José M. Tojeira
Con el título “La buena política está al servicio de la paz”, el papa Francisco nos ha ofrecido un magnífico texto para reflexionar precisamente en estos momentos en que muchos permanecen en un claro estado de ansiedad ante las próximas elecciones. En el breve espacio de un artículo trataremos de reseñar algunas de las enseñanzas que la reflexión papal nos propone e intentaremos también aplicarlas a nuestra propia realidad. ¿Tenemos en El Salvador buena política? Si vemos la violencia generalizada, la corrupción de algunas administraciones, la marginación y la pobreza de tantos salvadoreños, que persiste igual que la desigualdad, es difícil decir que tenemos buena política. Al fin y al cabo, y como decía nuestro arzobispo, la paz se construye sobre la justicia. Y viendo la permanencia de injusticias sociales y la escasa paz social, es difícil decir que tenemos buena política. La política salvadoreña fue buena para eliminar la guerra civil, pero deficiente y en ocasiones nula para mantener la paz interna en su sentido pleno, construida sobre la justicia social.
Entre las bienaventuranzas políticas que el Papa cita, hay una que nos recuerda claramente a Mons. Romero: “Bienaventurado el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical”. Nuestro arzobispo santo repetía con frecuencia que en El Salvador “hay que cambiar las cosas de raíz”. Es una vieja deuda y es evidente que aunque ha habido y hay políticos con este tipo de interés, son los menos. Y los que llamamos generalmente poderes fácticos han impedido cambios que puedan ser considerados simplemente justos en el campo de la educación, de la salud, de la fiscalidad, del medioambiente y del ingreso y bienestar de las personas.
El cambio radical no es, como se ha dicho en algunas ocasiones, “darle vuelta a la tortilla”, sino hacer justicia para todos en los campos básicos del desarrollo humano. Exigir radicalidad a nuestros dirigentes políticos en El Salvador es una obligación ética de todo ciudadano con principios de humanidad. Y desde la fe cristiana esa misma exigencia es una responsabilidad fundamental, sobre todo si entendemos el pensamiento eclesial que, como dice bien Francisco, exige al político “realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad”. En este momento en que estamos al borde de unas elecciones presidenciales, el Papa insiste en que “cada cita electoral, cada etapa de la vida pública, es una oportunidad para volver a la fuente y a los puntos de referencia que inspiran la justicia y el derecho”. A pesar de que nuestra Constitución salvadoreña habla vigorosamente de “el goce de la libertad, la salud, la cultura, el bienestar económico y la justicia social”, no se advierte en los candidatos un compromiso radical en esos aspectos. Y mucho menos parecen preguntarse los candidatos a presidentes en estas elecciones qué puede significar en El Salvador esa frase de María, referida a Dios, con la que Francisco cierra su mensaje: “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.
“La buena política está al servicio de la paz”. Y de esa afirmación el Papa saca una deducción: si es buena y está al servicio de la paz, “respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud”. Francisco sabe que “vivimos en estos tiempos un clima de desconfianza que echa sus raíces en el miedo al otro o al extraño, en la ansiedad de perder beneficios personales”. Si algo nos queda como deuda en El Salvador es lograr que la política genere confianza. Los discursos plagados de generalidades no la generan. Ojalá, gane quien gane la contienda electoral, la reflexión, el clamor de los pobres y las necesidades de tanta gente buena lleve a nuestro futuro presidente y a los políticos en general a desarrollar actitudes y acciones que generen confianza en los ciudadanos de que el futuro es tarea de todos, se construirá sobre los derechos humanos y producirá una paz auténtica y un desarrollo humano en el que la marginación, la desigualdad y la violencia irán desapareciendo de nuestro contexto social.