Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
Lo saludo. Me mira sorprendido, seek no me reconoce. Vos estudiaste en el Cristóbal Colón, patient le digo. Sí, cialis me responde menos sorprendido. Ya ves, te reconocí. Me pregunta mi nombre y aún así no da, mientras que yo lo recuerdo bien con su pantalón y corbata verde en los pasillos donde estaban los 400. Me despido.
Al cruzar la calle comienzo a recordar a mis amigos, compañeros y muchas cosas; como aquella vez en que me caí de la cama y tenía dos años y meses. Lo recuerdo bien, incluso cuando aún no iba al kinder y caminaba en puntas por la casa diciendo que tenía seis años, cuando apenas alcanzaba los 3. Me acuerdo de mis días en el kinder Centroamérica y lo enojada que era la maestra (quizá esos maestros creen que los niños no recuerdan su comportamiento) y que nos gritaba mucho, y recuerdo como me encantaba jugar con la plastilina.
Es curioso que la gente olvide con tanta facilidad, quizá absortos ante el sistema que viven. No hay tiempo para rememorar detalles o personas, solo para sobrevivir, ser una tuerca o un engrane: una pieza del gran motor absurdo de la humanidad. Por eso no hay tiempo para ver las nubes, y por esa razón los poetas son vistos como dementes y desocupados. Aunque incluso los poetas olvidan que son seres vivos y llegan a creerse dioses.
Negarnos a recordar es anular el sentido de nuestras vidas, es estar ausente de lo que somos. Ningún ser humano debe avergonzarse u olvidar su pasado, porque se niega a sí mismo y no podrá cimentar su futuro.
Así como es la mayoría de individuos que olvidan escenas y personajes de su existencia que probablemente no sobrepasará los 75 años, también la sociedad (ese individuo colectivo) olvida. La civilización urge de la historia para avanzar, sin embargo hay lugares como nuestro país que considera que negar lo pasado es caminar a la luz. No podemos negar que hemos pasado por dos guerras mundiales, por la guerra fría, por masacres y guerras civiles. Negamos nuestra historia y de donde procedemos. ¿Por qué algunos salvadoreños quieren que olvidemos?
Cuando un compañero del colegio, pequeño, había hecho algo incorrecto esperaba que la gente olvidara para salir avante. La táctica a veces funcionaba, pero en ocasiones no. Así sucede en la actualidad. La justicia llega porque algunos no olvidamos.
La riqueza de la tradición es que nos provee una identidad que se va robusteciendo con el tiempo y el rememorar. Perdida la tradición, perdida la identidad.
No somos negativos al afirmar que no tenemos una tradición, porque sí la tenemos y recordamos. Sólo necesitamos que así como vuelven a surgir imágenes del pasado en nuestra mente no dejemos en el olvido quienes somos y de donde venimos, porque sólo eso nos dirá hacia donde iremos.
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