Por Jean-Louis de la Vaissiere
Ciudad del Vaticano/AFP
El papa Francisco exigió el domingo con motivo de la Pascua que cesen las tragedias y persecuciones en África y Medio Oriente, sale en un clima de violencia en nombre de la religión ensombrecido aún más por la matanza de cristianos en Kenia.
«Que todas las personas de buena voluntad eleven una oración incesante por aquellos que perdieron su vida, pharm y pienso muy especialmente en los jóvenes asesinados el pasado jueves en la Universidad de Garissa, ask en Kenia», dijo Francisco desde el balcón de la basílica de San Pedro antes de impartir su tradicional bendición «Urbi et Orbi».
Jorge Bergoglio, de 78 años, con el semblante pálido y severo, ofició bajo una fuerte lluvia esta misa solemne en la explanada de la basílica de San Pedro.
«Quien lleva en sí la fuerza de Dios, su amor y su justicia, no necesita usar la violencia» amonestó, refiriéndose a los grupos religiosos que recurren a la guerra, pero sin mencionar a los movimientos yihadistas.
Como cada año, se instalaron grandes instalaciones de flores frescas de colores vivos, llegadas de Holanda, que aligeraban el ambiente. A la izquierda del altar, se expuso un gran icono de Cristo.
La multitud se apiñó bajo un mar de paraguas multicolores entre la columnata de Bernini.
Esta tercera Pascua que celebra Francisco desde su elección en marzo de 2013 está ensombrecida por la masacre de los yihadistas somalíes shebab contra estudiantes, en su mayoría cristianos, de la universidad Garissa de Kenia, que el jueves dejó 148 muertos.
«Hoy vemos a nuestros hermanos perseguidos, decapitados y crucificados por su fe en Ti, ante nuestros ojos o a menudo con nuestro silencio cómplice», acusó con tono sombrío el Papa, al final del Camino de la Cruz, el viernes por la noche, al dirigirse a Cristo.
«Señor, apoya interiormente a los perseguidos. Que el derecho fundamental a la libertad religiosa se expanda» pidió el pontífice.
Previamente, en una solemne celebración en la basílica de San Pedro, había sido denunciada «la furia yihadista».
El predicador de la Casa pontificia, el franciscano italiano Raniero Cantalamessa, había recordado a los 21 coptos egipcios muertos asesinados en febrero por un grupo yihadista en Libia, mientras «murmuraban el nombre de Jesús».
El papa argentino también exhortó a la comunidad internacional a que «no permanezca inerte ante la inmensa tragedia humanitaria» en Siria e Irak y «el drama de tantos refugiados». Que «cese el fragor de las armas y se restablezca una buena convivencia entre los diferentes grupos que conforman estos amados países».
Aunque no se refirió a las persecuciones de los yihadistas contra los cristianos, el papa pidió a Jesús «que alivie el sufrimiento de tantos hermanos nuestros perseguidos a causa de su nombre».
También llamó a acabar «con el absurdo derramamiento de sangre» en Libia y pidió que en Yemen «prevalezca una voluntad común de pacificación, por el bien de toda la población».
Acuerdo de Lausana, una «esperanza»
Tras enumerar tales tragedias, el papa sólo destacó un motivo de «esperanza» al referirse al acuerdo marco concluido el 2 de abril en Lausana entre Irán y las grandes potencias sobre el programa nuclear. Deseó que sea «un paso definitivo hacia un mundo más seguro y fraterno».
Francisco no citó a su continente, América Latina, pero sí pidió «paz y libertad para las víctimas de los traficantes de droga» y destacó que «a menudo están vinculados a los poderes».
De la misma manera –prosiguió– el mundo debe librarse de los «traficantes de armas que se enriquecen con la sangre de hombres y mujeres». Asimismo criticó las «nuevas y antiguas formas de esclavitud».
Para el papa argentino, la Semana Santa es un momento intenso y agotador: celebró dos misas el jueves, presidió el viernes el ritual de la Pasión en la basílica de San Pedro y el Via Crucis en el Coliseo. El sábado, celebró la Vigilia Pascual, durante dos horas y media.
Durante esta vigilia, había invitado a los católicos a aprender «de las mujeres discípulas» de Jesús el conocimiento del misterio de la fe.
El papa también explicó que el misterio de Pascua «no era un hecho intelectual» sino accesible gracias a una actitud de humildad.
«Para entrar en este misterio, es necesaria la humildad de inclinarse, de descender del pedestal de nuestro yo tan orgulloso, de nuestra presunción: la humildad de redimensionarse», dijo.
También dijo que para comprender ese misterio se requiere «no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismo, no huir ante lo que no comprendemos, no cerrar los ojos ante los problemas, no negarlos, no eliminar los puntos de interrogación».