El otro que amenaza
Por Nathaly Campos,
Egresada de antropología
Ese día me tocaba salir.
Mis dos hermanos hicieron la lista del supermercado detallando cantidad y marca de cada producto que debía comprar. Nunca en mi vida había ido a hacer compras con tanta responsabilidad en mis manos. «No la vayas a regar», me advirtieron. El peso de esas palabras me acompañó en cada pasillo y la ansiedad aumentaba con cada cosa que tocaba, con cada cruzar de personas. Si tocaba algo o hablaba con alguien podía contagiarme, mantenerme alerta y concentrada se tornó una misión de supervivencia a la que ningún capítulo de A Series of Unfortunate Events se le puede comparar.
El virus estaba allí. Estaba en el hombre que tomó la salsa Prego, en la señora que pedía tres libras de carne y en mí que chequeado los productos que ya había tomado. Todos éramos el virus en ese supermercado. Todos éramos el otro, ese que amenaza la tranquilidad.
En la normalidad que vivíamos antes de la pandemia, al otro lo tolerábamos porque nos era funcional, porque ejercíamos de algún modo poder sobre él y es que de eso se tratan las relaciones, siempre hay alguien que ejerce poder y siempre al otro lo queremos someter para poder expandirnos. Sin embargo, pareciera que la pandemia ha venido a modificar las formas en las que nos relacionamos con el otro.
Se nos impuso el distanciamiento físico para evitar posibles contagios, porque podíamos contagiar o ser contagiados. El filósofo Darío Sztajnszrajber dice que «ya existía la representación de un otro como agente de contagio, la diferencia es que ahora contagia de verdad.» si el otro contagia se debe disolver, la pandemia no vino a cambiar las formas con las que nos relacionamos, solo las vino a legitimar y a normalizar lo que ya inconscientemente hacíamos. Siempre se ha excluido al otro porque ha sido una amenaza, fuimos creando mecanismo que nos permitieran vincularnos, haciendo del otro un ser casi invisible, pero ahora no tenemos que tolerarlo, porque el otro puede matarnos y por esa razón hay que excluirlo.
El otro nunca dejara de ser el otro, en la actual coyuntura nadie es indiferente del otro, somos el otro de ese otro a quien le témenos, aunque después de esta pandemia el otro siempre en su particularidad nos desestabilizará, excediendo nuestros límites e irrumpiendo nuestro propio caos, pero siempre necesitaremos saciar nuestra hambre de estímulo, así que al otro lo toleraremos y en ese acto de tolerar buscaremos la manera de establecer nuestras reglas, que se introduzcan a nuestros juegos y que se vinculen a nuestro yo para seguir expandiéndonos.
Pero siempre seguiremos siendo ese otro que amenaza.
Y sí la regué, olvidé la miel de maple.
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