Por Mauricio Vallejo Márquez
El muro. Ese enorme muro negro con letras blancas que tiene escrito el nombre de nuestros mártires. Nombres que reafirman nuestra historia y nos dicen que sí tuvimos una guerra y también un Acuerdo de Paz. Un verdadero testimonio que nos muestra de dónde venimos y a dónde no debemos de regresar.
Mi padre, Mauricio Vallejo, se encuentra ahí mencionado al igual que Roberto Franco, Monseñor Romero, Amílcar Colocho y tantos nombres más que incluso faltan en ese muro.
En este mes que recordamos el martirio de Monseñor Romero es un buen lugar para recordar que así como Romero existieron muchos hombres y mujeres que también dieron su vida para que ahora las cosas sean diferentes. Tantos que no pudieron ver estos cambios que se han logrado en El Salvador, sin saber, pero intuyendo que son partícipes, hechores, sembradores de estos cambios. Ver después de 12 años a la derecha y a la izquierda compartiendo curules y alternancia en el Ejecutivo fue esperanzador. Cambios que muchos soñaron y que ahora son pasado.
Es hermoso encontrarme con él. El muro podrá tener color de luto, pero así como en el simbolismo maya los huesos resaltan sobre la noche. Una verdadera muestra de que los actos de todos ellos son más fuertes que la muerte.
Procuro siempre llegar a visitarlo, tocarlo aunque sea frío. Es como visitar la tumba que nunca tuvo mi papá, la tumba donde nunca pudimos llorarlo. Sé que su lucha, su ejemplo y su memoria sigue viva. Lo sé. Así como emerge cada cierto tiempo en sus escritos, que durante años me fueron difíciles de leer; no porque fueran conmovedores, sino porque él los escribió. Y entre lágrimas logré transcribir muchos, pero aún tenemos deudas con él.
El muro del parque Cuscatlán es un monumento que dignifica la memoria de tantos y para tantos familiares de esos mártires y héroes es el único lugar donde se le puede ofrecer una flor a su memoria. De pronto, aparece una carta que no tiene ninguna intención de ser privada, una madre le escribe a su hijo, un hijo a su madre y así se van bordando palabras nostálgicas y orgullosas por esas personas que ya no se ven, pero se sienten.
Es hermoso que se haya pensado en construir este muro. Recuerdo cuando se juntaban los nombres, como aparecían algunos repetidos y todo esto se publicó en Diario Co Latino como una antesala para luego edificar este Monumento a la Memoria. Me emocioné tanto al ver escrito: «Edgar Mauricio Vallejo Marroquín», y más ahora que cada cierto tiempo llego a encontrarme con ese nombre a quien conozco por historias.
Estar ahí tiene una dulce y honda carga emocional. Recorrerlo y ver las rosas, cartas, fotografías, señales de velas resulta maravilloso. No podemos decir que somos un pueblo que olvida, porque en ese muro se aprecia que muchos tienen presentes a los suyos.
Soy el único de mi familia que lo ha visitado. Hasta la fecha no sé por qué razón no van sus hermanos. Claro, él no está ahí. Una persona sin tumba, un desaparecido siempre es esperado, porque no hay muerte si no se ve y si no existe prueba. Por eso, aunque siempre se espere su regreso, el muro es testimonio de que él, así como el resto de mártires, fueron protagonistas y hacedores de esta paz que hoy vivimos.
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