Alejandro A. Tagliavini*
En una columna anterior escribí que el pánico es el arma más eficaz de los autoritarios, nubla la mente y provoca reacciones primarias como la violencia.
La “profecía” se ha cumplido. Las ideas comunistas se han esparcido ferozmente. Y luego, cuando pase la crisis, dirán que la violencia implementada fue exitosa. Con la excusa de coronavirus -al que se culpa hasta de la caída en las bolsas como si vendiera acciones- se han suprimido las libertades individuales y muchas empresas, a medida que el sector privado vaya quebrando, serán estatizadas.
En España, el Gobierno ya intervino la salud privada y algunos exigen estatizar las eléctricas y los medios de comunicación. Francia e Italia estatizarían empresas. Y muchos gobiernos inyectarán fondos astronómicos -solo en EE.UU. US$0.8 billones, el doble del PBI de Argentina- que extraerán de lo que quede del mercado. Y se suspenden elecciones democráticas, como Macron que suspende la segunda vuelta de las municipales.
Pero el pánico, deliberadamente aumentado por los políticos, para ejercer la violencia que no solo destruye a la economía al punto de que morirán por hambre en el mundo cientos de miles de personas, sino millones -muchísimos más de los que morirían por el coronavirus- sino que trae conflictos de todo tipo incluso dentro de las familias.
La psicosis provoca que la gente colapse las guardias, bajan las defensas corporales y se enferman más; además, exageran los síntomas. Y ahora resulta que hacer deporte y respirar aire puro es dañino y se exige que la gente se aliene en sus casas: los siquiatras tendrán trabajo cuando esto termine.
La población asustada pide que coarten libertades y destruyan al mercado. Hasta un destacado economista español considera que funcionaron, durante la gripe española de 1918-1919, medidas como la suspensión de clases, prohibición de aglomeraciones y aislamientos sin tan siquiera plantearse la posibilidad de que las personas libremente, el mercado, la actividad privada controle con eficiencia la pandemia.
Muchos especialistas como Pablo Goldsmith aseguran que este virus no es tan grave y lo cierto es que, aun cuando pareciera acelerarse, todavía provoca veinte veces menos muertos en el mundo que la tuberculosis. Pero no entraré en esta discusión, aunque queda el beneficio de la duda. En cualquier caso, aun si la crisis es tan seria, el Estado no debe avasallar el derecho humano de la libertad.
Si alguien tiene miedo y quiere ponerse en cuarentena, que lo haga, pero no hay derecho a forzar a nadie.
No por una cuestión de principios únicamente, sino porque el mercado (las personas, el pueblo) es quién mejor se cuida a sí mismo porque es quién mejor se conoce y quién más interés tiene en su propia salud que, para un burócrata -bien lo sabemos- es un número de expediente. La ineficacia del Estado en el control de epidemias es harto conocida en la historia. Por caso, cuenta Ian Vásquez que el gobierno de EE.UU. prohibió a los laboratorios privados elaborar pruebas para el virus, e insistió en que el Center for Disease Control and Prevention elabore el único kit aprobado que resultó defectuoso. De esa manera, se atrasó la investigación por un mes.
La actividad libre puede muy bien controlar al virus. En Inglaterra el pánico y la paranoia alentada por los políticos ha provocado que la gente no salga a la calle, pero por decisión propia, no forzados.
Por caso, la epidemia del virus H1N1, en Argentina tuvo 12.477 casos. Un estudio realizado después mostró que más del 70 % de la población tenía anticuerpos, es decir, había sido infectada, pero solo murieron 685 contra 4000 por gripe estacional ese año.
Y sin medidas estrafalarias como cierres de aeropuertos, restricciones a la movilidad individual y mucho menos la abolición de las garantías constitucionales.
También Argentina en 1956 sufrió una epidemia de poliomielitis, afectando alrededor de 6,500 personas falleciendo el 10 %. Fue la gente la que tomó la iniciativa, se lavaban las veredas con lavandina, las familias que podían, precisamente, viajaban a lugares alejados. Al poco tiempo llegaba la “Sabin”, una vacuna creada por la iniciativa privada. Y Argentina fue el primer país libre de polio en América Latina.
Corolario: cuanto más rápido terminen con esta paranoia, exijan que el Estado deje de violentarlos y se cuiden y vivan la vida, más rápido se retirará este comunismo que nos ha invadido.
*Asesor Senior en The Cedar Portfolio y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
@alextagliavini
www.alejandrotagliavini.com
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