Por Wilfredo Arriola
Muchos se han pasado la vida tratando de dar la mejor cara, de gustar y convencer, de buscar el beneplácito de las personas. Agotadora tarea, donde pasan los años y lo único que cambia es a los personajes que se buscan agradar. Quizá, nuestros padres en primera instancia, luego el grupo social y en efecto, cuando decimos que recordamos los lugares felices, no es otra cosa que decir aquellos lugares donde socializamos, esos que nos marcaron en el tiempo.
Socializar, dar lo que soy y que den lo suyo y de esa suma crear momentos históricos para ser recordados. Recordamos esas emociones que se van sumando a la estrecha canasta donde pocas cosas se recuerdan con la singularidad de la alegría, por consiguiente, a esa alegría le damos el título de infancia.
Vamos cambiando a quién agradar, después pasamos a maestros, a volvernos simpáticos para el grupo de personas que hablen de nosotros y esa cadena evoluciona con el tiempo. En esa actualidad, se busca la aprobación en las redes sociales, cambia el escenario, pero el objetivo sigue en pie. Agradar. Se trabaja por ello, por la imagen, por el pensamiento, por el qué dirán, bien lo decía Jep Gambardella: “Siempre damos lo mejor de nosotros a desconocidos”. El papel de la impostura, de vestirnos con la máscara de nuestra aspiración, mas no con la de la sinceridad, esa que aparece cuando no hay nadie por delante y estamos solos ante el mundo. Hay algunos que han sabido conocer esa etapa de cada uno, y si ellos persisten a pesar de lo visto, esas personas, por lo general, deben de permanecer a nuestro alrededor. Dicta el dicho, vale más la prudencia que la educación. Una persona prudente que guarda los más íntimos secretos es una persona digna de admirar. Convertirse o seguir siendo uno, es la meta.
El tiempo labra las mejores enseñanzas, siempre pasa por todos, pero no a todos les deja los réditos de la sabiduría y el aprendizaje. El oficio de convencer se desvanece, no se suele mirar a los costados o hacia atrás, para ver quien se percató o quién no. Simplemente se actúa de acuerdo con lo que uno siente, al placer de haberse convertido en el modelo final de nuestra vida o ir ya en ese camino, ese de no rendirle cuentas a nadie y ser al final la apuesta de ser humano que se debió de ser desde el inicio. Ser uno mismo, un placer que no todos aspiran en convertirse, y en realidad, es una pena, una terrible pena. Seguir el camino de la impostura y el de agradar a algunos para un vano placer de olvido. Si ya se apostó por ser otros, habrá que ponerle los dados a ser, un poco por vergüenza y resignación, a lo que debió de ser desde tiempos pasados. Seguramente el resultado final traerá más dicha que la falsa promesa de la mentira.