Ciudad del Vaticano / AFP
Fanny Carrier
El papa Francisco inauguró el viernes una exposición fotográfica en el Vaticano con ocasión del décimo aniversario de la red internacional de monjas Talitha Kum, que luchan contra la trata de personas y la prostitución.
Para algunas congregaciones se trata de un compromiso que se remonta al siglo XIX.
El diálogo entre la vida religiosa y el mundo de la calle se ha multiplicado desde el inicio del siglo XXI en todo el mundo hasta la creación en 2009 de Talitha Kum, cuyo lema es «Joven, levántate».
Para celebrar su décimo aniversario se organizó en el Vaticano una exposición de fotografías de la estadounidense Lisa Kristine, quien ilustra la labor de esas monjas en todos los continentes durante sus actividades con las víctimas.
La rabia de una joven nigeriana obligada a prostituirse, el llanto de los niños esclavos en Centroamérica, la desesperación de los migrantes en la frontera entre México y Guatemala, el abandono que padecen mujeres jóvenes explotados en Tailandia, son algunos de las muchas caras del grave fenómeno que retrata la fotógrafa.
La red involucra a 2.000 religiosas y cuenta con colaboradores en 76 países, según datos del Vaticano.
Muy involucrado en esa batalla, el pontífice argentino confió en abril las meditaciones de las estaciones del Vía Crucis en el Coliseo a la hermana Eugenia Bonetti, pionera de la ayuda a las prostitutas en Italia.
– Los testimonios de las monjas –
Varios testimonios de monjas que forman parte de la red, recopilados por la AFP, confirmaron la importante labor que realizan en todos los continentes.
«Tenemos religiosas que salen a las calles, pero también a campos de refugiados, escuelas, plantaciones de té, prisiones … Logramos identificar situaciones, hacer prevención, ofrecer ayuda», explicó la hermana Gabriella Bottani, coordinadora de Talitha Kum desde 2015.
La red cuenta con cientos de miembros en India, donde las hermanas capacitan a jóvenes de aldeas y barrios marginales para vigilar y coordinar a fin de salvar niños comprados o secuestrados por las redes.
Las religiosas también apoyan a las personas que desean denunciar las redes, acompañan a quienes deciden regresar a su país y las preparan con formación profesional y asistencia de monjas locales.
La trata de mujeres es «un pulpo con muchos tentáculos, hay que superarlos y mitigar sus consecuencias como sea posible», sostiene sor Yvonne Clémence Bambara, quien dirige un centro de rehabilitación en Burkina Faso.
En Estados Unidos, la hermana Jean Shafer, a cargo de un refugio para víctimas durante seis años, publica un boletín mensual sobre el fenómeno.
«Podemos hablar con personas que tienen influencia, dinero, educación y participación, podemos pasar de los pobres a los ricos», explicó.
Si bien los laicos a menudo aprecian el compromiso de las monjas, algunos trabajadores sociales temen que la posición de la iglesia sobre el aborto afecte su labor.
«Todos estamos en contra del aborto, pero ninguno de nosotras pondrá en la calle a una niña que ha hecho esa elección», subraya la hermana Gabriella.
Por supuesto unir esos dos mundos no siempre ha sido fácil. «Algunas se sienten asfixiadas» en los hogares gestionados por las monjas.
«Para nosotros lo más importante es comunicar. Cómo las vemos, cómo nos ven», dice Gabriella, marcada por una vida pasada en Sicilia, en el sur de Italia.
«Las monjas y las niñas apenas se hablaban allí, todo se decía con los ojos», cuenta.