German Rosa, s.j.
Se llamaba Rutilio y su misión fue inspiradora para Mons. Romero. Si pudiéramos hacer un retrato hablado de la vida del P. Rutilio Grande y Mons. Óscar Romero, fácilmente podríamos retomar los rasgos expresados por Jesús en las bienaventuranzas (Cfr. Mt 5,1-12; Lc 6). Ambos vivieron apasionadamente el Evangelio y fueron testigos de la acción de Dios en sus vidas (Cfr. https://www.diariocolatino.com/el-p-rutilio-grande-y-mons-oscar-romero-memoria-viva-del-evangelio/). Recordemos cómo fue la peregrinación que ambos vivieron en sus vidas. ¿Cuáles fueron las experiencias o los momentos que unieron tanto a Rutilio como a Mons. Romero?
En 1966 Mons. Graciano fue nombrado nuevo obispo de San Miguel. El P. Oscar Romero llevaba en aquel entonces veinte años de intensa vida pastoral en San Miguel, como brazo derecho del obispo. Mons. Graciano accedió para que el P. Óscar Romero se trasladara a San Salvador, solicitado como Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador (CEDES), y se trasladó con el título de monseñor, no como obispo.
1) El P. Rutilio y Mons. Romero vivieron en misma comunidad religiosa en el seminario San José de La Montaña
En San Salvador, Mons. Romero se encontró con un ambiente poco conocido para él. El P. Rutilio Grande lo animó para que aceptara residir con la comunidad de los jesuitas en el Seminario San José de La Montaña. Desde aquel momento comenzó la relación de amistad entre Rutilio y Romero. El P. Rutilio debió sentir gran afinidad con él por sus características e historias personales un tanto afines. Así lo expresa el P. Salvador Carranza: “Tanto Óscar Romero como Rutilio Grande venían de familias sencillas de pueblos campesinos: Ciudad Barrios y El Paisnal, respectivamente. Casi niños, ingresan al seminario. Pero mientras Romero lo hacía en San Miguel, Rutilio entraba en San José de La Montaña, en San Salvador, dirigido por los jesuitas” (Carranza, S. 2015. Romero – Rutilio. Vidas Encontradas. San Salvador, El Salvador, C.A.: UCA Editores, p. 28).
Mons. Romero después de haber terminado sus estudios en el seminario menor de San Miguel, por méritos personales y por ser buen estudiante, fue enviado al Pío Latinoamericano de Roma, cuyos seminaristas se formaban en la Pontificia Universidad Gregoriana, ambas instituciones regidas por los jesuitas. La formación y la espiritualidad de Mons. Romero serán ignaciana y jesuítica por su trayectoria en el Colegio Pío Latinoamericano y la Universidad Gregoriana en Roma.
Mons. Romero al residir con los jesuitas en el Seminario San José de La Montaña conoció poco al clero diocesano que se había formado en el Seminario y también en San Miguel. La labor como Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador (CEDES), y luego como Secretario Episcopal de América Central (SEDAC), así como director del semanario Orientación, no le ayudaron mucho a salir de su perfil natural tímido.
Los jesuitas lo recordarán como poco expansivo y renuente a tomar parte en la vida y formación de los seminaristas, que vivían en el mismo edificio.
El arzobispo Mons. Chávez lo postuló a Roma como obispo auxiliar junto al otro auxiliar, Mons. Rivera y Damas. Roma accedió al nombramiento. Mons. Romero había tenido un rol muy eficiente e incluso innovador como Secretario de las Conferencias de El Salvador y de Centroamérica.
2) El P. Rutilio Grande organizó la celebración de la consagración episcopal de Mons. Romero
El 21 de junio de 1970 fue la ordenación episcopal de Mons. Romero. Rutilio organizó la celebración y lo hizo según el criterio de Mons. Romero, que quería huir de toda publicidad y ostentación. Es decir, una celebración sin gastos especiales, muy eclesial y testimonial, adecuada según el momento que vivía el país y la Iglesia. Este fue uno de los gestos que jamás olvidó Mons. Romero y al que aludió siete años después ante el féretro de Rutilio en la Catedral de San Salvador.
Tanto el P. Rutilio como Mons. Romero participaron en la Primera Semana de Pastoral Nacional organizada por la Conferencia Episcopal de El Salvador para ir encarnando el Concilio Vaticano II y la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín. Fue una semana marcada por ausencias y poca representación. No obstante, fue una ocasión para poner en evidencia la crisis de la Iglesia y también del país.
Se perciben en Rutilio dos opciones fundamentales que fueron modelándolo en su práctica apostólica: las mayorías populares y una pastoral cada vez más compartida por los laicos. Ambas se fueron concretando después de su salida del Seminario San José de La Montaña en el año de 1972, cuando tuvo un tiempo de formación en el Instituto Pastoral Latinoamericano (IPLA), en Quito, Ecuador.
En ese mismo año de 1972, el 24 de septiembre, en la fiesta de Nuestra Señora de la Merced, Mons. Rivera encomendó la Parroquia del Señor de la Misericordia de Aguilares a la Compañía de Jesús. Leyó el nombramiento de Rutilio Grande como párroco de parte del arzobispo Mons. Chávez y González. Fue así como Rutilio y el equipo pastoral entraron a trabajar en la zona.
En ese contexto la Compañía de Jesús dejó la responsabilidad y la dirección del Seminario San José de La Montaña en manos de los obispos y de la arquidiócesis.
Mons. Romero, siendo director del periódico Orientación, en los comienzos de los años 70 fue crítico al trabajo de los jesuitas en El Salvador. Sin embargo, la espiritualidad de Mons. Romero siempre fue ignaciana desde el Pío Latino Americano y la Gregoriana de Roma, y su celo apostólico lo llevó a vivir profundamente aquello tan de San Ignacio de sentire cum ecclesia, “sentir con la Iglesia” (Cfr. Carranza, 2015, pp. 40-41).
Obviamente, la Compañía de Jesús había optado por la línea del Concilio Vaticano II y su aplicación práctica pastoral desde Medellín. Rutilio, en Aguilares, fue consecuente con los documentos y directrices eclesiales. Esto implicó problemas y conflictos, pero era el reto del contexto.
En 1974 Mons. Romero fue nombrado obispo de Santiago de María, una diócesis con poco clero y no tan joven.
3) Mons. Romero mostró interés por el proyecto apostólico pastoral de Rutilio Grande en Aguilares
En el episcopado había interés por conocer la experiencia de Aguilares. Tanto Mons. Romero como Mons. Chávez y González seguían el proyecto pastoral con una mezcla de interés, curiosidad y algún recelo. Mons. Romero consideraba las misiones como algo muy importante. Pero la experiencia de Aguilares le causaba cierta suspicacia por la presencia de los jóvenes jesuitas en el equipo misionero del P. Rutilio.
La diócesis de Santiago de María era la más joven del país y con menos clero, incluso con los sacerdotes de mayor edad que las otras diócesis. Su salida de la arquidiócesis le causó un gusto agridulce. Había tenido enfrentamientos en la misma arquidiócesis y su período como rector del seminario no había sido tan exitoso. Tampoco fue bien apreciado el trabajo que realizó en la dirección del periódico Orientación. La línea editorial que impulsó no había causado mayor interés en los lectores.
Su ingreso en la diócesis de Santiago de María lo hizo con humildad. La expresión que le ayudó a entrar con el clero fue: “Ayúdenme a ver claro”. Y aunque temporalmente clausuró el centro pastoral campesino Los Naranjos, siempre dio lugar al diálogo, y permitió que un pasionista fuera el vicario pastoral de la diócesis y que los sacerdotes más comprometidos con Medellín siguieran esa línea. Mons. Romero escuchó a su clero y a su diócesis. Se empapó a fondo de Medellín y de la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, síntesis del sínodo de la evangelización. El celo apostólico unido a la fidelidad eclesial llevaron a Mons. Romero a evangelizar con intenso afán, incluso instalando en un jeep altoparlantes, y así visitando los campos de cualquier parroquia. Con música y cantos, reunía la gente, la evangelizaba, bautizaba, celebraba la eucaristía con ellos.
¿Cuál fue la siguiente etapa en la vida de Mons. Romero y el P. Grande antes de su martirio? De esto trataremos en otra oportunidad.