar los pueblos enemigos al anatema, con la destrucción de personas, casas, cosechas o animales domésticos. O también a las narraciones de la conquista de América que describían cómo se asesinaba a niños recién nacidos, se atravesaban las barrigas de mujeres embarazadas o se descuartizaba a varones. En la actualidad el recuerdo de la crueldad reciente está muy presente en las víctimas. La memoria de los sobrevivientes que perdieron diez, veinte o más parientes cercanos en El Mozote, mantiene viva tanto la realidad trágica por la que pasó nuestra gente, como el deseo de justicia y reparación al que los hechos obligan.

La madurez de los pueblos se refleja siempre en la capacidad de asumir los errores y asumir medidas para evitar la repetición de los hechos. El olvido de la brutalidad del pasado, por el contrario, no garantiza que no se repita la ferocidad e inhumanidad de comportamientos absurdos. En Alemania -por poner un solo ejemplo- negar la existencia de los campos de concentración nazis se considera un delito. Y lo que ocurrió en El Mozote, los mismo que en muchas otras masacres, no se diferencia de la actitud y la actividad de los nazis. En ese sentido debemos reconocer que las instituciones, medios de comunicación, comunidades o personas que insisten en la memoria y en el reconocimiento de un pasado indecente, cualquiera que sean las causas, nos hacen a todos un favor. Nos ponen en un contexto de civilización, de democracia y de posibilidad de dar pasos hacia un futuro más armónico y más seguro.

En este tiempo navideño, que es tiempo de familia, de cercanía humana, de reflexión, y para algunos de descanso, es justo que meditemos sobre los valores que deben regir nuestra historia y nuestras vidas. Del pasado hemos heredado comportamientos inhumanos, indiferencia ante el sufrimiento de los pobres, impunidad e instituciones débiles. Pero en medio de los horrores hemos recibido también el testimonio de personas extraordinarias que buscan justicia, que tienen capacidad de perdón, que desean un país democrático, trasparente, justo y con instituciones que den a todos el servicio y el buen trato del que todos somos merecedores dada nuestra dignidad. Aunque los efectos negativos de un pasado atroz continúen en parte presentes, contamos también con una herencia de personas y comunidades que con sus vidas y actitudes nos muestran el camino de redención y superación de nuestras injusticias e inequidades.

La Navidad, tiempo que une la gloria de Dios con la construcción de la paz en la tierra, nos invita siempre a contemplar el mundo de los pobres. De Jesús se dice que siendo rico (Hijo de Dios), se hizo pobre por salvarnos. Tanto el propio Jesús como la Iglesia en su seguimiento, nos repiten siempre que nos hagamos amigos de los pobres para que ellos nos reciban después en el Reino de Dios. Y hoy solo existe un camino básico para ser amigo de los pobres: trabajar por el fin de la pobreza. Jesús estuvo cerca de ser víctima en una masacre de niños, según el Evangelio. Y fue migrante, huyendo con sus padres a Egipto. Cómo no recordar entonces la pobreza injusta de un treinta por ciento de salvadoreños, las masacres del pasado y las muertes violentas que día a día nos siguen salpicando. Cómo no recordar a nuestros migrantes y cómo no comprometernos con instituciones más sólidas, que trabajen con mayor firmeza en la superación de toda realidad inhumana o injusta. La Navidad es tiempo de reflexión, de hacer presente la historia tanto de Jesús como la nuestra, para construir desde ahí un futuro más humano y más fraterno. El recuerdo y la memoria permanente nos convierte siempre en generadores de futuro, de justicia y de paz. Y El Mozote, al igual que tanto sufrimiento del pasado y del presente, nos impulsan siempre a comprometernos con la construcción de un El Salvador digno del nombre que lleva.

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