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El ornitorrinco humano

Carlos Girón S.

Ji, ji, ja, ju.. ji, jo, jua…  Eso musitaba Ruperto el billetero, en la plaza del Ágora Cuscatleca esa mañana con algunas lloviznas dado que era invierno…

Los amigos que también acudían allí a diario y temprano de las mañanas lo alcanzaban a oir, y solo arqueaban las cejas en disimuladas interrogantes de qué le pasaba o qué estaba queriendo decir Ruper. Pero se abstenían de incomodarlo preguntándole.

Y seguía Ruperto que hablaba consigo mismo. Es que me digo que de veras son divertidos los caprichos de mamá Natura, y a veces incomprensibles…

-“Incomprensibles”, le alcanzó a oír María la de las pupusas revueltas con loroco. Y se animó a encimarlo para inquirirle: don Ruper, ¿qué cosas son las que le parecen incomprensibles?

-Ahh, ¿qué dice doña Mary?

-Que en su soliloquio le alcancé a oír la palabra “incomprensibles”, y me intrigó.

-Si, pensaba en voz alta que a mí me parecen divertidos los que considero caprichos de la Naturaleza en muchas de sus manifestaciones.

En eso terció Rufino, el taxista que a su vez había alcanzado a oír las palabras que se intercambiaban el billetero y la pupusera, y de una sola vez expuso. –Bueno, para empezar, lo que a usted le parezcan incomprensibles es una cosa muy distinta al hecho de que la Naturaleza se exprese de esta o la otra forma y manera.

-Ruperto: es que en la creación de Dios hay tantos y tantos ejemplares en el reino animal, que ciertamente despiertan curiosidad y asombro.

-¿Incluye en ese reino al hombre? inquirió el taxista.

-Bueno, sí pues en realidad él es también un animal, lo que se dice de una especie “especial” o “particular”, “superior” ripostó el billetero con su venta en las manos.

-La zoología es un estudio de lo más interesante ciertamente -incursionó diciendo el joven universitario, que se acercaba en esos momentos.

-¿Usted ha hecho esa clase de estudio? preguntó Fidelina la del canasto con bisuterías.

-Sí, he estudiado algo de eso pero no como una especialidad. Sin embargo, uno se fascina al ver la gran diversidad de seres silvestres o salvajes, y también acuáticos y aéreos que hay en todas partes -respondió el joven.

-Si, uno puede ver eso en programas de televisión que apartan las películas de violencia y crimen; y presentan documentales sobre muchos temas de gran interés incluidos muchos sobre la vida de los animales. Ishhh allí se ven desde pájaros multicolores, preciosos, hasta jirafas, elefantes, tigres, leones y los no muy agraciados hipopótamos –se asomó diciendo el señor bien trajeado que frecuentaba el Ágora.

-¿Saben? A mí, todos ellos me parecen graciosos, hasta los grandes orangutanes –acotó Francisco, el fontanero.

Tomás; el carpintero no se quedó atrás y añadió: bien vistos todos hasta los más fieros tienen su atractivo si se les analiza con atención y un poco de amor.

-Ji, ji, ju, jua, volvió a decir el billetero ante la mirada inquisitiva de sus contertulios alrededor.

-¿Y ahora qué don Ruper?, ¿puede pasarnos el chiste, para acompañarlo?

-Ji, ji,jo, jorojo. Es que ese animalillo sí que es chistoso –respondió el billetero- y quizá un ensayo equivocado de la mamá Natura. Quizá ustedes no lo conocen, ji, ji, jooooo…

-¿Cuál animalillo, pue?, inquirió Fidelina…

-Lástima que no tengo a mano una fotografía de él para que lo vieran y de inmediato se echarían a reír, le dijo Ruper.

-Vaya pero no sea descortés descorra de una vez el velo de ese misterio –le espetó Patricia, la de la mochila a la espalda con café caliente y pan dulce, mientras ofrecía su venta a los amigos.

-Bien. Respondió Ruperto. Aquí les va pue. Hablo del ornitorrinco,  or-ni-to-rrin-co. Busquen en una enciclopedia o si pueden hoy en internet, para que lo vean y analicen su conformación y seguro que soltarán la risotada.

-Tiene razón don Ruper, dijo el universitario. Yo si lo he visto en revistas. Es bien raro. Tiene un pico ancho, aplanado, como de pato; una cabeza pequeña, sin orejas; patas cortas y palmeadas, uñas largas, ojos pequeños… Toda una rareza de veras.

¿Y será cosa de risa ese fenómeno? inquirió Tomás, que había llegado a tiempo de escuchar las rarezas de que se hablaba.

-¡Ji, ji, jo, jua, jua, jua¡, apareció carcajeándose con estruendo Gumersindo, el electricista que se había quedado en la retaguardia solo escuchando, hasta ese momento.

–¡Veee, y ese otro locario! ¿y de qué se las traerá? preguntó Julia, la del mango en pedazos y embolsado con alguashte, sal y limón.

-Pregúntele ahora usted, don Ruper a usted le toca por haber iniciado esta suerte de chismografía, le sugirió Fidelina.

-Claro me voy directo –respondió Ruper. Y lo encañonó. ¡Hey, chero!, ¿puede saberse el motivo de su hilaridad tan bulliciosa?

-Con gusto, mi amigo: me río con ganas al considerar que el hombre es un ornitorrinco más chistoso que el otro, el de verdad —respondió Ruper

–¡JA, JA, JA, JA, JU, JU, JUA, JUA! se escuchó con gran retumbo a cuadras de distancia. Era el carcajearse de toda la concurrencia por pensar que era más que acertada la ocurrencia de Francisco.

-Siii, agregó Francis. El hombre es el espécimen más controvertible y contrahecho que se puede ver. Todo él con partes tan deformes mal ajustadas, enmohecidas algunas de ellas, un corazón de hiena, una conciencia de lagarto, un sentimiento de león, una cabeza de buitre, con un motor que le falla a cada rato, por lo que pierde la noción de lo que es, por eso se despoja de toda clase valores y principios, y se vuelve peor que los animales salvajes, atacando a sus semejantes hasta devorándolos, no por alimentarse, sino por el mero prurito de matarlos.

-¡Heey, un momento, señor! dijo el que andaba bien trajeado. No haga tabla rasa, emparejándolos a todos, hombres y mujeres por igual. En la especie humana hay también muchos seres que pueden llamarse superiores, con valores y dones muy singulares que son valiosos para la humanidad. Hay inventores, grandes artistas, científicos, médicos, sacerdotes, santos…

-Sí, dijo Fidelina agregando: ellos no, no pueden meterse en el huacal de los ornitorrincos que después de todo, éstos no tienen la culpa de ser como son, no muy bonitos que se diga…

-Aplausos y más aplausos resonaron en el espacio de los circunstantes que aprobaban lo último dicho por Fidelina, y en ese momento fueron dispersándose cada quien por su lado para seguir en sus quehaceres.

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