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El pánico exacerba la discriminación

Alejandro A. Tagliavini*

No creo en los Estados, porque son el monopolio de la violencia con el que imponen sus “leyes”. Son la violencia. Y, sin dudas, a medida que los humanos maduren, desaparecerán al menos en su carácter de imposición policial y militar. Sin embargo, siempre creí que su desaparición sería lenta, hacia el fin de la historia, no antes, pero por la “pandemia” se comportan de manera tan abusiva e infantil que los tiempos se aceleran: crece rápidamente, y es cada vez más radical, el hartazgo de la gente con gobiernos y políticos.

“Vienen los pasaportes mundiales de vacunas”, titula Tyler Durden en el recomendable sitio ZeroHedge, y son llamados el “boleto de oro” para viajar. El operador de embarcaciones de alquiler Panagiotis Mastoras dijo: “Es la forma más segura. Hemos llegado a un punto en el que no puede seguir así”. Algunas empresas privadas, que viven del turismo, están de acuerdo porque lo ven como la posibilidad de que los gobiernos levanten las restricciones y que, aquellos que están en pánico, se animen a viajar al creer que todos están inmunizados.

Y digo creer porque lo cierto es que nunca lo estarán. Entre otros motivos, ni las vacunas garantizan la inmunidad -y sí tienen efectos secundarios- y ya empezaron a circular los test negativos falsificados, y pocos son detectados por la policía. Por cierto, eso demuestra que el Estado induce la ilegalidad, “hecha la ley, hecha la trampa”, dice el sabio dicho popular, sobre todo ante tanto abuso policial.

Países como Grecia, que tienen mucho turismo, esperan recibir nuevamente visitantes, y lidera la promoción de pasaportes para vacunas, o pruebas de inmunidad, en forma de certificados o tarjetas digitales, entre otras naciones turísticas como Tailandia y del Caribe. Y, como las líneas aéreas podrían perder USD 95,000 millones en 2021 después del peor año registrado en 2020, muchas de ellas apoyan “medidas que faciliten” que la gente vuelva a viajar. Singapore, Qatar, American y United Airlines son algunas de las que implementarían estas medidas.

Pero, como señala Durden, aparte de que será difícil encontrar un acuerdo ya que hay gobiernos que no confían en algunas vacunas y otros sí, los pasaportes también son muy discriminatorios. Para empezar, “favorecerán a los habitantes de las naciones más ricas sobre las más pobres donde la distribución de vacunas apenas ha comenzado”.

Sería irónico prohibir a las empresas privadas que discriminen, porque habría que discriminar cuáles lo hacen. Pero ellas deberán soportar esa discriminación porque los pasajeros tendrán la libertad de elegir otra. Pero si lo hace el gobierno obligando a todos a la utilización de pases, entonces se transforma en una violación a los derechos humanos, empezando por el de la propia vida ya que hay muchas personas que, por razones de salud, se niegan a vacunarse.

Han sido astutos los políticos al instalar el miedo para que la gente pida más restricciones -es decir, que aumente el poder de los políticos- por una enfermedad que pareciera no ameritarlo desde que lleva muertos apenas el 0.04 % de la población global, la quinta parte de los fallecidos por cáncer. En cualquier caso, y esta es la clave, grave o no la enfermedad, la sociedad en libertad podría manejar la situación con mucha más eficiencia que los Estados y su proverbial ineficacia y, de este modo, no se vulneraría el derecho humano fundamental de la libertad personal.

*Senior Advisor at The Cedar Portfolio  and Member of the Advisory Council of the Center on Global Prosperity, de Oakland, California

@alextagliavini

www.alejandrotagliavini.com

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