EL PAÍS QUE VIENE, quinta parte y final: La razón vital.
Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Hemos dicho que procede un cambio, se impone un cambio, un cambio obligado, urgente, real: Poner en orden las prioridades, poner en orden los valores, poner en orden los planos estructurales del hombre, corregir la perversidad en que se mueve nuestra sociedad cuando se hunde en el cosismo desenfrenado, arma del neoliberalismo y su política de mercado absoluto que ahonda con esa brecha dolorosa entre los diferentes estratos sociales, haciendo que haya hombres de primera, hombres de segunda, y hombres hasta sin número, hombres estos últimos que, como ya denunciaba Claudia Lars, eran “¡Los que no tenían nombre y casi no tienen rostro…! ¡A los que mudos cayeron y ni siquiera conozco!”. Prioricemos las necesidades naturales, aquellas cíclicas, recurrentes, básicamente salud, alimentación, educación, cultura, vestido, vivienda, recreación, sobre el cosismo inducido por la publicidad y la propaganda; pongamos en orden los valores; recuperemos nuestra identidad, lo cual lleva a poner en primer orden a la sociedad, a la familia y a los roles como planos de los fines del hombre, supeditando a ellos lo económico y lo político. Hemos, para ello, de escuchar, antes que a esto último, a los filósofos, a los sociólogos, a los psicólogos, a los ambientalistas, esto es, al pensamiento esencial. Si estos callan, pecan por omisión, y dejan el espacio a quienes lo han ocupado por décadas, los políticos y los economistas econométricos economicistas.
Pero ello exige, decía, como primer elemento de acción, orden y libertad. Cualquier discurso o propuesta que se haga, si la sociedad no se mueve en el marco del orden y de la libertad, será estéril, inútil, y se prestará para que surja la demagogia sustituyendo a la democracia, porque si dos elementos le son esenciales e indispensables a esta para que pueda ser real, es desarrollarse en orden y en libertad. No es posible la democracia en una sociedad en la que impera el desorden y la opresión. Esto ya lo hemos puntualizado, y necesario es insistir en que ambos elementos, orden y libertad, no son contradictorios como pudiera parecer sino más bien complementarios.
Si se logra una sociedad dentro de la que imperen el orden y la libertad, en la que lo legítimo prive sobre lo legal, en la que la autonomía domine sobre todo intento de heteronomía, en la que haya un imperativo categórico que permita aspirar a un estado de fines universales, es posible que el país retome el camino. La pandemia actual, la guerra civil, la tormenta, la plaga, y toda nuestra historia de calamidades y sufrimientos, nos están enviando un mensaje, largo, continuo, de siglos, un mensaje que ya es hora que leamos con pulcritud y sin sesgos de ningún tipo. Pero orden y libertad deben conseguirse y sostenerse si al mismo tiempo se desarrollan dos presupuestos propios de su simultaneidad: Identificar nuestra propia razón vital, y un líder, un líder que nos guíe, leyendo y entendiendo tal razón vital, porque, y esto es histórico, sin líder no hay camino. Todos los grandes procesos históricos han sido producto de líderes que guíen, abran los caminos y transformen las sociedades. Argumentos superficiales, románticos, vacíos, mediocres, harán la crítica a esto que digo, pero prefiero decir como Wittgenstein, y también como Nietzsche de alguna manera, que “de lo que no se debe hablar, es mejor callar”. Estos no son tiempos para las mediocridades, y repito con Rahaim, “Estamos para un diálogo trascendental, y no para escarceos de mero lujo”. Quisiera argumentar un poco esto que ahora digo.
El desarrollo y el éxito de las políticas del mercado absoluto, expresado filosóficamente en un liberalismo desbocado, políticas que ahora rigen nuestras sociedades, ¿Qué ha producido? Una sociedad desigual, groseramente desigual, sangrantemente desigual, desigualdad íntimamente ligada a un modelo en el que todas las esferas de la vida colectiva aparecen regidas por una sola lógica, la lógica de la rentabilidad, el beneficio y la competitividad. Estos son los valores reales de nuestras sociedades, la rentabilidad económica, el beneficio económico, y la competitividad en el mercado, valores a los que Fromm designaría como los “no oficiales”, aquellos que no se enseñan en la escuela pero sí se practican en la calle. Si este beneficio económico, si esta rentabilidad económica, y si esta posibilidad de competir, fueran universales, iguales para todos, tales políticas serían justas y convenientes y el mundo no necesitaría que la naturaleza le recuerde que dentro de él hay una creatura ínfima, pequeña, minúscula, limitada, que se llama hombre, y que este debe obrar en acuerdo con el camino y el rumbo que aquella le señale. No es necesario insistir en que esto es así porque ello se demuestra por sí mismo. El accionar del hombre ha provocado un mundo desigual, injusto, y este, al ignorar el mensaje de la naturaleza, y esto más, pretender bobamente ser él quien la dirija, sufre entonces las respuestas naturales como estas que ahora estamos lamentando.
Lo que necesitamos, urgentemente, y ahora me suscribo a nuestro país, es una nueva visión que dé cuenta del mundo, de nuestro mundo, de este mundo que de manera creciente se nos presenta como absurdo, sin sentido, o peor aún, insoportable, este mundo que le da hegemonía absoluta a lo económico sobre la vida misma. Se necesitan otras formas de ver y representar lo existente, cuestionar el régimen de sociedad actual. Se exige, pues, un “dar cuenta”, pero un “dar cuenta de otro modo”, y este “dar cuenta de otro modo” no es cosa de políticos, ni de leyes, ni de economicismos, es cosa de ir al encuentro de una clave que interprete lo que sucede, volcando en ello aquellos “tres únicamente” del hombre, esto es, inteligencia, sentimiento y voluntad, el hombre que intelige sentientemente, logifica, razona, siente y tiende-a.
Veamos esto de la “razón vital”, y del líder que abra el camino de acuerdo con esta. Este concepto de la razón vital aparece ya en Ortega y Gasset. Es oportuno retroalimentarnos de él adecuándolo a nuestra propia “circunstancia”, otro concepto orteguiano. Recordemos un poco: Ortega no estaba contento con su sociedad, con la civilización moderna, que, decía, no había podido sintetizar dos momentos que ha mantenido separados siendo partes de un mismo conjunto, la razón y la vida. Ello había provocado el desgarramiento de la cultura moderna, constituyéndose en “el tema de nuestro tiempo”. “Perdida también la fe en la razón se ve el hombre forzado a hacer pie en lo único que le queda, y que es su ‘desilusionado vivir’ ”, dice el gran filósofo español. ¿No acaso no nos vemos nosotros como ese hombre en su desilusionado vivir porque hemos perdido la fe en la razón y en la vida, insistiendo en “vivir la vida de cada cual”, como nos indica la civilización esta del post-modernismo neoliberal apoyado en la política, en la economía econométrica mecanicista, y en el mercado, quienes “se lavan las manos en la suciedad del contrincante bajo el común denominador del cinismo”, como lo ha definido Zubirats. ¡Razón y vida! Ese es el punto focal de la idea, de nuestra visión, y para ello, debemos vernos a nosotros mismos, escudriñar ese sedimento de siglos que se guarda en nuestro interior profundo para saber qué somos y qué no somos. El cuento mal intencionado ese de la “aldea global” nos ha enredado en un pantano en el que, por ser nuestra aldea realmente local, no nos ha permitido sobrevivir. Hemos buscado ser en los otros, emular a los grandes y a los poderosos, sin tener las condiciones ni la vocación para serlo. Ese es el engaño fundamental, del cual debemos salir.
Es necesario que los salvadoreños vivamos la vida que nos toca vivir, la vida que merecemos vivir. Esto es cosa de la historia, de la cultura, de la fe, de nuestra cosmovisión, que no puede ser resuelta acudiendo a recetas de Rabí. Ese paso no es otro que la búsqueda de nuestra propia razón vital. Hay una pregunta fundamental, que debemos hacernos en primariedad: ¿Somos realmente parte de una aldea global, o somos realmente una aldea local?
Establecer un estado de orden y libertad, bajo el presupuesto de nuestra propia razón vital, encontrada escarbando en ese sedimento de siglos del que hemos hablado, del que hablaba Unamuno, sedimento que encierra en un atanor que es y debe ser sólo nuestro atanor, el lenguaje, la cultura, las costumbres, nuestros mitos, nuestra fe, el cómo vemos el mundo, y con el cual, una vez encontrado, podamos ver el futuro en prospectiva, reinventar el futuro, porque, como ya he dicho, siempre hay tiempo para repensar la vida y el lápiz siempre se acompaña de un borrador.
Esto, ¿Quién puede hacerlo?, ¿Quién puede facilitarlo?, ¿Quién puede ser el guía que abra el camino? Un líder. El país necesita un líder, un líder que haga el camino, pero un líder de verdad, que sepa retomar la nueva visión que le dictan los que piensan, y hacerla realidad. No se trata de retórica, de discurso, de formalidad. Es el momento de la acción. Estamos ante la insoslayable prueba que nos envía la naturaleza, con sus mensajes inequívocos, claros y certeros. Leámoslos bien, adecuadamente, y una vez leídos y comprendidos, pongamos en práctica esa “nueva normalidad” sobre las bases que se han expuesto, no una “nueva normalidad” producto de un nuevo ropaje pero con el mismo cuerpo y el mismo pensamiento caduco y equivocado encerrado en él, sino una “nueva normalidad” que, en orden y libertad, y bajo la guía de un fuerte liderazgo, nos lleve hasta nuestra razón vital.
En una palabra, ¡prioricemos al hombre sobre las cosas!