German Rosa, s.j.
Tanto el P. Rutilio Grande como Mons. Óscar Romero fueron testimonios vivos del Evangelio, también de las actualizaciones apostólicas de la Iglesia en el Concilio Vaticano II y de su aplicación práctica en la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín expresada en el documento conclusivo (Cfr. https://www.diariocolatino.com/el-p-rutilio-grande-y-mons-oscar-romero-memoria-viva-del-evangelio-2/).
Este documento diseña tres grandes orientaciones de trabajo apostólico pastoral para la Iglesia en América Latina a la luz del Concilio Vaticano:
a) La primera trata sobre la promoción humana y de los pueblos hacia los valores de justicia, paz, educación y familia.
b) La segunda se centra en la necesidad de la evangelización y maduración de la fe a través de la catequesis y liturgia.
c) Y la tercera se enfoca en los temas que giran en torno a toda la comunidad para fortalecer la unidad y la acción pastoral.
1) Medellín fue el Vaticano II para América Latina
La II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín en 1968 fue el Vaticano II para América Latina. El proceso de preparación, desarrollo y elaboración del documento conclusivo se fundó y se hizo a partir de la realidad de los pueblos latinoamericanos.
Uno de los ejemplos que podemos destacar es lo que se expresó en el documento sobre la justicia en el capítulo 1 en los dos primeros párrafos: “existen muchos estudios sobre la situación del hombre latinoamericano. En todos ellos se describe la miseria que margina a grandes grupos humanos. Esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo. Quizás no se ha dicho suficientemente que los esfuerzos llevados a cabo no han sido capaces, en general, de asegurar el respeto y la realización de la justicia en todos los sectores de las respectivas comunidades nacionales. Las familias no encuentran muchas veces posibilidades concretas de educación para sus hijos. La juventud reclama su derecho a ingresar en la universidad o centros superiores de perfeccionamiento intelectual o técnico-profesional; la mujer, su igualdad de derecho y de hecho con el hombre; los campesinos, mejores condiciones de vida; o si son productores, mejores precios y seguridad en la comercialización. La creciente clase media se siente afectada por la falta de expectativa. Se ha iniciado un éxodo de profesionales y técnicos a países más desarrollados. Los pequeños artesanos e industriales son presionados por intereses mayores y no pocos grandes industriales de Latinoamérica van pasando progresivamente a depender de empresas mundiales. No podemos ignorar el fenómeno de esta casi universal frustración de legítimas aspiraciones que crea el clima de angustia colectiva que ya estamos viviendo”.
2) Aportes del documento conclusivo de Medellín
Muchas cosas importantes se plasmaron en el documento de Medellín. Es muy difícil expresar en pocas líneas las grandes luces y aciertos de las conclusiones de este encuentro fundante en la historia de la Iglesia latinoamericana. Por esta razón nos parece importante la valoración positiva que hizo el teólogo, y también mártir, P. Ignacio Ellacuría, S.J., sobre el documento de Medellín para la vida de la Iglesia y el compromiso histórico en América Latina. Hacemos una síntesis de lo que expresó Ignacio Ellacuría sobre los aportes que podemos encontrar en el documento de Medellín:
• El reconocimiento de la dimensión histórica de la salvación. La salvación cristiana no se reduce a la salvación de la interioridad de la persona, abarca al hombre entero y debe hacerse eficazmente presente en la estructura objetiva de la historia.
• No se puede hablar de salvación sino se parte del reconocimiento de la situación de pecado. Si la salvación es una salvación del pecado, solo se puede entender como desaparición real de ese pecado.
• El pecado, como la salvación, tiene una estricta dimensión histórica. Afecta las conciencias y a los individuos, los pueblos y a las estructuras. En América Latina ese pecado es de carácter estructural; la salvación, debe quedar totalizada como liberación estructural.
• La Iglesia se concibe a sí misma cada vez más como una Iglesia de los pobres, de modo que los pobres representan su verdadero centro activo.
• La Iglesia ya no quedará centrada sobre sí misma, sino que como Jesús, se orientará toda ella al anuncio y a la realización histórica del reino de Dios.
• La multiplicación de mártires y perseguidos, desde los más sencillos catequistas hasta algunos obispos comprometidos con la defensa de los oprimidos, en los que Jesús padece hambre y persecución. Esto ha aumentado la santidad y la credibilidad de la Iglesia (Ellacuría, I. 2000. Escritos Teológicos I. San Salvador, El Salvador, C.A.: UCA Editores, pp. 372-373).
El método que se siguió en la preparación y elaboración del documento de la II Conferencia Episcopal de Medellín fue: ver, juzgar y actuar. “Ver” la realidad con las herramientas de las ciencias humanas y sociales. “Juzgar” dicha realidad con la Sagrada Escritura y los documentos de la Iglesia, y de manera prioritaria el Concilio Vaticano II; y “Actuar” siguiendo una justa interpretación de los signos de los tiempos. Desde esta experiencia de discernimiento eclesial, se hizo la opción por los pobres la cual asumieron y vivieron a fondo el P. Rutilio Grande y Mons. Óscar Romero.
3) El P. Rutilio Grande y Mons. Óscar Romero acogieron el documento conclusivo de Medellín en un contexto de cambios vertiginosos
El P. Rutilio Grande y Mons. Óscar Romero acogieron el documento de Medellín. Ambos vivieron un período de grandes transformaciones y cambios dentro y fuera de la Iglesia. Después del Vaticano II y de Medellín, se empezó a sistematizar en América Latina un pensamiento teológico que cuestionaba el pecado social y estructural de la injusticia, de la dependencia y de la pobreza en el continente. En ese contexto surgió un pensamiento teológico crítico y encarnado en la realidad de los pueblos crucificados que se condensó en la teología de la liberación, reflexión teológica sistemática de los procesos históricos de liberación en el contexto de los años 70, y en las siguientes décadas.
En ese período histórico en la coyuntura política mundial se vivía la tensión de los bloques ideológicos entre los países socialistas y capitalistas. También existía un grupo de países “no alineados”. Era el período del fortalecimiento de los movimientos populares y revolucionarios en América Latina.
La teoría del desarrollo socioeconómico usada para explicar la situación latinoamericana y muy en boga en aquel momento, fue profundamente cuestionada por la teoría de la dependencia que explicaba el subdesarrollo como antítesis del planteamiento desarrollista cuya explicación había fracasado en América Latina.
Rutilio Grande y Mons. Romero fueron cristianos coherentes y consecuentes hasta el martirio, y vivieron en ese contexto de cambios vertiginosos en el país y en América Latina. También les tocó vivir en el período de la transición de los gobiernos militares a las democracias formales en los países de América Latina.
En síntesis, tanto Rutilio Grande como Mons. Óscar Romero fueron hombres que vivieron como árboles plantados al borde del río Lempa que atentos a la realidad histórica se nutrieron de la Palabra de Dios, del Vaticano II, el documento de Medellín, y asumieron un talante espiritual, inspirados en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola que los llevaba a la acción. Ambos vivieron a fondo la experiencia del discernimiento apostólico, supieron identificar la voz de Dios y asumieron las acciones que los hicieron verdaderos discípulos y apóstoles de Jesucristo. Ellos fueron capaces de discernir los signos de los tiempos y percibir la presencia de Jesucristo crucificado en los rostros sufrientes de las familias de Aguilares, El Paisnal y El Salvador.