EL PAÍS QUE VIENE
EDUARDO BADÍA SERRA
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Nuestro país se encuentra ahora azotado por una pandemia que nunca, probablemente, habíamos experimentado, el llamado Covid 19; mientras luchamos contra este problema, ha asomado otro, el de una llamada “tormenta tropical”, que en sólo una semana causó un daño enorme. Ambos fenómenos, lamentables ya en sí mismos, nos han, además, desnudado. El Salvador se ha mostrado, ante los ojos del mundo e incluso ante los propios ojos, como lo que es, tal cual es, en toda su miseria, en toda su desigualdad, con su hambre y con su sufrimiento. El país se ha visto a flor de tierra, entero, desnudo, cabal, en su nuda condición, sin máscara alguna, a rostro suelto. ¿Han sido, esta pandemia y esta tormenta, los causantes de tal situación de tal desnudez?
El Salvador es un país de contrastes, un país de contingencias; no ha sabido ser amigo de la armonía, ni vecino de la convivencia. Ya desde el comienzo de su vida independiente, y asumamos esto último con algún dejo de duda, ha luchado contra la naturaleza y contra sí mismo. Ha guerreado contra sus vecinos sin causa legítima alguna; aliado con Honduras hace la guerra a Guatemala en 1851 y la invaden tratando de deponer al gobierno conservador de Mariano Paredes; contra Guatemala en sus guerras de 1863, cuando Rafael Carrera incursiona en el país, dando un golpe de estado a Gerardo Barrios; contra Honduras entre 1870 y 1871, en lo que se conoció como “Revolución de los volcaneños”, y luego con el golpe de estado a Francisco Dueñas; en 1876 vuelve a hacer la guerra a Guatemala, y lo repite nueve años después en la llamada “intentona de Barrios”; ya más recientemente, todos, espero, aunque lo dudo, recordamos la “Revolución de los 44”, muy sensible para el orgullo de los santanecos; nueva guerra con Guatemala en 1906; nueva guerra con Honduras, la llamada “Guerra de las cien horas”, o “Guerra del futbol”, en 1969. Durante doce o trece años, el país se sumió en una sangrienta guerra civil, que finalizó sólo hace unos 28 años, en 1992, con el “Acuerdo de paz” de Chapultepec.
Los datos oficiales hablan de huracanes y tormentas de todo tipo e intensidad. Para hablar sólo de los tiempos recientes, nos han visitado tormentas y huracanes desde 1934, de muy variados y simpáticos nombres; últimamente, Mitch en 1988, Adrián en mayo de 2005, Bárbara en 2013, y ahora Amanda y Cristóbal. Y ello que no tenemos costa atlántica que nos aleja un poco de la furia que por esos rumbos se origina.
¿Sismos, terremotos? Desde la ruina de 1524, con epicentro de San Salvador, los datos oficiales también confirman y registran 66 terremotos, de variados grados y magnitudes. La historia reciente sabe recordarnos el que se sucedió en 1917, cuando el 8 de junio el Volcán de San Salvador provoca un sismo que destruye casi por completo buena parte de las ciudades aledañas. En 1936 se produce otro similar. En 1951, un terremoto de magnitud grado 6 destruye las ciudades de Jucuapa y Chinameca; y se suceden, 12 de abril de 1961, grado 6, en el sur de San Salvador; 3 de mayo de 1965, grado 6, en San Salvador; 19 de junio de 1982, grado 7, en San Salvador; 23 de abril de 1985, grado 5 en Berlín, Usulután; 10 de octubre de 1986, grado 7 en San Salvador; y así, 1998 en Ahuachapán, 1999 en San Vicente y Golfo de Fonseca…..hasta los últimos del año 2001, con grado 7.6, que abatieron nuestra ciudad capital.
La naturaleza es dinámica, y sabe reaccionar ante las acciones que tratan de afectarla. Es, además, imposible poder predecir cómo y cuándo ella se manifestará con acciones que restauren su equilibrio. La ciencia ha comprobado que todos los modelos fracasan cuando tratan o intentan interpretar la naturaleza y predecir sus acciones. Ello debería obligar a sus habitantes, los habitantes del planeta, y en nuestro caso particular, los salvadoreños, a ser prudentes, sensatos, previsores, en sus conductas. Pero esto es lo que desafortunadamente no ocurre, al menos, en lo que a nosotros corresponde.
Ahora estamos siendo abatidos por una pandemia, que nos ha obligado a recluirnos en todo tipo de “cuarentenas”. Nos ha obligado al aislamiento físico entre unos y otros, (no social, como erróneamente se le llama), y a suspender, con graves efectos económicos, sociales y familiares, las actividades normales del país, léase el comercio, la industria, el trabajo, la agricultura, las actividades culturales y educativas, religiosas, etc. La tormenta tropical ha ya finalizado, aunque dejando secuelas que serán imborrables para muchos compatriotas. Y pareciera que también la pandemia habrá de pasar en cuestión de semanas o meses. Panta rei, decía Eráclito, “todo pasa”, y el mundo, epur si move, seguirá en movimiento. De tal forma que ya comienzan los intereses a manifestarse y a proyectar cómo deberá ser la nueva apertura, pero sin modificar el statu quo, es decir, bajo la misma condición en que nos encontrábamos antes de la tormenta y antes de la pandemia. Hablan los economistas opinando cómo deberá reabrirse la economía, bajo el mismo concepto de antes, en función del mercado y del consumo; hablan los abogados diciendo que habrá de sustentar las instituciones, preservar a toda costa el estado de derecho,
y mantener la democracia como forma política de gobierno. Todo ello me parece muy bien, pero antes que ello, creo, y esto es para mí lo medular, que habrá que repensar el estado social en que se desarrollarán y deberán vivir los salvadoreños. Hay que recomponer nuestra sociedad, hay que repensar nuestro estilo de vida, hay que tratar de leer bien los signos de los tiempos, y privilegiar lo sustancial sobre lo accesorio, lo necesario sobre lo contingente. Viene el futuro, lento, pero viene, decía Benedetti, y en tal caso, anticipemos una lectura del mismo, aunque sea con carácter elemental, pero tratemos de leer lo que viene. No hagamos nuestras las palabras de Kierkegaard cuando afirmaba que la democracia es un estado de idealismo colectivo que desaparece cuando se lo lleva a la práctica. Más bien, tratemos de dignificar a la democracia, hagámosla real.
Claro que son importantes las palabras del jurista, del economista, del administrador; pero creo que ahora es el momento en que deben hablar los filósofos, los sociólogos, los psicólogos. Este es el momento de las academias, de las universidades, de los colegios profesionales, de las iglesias. La palabra la deben tener ellos. Ya habrá tiempo para que hablen los abogados y los economistas, una vez hayamos definido el tipo de sociedad en que queremos vivir, y el estilo de vida que nos debe sustentar.
¡Demos un nuevo paso! ¡Prioricemos al hombre sobre las cosas! ¡Pongamos en orden nuestros planos estructurales! ¡Primero los planos de los fines, esto es, la cultura y la participación; y solamente después, los planos de los medios, los de la economía y la política! ¡Pongamos en orden nuestras necesidades¡ ¡Pongamos en orden nuestros valores! ¡Demos un nuevo paso: Prioricemos al hombre sobre las cosas!