Iosu Perales
El vicepresidente de Bolivia García Linera se refiere al “empate catastrófico” como una etapa de la crisis de Estado que se caracteriza por tres cosas: confrontación de dos proyectos políticos nacionales de país, de dos horizontes de país con capacidad de movilización, de atracción y de seducción de fuerzas sociales; confrontación en el ámbito institucional y social de dos bloques sociales conformados con voluntad y ambición de poder, el bloque dominante y el social ascendente; y, en tercer lugar, una parálisis del mando estatal y la irresolución de la parálisis. Este empate puede durar semanas, meses, años. Pero llega un momento en que tiene que producirse un desempate, una salida. La salida del empate catastrófico sería la etapa que la vamos a denominar construcción hegemónica ascendente de la izquierda. Lo que supone poner en primer plano la construcción de pueblo, contando para ello con sectores que incluso han podido votar a partidos que no son de izquierda.
Una forma de expresión de este empate es ganar o perder por la mínima en el campo electoral, lo que supone o estar en la oposición o en el gobierno sin la suficiente superioridad porcentual para hacer transformaciones en profundidad. Siguiendo este razonamiento, la ruptura del desempate, el desenlace, o será el regreso al viejo Estado en nuevas condiciones, o la consolidación del nuevo Estado, con conflictos todavía, pero en el contexto de un cambio que avanza estabilizándose. Esta bifurcación puede decantarse a favor de las mayorías si se va conformando un bloque “nacional-popular”, o lo que es lo mismo la realización de un pueblo salvadoreño libre por fin del neocolonialismo y en lucha perpetua frente al neoliberalismo. La construcción de este bloque se apoya en la transversalidad. Se trata de ampliar la izquierda al mismo tiempo que se construye pueblo.
¿Qué es la transversalidad? Es un concepto que se ha convertido en una de esas palabras cuyo significado cambia de forma singular dependiendo de quién la utilice. Yo lo entiendo como la superación de un eje clásico izquierda/derecha, para un nuevo espacio que la izquierda debe gestionar con inteligencia para fortalecerse en la misma proporción que debilita a la derecha. Es decir define nuevas fronteras: arriba/abajo, la oligarquía/la gente. Planteado de otra manera: transversalidad es para ganar a ARENA por 10 puntos, como mínimo, ganando el Gobierno y la Asamblea. ¿Cómo? Atrayendo al bloque “nacional-popular” a muchas gentes pobres, de las clases populares, también de clases medias, que lamentablemente le vienen votando a la derecha contra toda lógica si nos atenemos a sus condiciones de vida.
Así pues la transversalidad no es, en absoluto, una renuncia al pasado o al ADN militante propio, pero sí una enmienda al sectarismo y a una visión chata de la realidad que se acompaña de una ideología poco funcional al tiempo en que vivimos. En este sentido hay que desterrar la idea de que la transversalidad implique moderación y ambigüedad, pues de lo que se trata es de abordar de raíz la diversidad social y de experiencias individuales y colectivas. Abordar desde la raíz los males seculares de nuestra sociedad salvadoreña. Con lo que tiene que ver la transversalidad es con “no conformarse” con el apoyo de personas que ya están de acuerdo con las propuestas del FMLN y enfocarse en quienes aún no se han sumado. La estrategia concreta, consiste en “salirse de los marcos” en los que estamos más cómodos y ocupar espacios nuevos.
Casi siempre el germen del principio de la transversalidad está en los movimientos sociales indignados. En su capacidad para generar procesos de identificación que trascienden y atraviesan los marcadores ideológicos tradicionales y anclados, comenzando así a reordenar a su favor las posiciones políticas, la correlación de fuerzas. El objetivo es aislar a las élites y crear una nueva identificación “nacional-popular” frente a ellas, mediante un relato que apele al sentido común, a la dignidad de la gente, a todos los derechos para todas las personas. En la práctica, estas interpelaciones deben permitir al FMLN intentar captar a votantes y cuadros sin exigir “carnets de partido”, es decir, aglutinar el descontento sin tener en cuenta qué se había votado con anterioridad.
En América Latina, la transversalidad ha triunfado en Bolivia, en Ecuador, en Venezuela, en Uruguay, en Brasil durante los mandatos de Lula Y Dilma. En estos países los gobiernos progresistas y/o de izquierda se sostienen en sectores populares diversas, en clases subalternas. En estos países se ha politizado el orgullo de lo popular. Ello significa que amplios sectores populares echados fuera de la acción política por regímenes autoritarios, regresan, pero no sólo para votar sino para hacerse cargo del país siendo parte central de un bloque histórico. Es entonces que la comunión entre el partido y la gente hace posible inaugurar un poder nuevo, inédito, no clasificable en las coordenadas históricas en que se han librado las luchas políticas en América Latina.
La creación de un nuevo bloque histórico no puede subsumirse en una política de alianzas, sino que entraña la construcción de una nueva “totalidad” social que puede también reconocerse como un nuevo proyecto de país. Creo que El Salvador, un país secularmente sometido a oligarquías que han prolongado el neocolonialismo tiene que darle la vuelta al calcetín, de manera que no debe limitarse a fundar una nueva forma de gobierno sino que también fundar un nuevo país, una nueva patria autodeterminada. Un bloque nacional-popular, es un bloque histórico que ha de marcar una nueva época. Así pues se trata de la reunión de diferentes elementos en una construcción que los articula y modifica: un consenso activo, una voluntad colectiva cuya unidad trascienda las identidades particulares de sus partes sociales constituyentes. Avanzar en esta dirección es tener la mitad de la lucha ganada.