José M. Tojeira
A finales de este Septiembre la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó el que llaman “Pacto para el futuro”. Un largo documento en el que los países se comprometen a trabajar en favor del desarrollo sostenible y eliminar la pobreza y el hambre en el mundo; trabajar en la construcción de la paz y seguridad internacionales, dando un no a la guerra y buscando solucionar a través del diálogo todos los conflictos; dar acceso a toda la población a las ventajas de la ciencia y la tecnología actual, especialmente incorporando a todas las personas a las ventajas de los sistemas digitales.
Y simultáneamente optar por frenar las amenazas del cambio climático; comprometerse con la justicia intergeneracional y apostar por el bienestar de la juventud y las generaciones futuras; y finalmente, transformar la gobernanza mundial, dándole nuevos recursos a las Naciones Unidas y abriendo la participación equilibrada de países en el Consejo de Seguridad de la ONU de parte de regiones hoy poco representadas.
El Salvador, que ya se ha destacado por el rechazo que algunos funcionarios han manifestado a la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y que hace pocos años se negó a firmar el Pacto de Escazú en favor del medio ambiente, se abstuvo en la votación del Pacto para el futuro, a pesar de que en el discurso de cara al interior de El Salvador se prometen muchas cosas semejantes a las que se hallan en el mencionado pacto. Poco después de que el país se significara en contra del pacto con su abstención, el actual Presidente de la república habló en la ONU poco menos que poniendo a El Salvador como uno de los pocos países con brillo espectacular entre las naciones.
No es extraño que el discurso se realizara ante una sala de la Asamblea general casi vacía. Si hace un poco más de cinco años el actual presidente tuvo una intervención desafiante y llamativa en la Asamblea General, la actual fue demasiado defensiva y con demasiadas contradicciones entre el discurso y la realidad del país.
Todos los países centroamericanos, excepto Nicaragua, votaron en favor del Pacto. La gran mayoría de los países latinoamericanos aprobaron el Pacto con las excepciones, entre alguna otra más, de Venezuela y la Argentina de Milei. Es difícil explicarse los objetivos de la política exterior salvadoreña y los réditos que pueda obtener El Salvador negándose a suscribir un pacto no coercitivo que defiende la paz, el estado de derecho, la herencia de justicia y paz a las próximas generaciones y a los jóvenes actuales, o el acceso generalizado a las ventajas de la cultura digital.
Exceptuando el estado de derecho, que no goza de demasiado entusiasmo entre las filas del partido gobernante, el actual gobierno es un claro promotor del acceso a internet en el campo educativo, más allá de los fallos que pueda haber en el desarrollo de sus esfuerzos. Le encanta hablar de la paz en el interior del país, pero no está claro que tenga una posición pacifista y dialogante en política internacional. Incluso en el interior la tendencia al con nosotros o contra nosotros, que no es patrimonio exclusivo del actual gobierno, lleva hacia una polarización cada vez más amarga y poco coherente con la cultura de paz que propone el Pacto.
Hablar continuamente de un futuro extraordinariamente bueno para el país, y simultáneamente negarse a firmar un acuerdo internacional de valor moral y de perspectivas de futuro digno, deja un mal sabor de boca. La política internacional es importante para nuestro país. El Presidente tiene razón cuando exige respeto a El Salvador. Pero menospreciar a otros países, presumir de cierta superioridad sobre ellos, negarse a acompañar esfuerzos vinculados a los derechos humanos y a la erradicación de la pobreza, no es una actitud política que favorezca la inclusión del país en los esfuerzos mundiales en favor del desarrollo.