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«El oficio de la serenidad». Por Wilfredo Arriola

Por Wilfredo Arriola

 

Detenerse ¿Cuándo?

El después de las cosas no siempre resulta como uno lo espera, a veces no hay un después. No hay un último saludo, no existe la última mirada hacia una escena en particular. Los años son irrepetibles cada uno tuvo su afán, y no solo los años, días, semanas, meses… He pensado en el oficio de la serenidad, en detenerse sobre las cosas, en mirar un poco hacia adentro, incluso reposar un poco ahí, ahí adonde por momentos uno resignifica los conceptos, las personas y aquello que no será más. No todo termina con una mirada.

Serenidad, proviene del significado “ambiente de aire libre en la noche, hombre que vigila en la noche” y viene del latín serenus: claro, limpio, sereno. Alguno de sus sinónimos: estoico, recto, sin perturbaciones, sosegado… entre muchos más. Otras referencias se vinculan a la idea siguiente: libre de nubes, cielo claro y despejado. No todos tenemos el cielo, claro libre y despejado, metafóricamente hablando, podría ser porque ni siquiera nos detenemos para verificar si lo está, o las mismas nubes generan esa condición de perturbación. Parafraseando la idea de Foulkner: cuando enciendes una cerilla en mitad de un bosque oscuro no es para alumbrarte, sino sólo a fin de ver cuanta más oscuridad hay alrededor. Es probable, que detenernos en alguna ocasión no sea porque no podamos, sino porque sabemos muy al fondo, que ese alrededor este lleno de tinieblas. Detenerte muchas veces es darte cuenta de tu isla.

Es preciso de vez en cuando, -más pronto que tarde- limpiar un poco las nubes del cielo, sentarse, dejar un poco ese ruido exterior, mirar con mirada plena y detenerse a meditar en el respiro. Tanto trabajo, estudio, actividades del hogar, tanto todo, hacen que vivir sea un trámite, un llover que no termina, una alarma que nos confirma seguir lo empezado, un volver adonde no ocurre nada, solo el pasar de los días.

Sorrentino, productor y cineasta, menciona en uno de sus cuentos providenciales, los 10 motivos por los cuales merece la pena vivir, uno de ellos dicta: “volver a casa infelices e indefensos, pero sin sentido de culpa” muchas veces, la calle se tornó de ese tono gris donde la serenidad se esfumó y nos quedó la sensación de haberlo dado todo, un todo que se limitaría a una efímera realidad con poco sentido. Llenar los días con excesos, pero no de satisfacción, ¿qué días recordaremos en años? Lo trascendental en muchas ocasiones nos mira desde lejos.

 El oficio del disfrute, de la serenidad, del preámbulo de lo bello, cómo cuesta… como se esfuma y lo peor, que es innegociable, es el paso atroz del tiempo. Desde la serenidad quiero buscar respuestas, quiero encontrarme, quiero también saber en qué me he perdido, y en qué momentos y con quienes me logro encontrar, saberlo es definirse. Reír más que sonreír, deleitar más que mirar, culminar más que cerrar, fijar más que murmurar. Volver al centro, también es volver a la soledad, que ese punto de partida en realidad lo sea y no uno de tantos despistes de la vida. Antes que todo, dejar que la marea se calme, sobre ese silencio continuar el recorrido. El después de las cosas habla mucho del porque tanto ha quedado atrás. Resignificar, me gusta la palabra resignificar, me gusta saber que puedo cambiarlo todo simplemente con detenerme a pensar.

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