Marlon Chicas
El Tecleño Memorioso
“El payaso es el poeta en acción” Henry Valentine Miller.
Sin lugar a duda, uno de los grandes y sublimes talentos concedido por Dios a algunos hombres y mujeres, es el don de hacer reír al triste y desolado, por lo que, a estos profesionales de la risa, el Creador pedirá cuenta a su tiempo de tan maravillo regalo (Mateo 25, 14-30).
Esta crónica, está dedicada a un niño de extracción humilde de la Ciudad de Las Colinas, que soño con ser payaso, con la única intención de llevar alegría a los corazones apesadumbrados por la enfermedad y problemas del diario vivir, obteniendo de estos una sonrisa en pago por su esfuerzo en los escenarios, donde pudo hacerlo en vida.
Edgar Enrique Mejía López (+ 13 de diciembre de 2021), personificó en vida al payaso Lapicero, fue hijo de doña Herminia Mejía (+), la que, a base de sacrificio y cariño, formó y educó a sus 10 hijos, sin imaginar que uno de ellos se convertiría en payaso. Edgar creció en un ambiente de pobreza y marginación en la Comunidad San Rafael, al sur del municipio tecleño, lo que nunca desanimó sus sueños de ser un gran comediante.
Su vocación nació de sus constantes visitas a los circos que llegaron a la localidad en la época de su niñez, donde aprendió diversos sketches (Entradas), realizados por grandes payasos de aquel tiempo, lo que motivó a Edgar Enrique a conformar su primer grupo de payasos junto a sus amigos de la comunidad. Participó activamente en las veladas de su amada escuela Daniel Hernández; su primer nombre cómico fue “Cascurriche”, bautizado así por su hermano mayor José Mejía (+), que alude a una persona alta con piernas corvas; formó parte del grupo Generación 84 de la Colonia San José del Pino, donde conoció al payaso “Chilillo”, quien le recomendó cambiarse el nombre a “Lapicero”, por su complexión delgada.
En sus reminiscencias manifestó haber alternado con payasos nacionales de la talla de Carlos Sandoval “Pizarrín”, a quien conoció en una fiesta de cumpleaños en el Club Tecleño, al que por petición de la dueña de la fiesta, suplió por algunos minutos hasta que este llegará, logrando que Pizarrín, reconociera su desenvolvimiento en tal evento, según palabras de nuestro personaje. En sus últimos años se desempeñó como coanfitrión del extinto programa sabatino “El Taller de Nazareth”, junto a este servidor, en radió San José, propiedad del Arzobispado de San Salvador.
No todo en su vida fue miel sobre hojuelas, ya que en ocasiones recordó con nostalgia la noticia del fallecimiento de su querida madre, mientras realizaba una presentación con el grupo Generación 84, así como otras que prefirió callar, aplicó siempre la frase de Charles Aznavour “La función debe continuar”, que refleja que el artista se debe al público a pesar del dolor que este lleve por dentro.
Muchas veces se expresaron de él en forma peyorativa, a lo que siempre respondió con estas palabras “El payaso es un arte, digno y hermoso, me gusta lo que hago, estoy enamorado de mi personaje, no niego que se sufre, ya que, en ocasiones presentamos una sonrisa por fuera, pero nadie sabe que por dentro estamos destrozados, esa es la vida de un payaso, hacer reír a la gente”.
No se arrepintió nunca de su vocación, “Si volviera a nacer lo volvería hacer”, en sus últimos años de vida se entregó a Dios, por lo que su vocación tuvo otro sentido “El mejor regalo que Dios me ha dado, es robarles carcajadas a las personas, es lo más satisfactorio que se tiene en la vida”. Edgar Enrique se durmió en el Señor el 13 de diciembre de 2021 ¡Hasta siempre, payaso Lapicero!