German Rosa, thumb s.j.
Si Dios es amor, click la misericordia es el rostro de la ternura de Dios. Amor y ternura de Dios hacia los seres humanos y la creación son las que se manifiestan en la Navidad al celebrar su nacimiento en un pesebre. Movido de misericordia con la humanidad sumergida en el caos de sus egoísmos e injusticias, mind Dios se encarna y se hace hombre para ofrecer un camino de salvación. Toda la historia humana está orientada hacia la salvación, y en ella encontramos los cuadros más dramáticos, pero también los más gloriosos de experiencias humanas que muestran la grandeza del amor y de la misericordia. Si hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, la capacidad de amar y de expresar la ternura en las acciones humanas muestra lo divino de nuestra humanidad. Cuanto más amamos, cuanto más nos compadecemos y tenemos misericordia por las demás personas, y en particular por las víctimas, más resplandece lo divino en lo humano.
Podemos pensar equivocadamente, que la misericordia es un sentimiento que expresa debilidad, fragilidad de carácter, sensibilidad romántica ante los desafíos de la vida, porque no se tiene la fortaleza, ni la virtud de la templanza para encarar las situaciones difíciles o los problemas de la vida. La misericordia es todo lo contrario. Profundicemos su contenido y veamos en qué consiste su fortaleza.
1) Dios tiene entrañas de misericordia y abre una puerta para la liberación
La misericordia revela una sensibilidad extraordinaria que mueve el corazón y se convierte en fuerza transformadora y liberadora. Así ocurrió en la historia de la liberación de la esclavitud del pueblo de Israel cuando estaba en Egipto, un poco más de mil años antes de Jesucristo. La esclavitud llevó al pueblo judío a expresar un gran clamor que Dios escuchó. Él se compadeció de este pueblo, tuvo entrañas de misericordia ante su sufrimiento y lo liberó de la esclavitud. La compasión de Dios, su misericordia liberadora, convirtió a un pueblo esclavo en un pueblo libre. Además, esta ternura de Dios, que se convirtió en un gran relato de Éxodo y que arrancó al pueblo judío de aquel entonces del país de Egipto, lo condujo a través del desierto y lo llevó hasta la tierra de la promesa que mana leche y miel.
Dios es misericordioso pero también el ser humano tiene esta capacidad de misericordia; también el ser humano está llamado a contemplar la vida y la historia con compasión y a cambiar las realidades más ingratas en nuevas realidades más humanas y, para los que tenemos fe en Jesús, en realidades más cristianas.
La misericordia de Dios y aquella que viven los seres humanos es causa de consolación y de júbilo. Así ocurrió en el pueblo de Israel en aquel tiempo cuando se instaló en la tierra de la promesa. Creó una legislación y estructuras sociales para practicar la misericordia, siendo una de ellas el año del jubileo, el año de la gracia. Cada cincuenta años se liberaba a los esclavos, se les daba una indemnización, se condonaban las deudas, las tierras volvían a sus propietarios originales y se recomenzaba una nueva etapa de la historia sin esclavitudes, ni obligaciones económicas o financieras. Era un año de júbilo y de misericordia porque era restaurada la justicia y la fraternidad original de un pueblo que era el Pueblo de Dios.
Pero el mal y el pecado abundaron grandemente en la historia de Israel. No bastaron los profetas, dedicados a recordar la Alianza y su justicia; muchos fueron perseguidos, incomprendidos y se les condenó a muerte; ¡Así como ocurrió con Mons. Romero! Se perdió el sentido del amor y la alianza con Dios. Sin embargo, Dios no perdió su misericordia y compasión con su pueblo. Realizó así el acto de mayor amor y misericordia que puede expresar en la historia: nos dio a su Hijo.
2) Jesús es el primero que abrió la puerta santa para entrar en el Reino de Dios
Dios asumió nuestra condición humana en Jesús de Nazaret, quien se identificó en todo con nosotros, menos en el pecado. Él vino a la humanidad y los suyos no lo reconocieron. No había lugar para Él y tuvo que nacer en un establo. La nueva humanidad nació en un pesebre sobre el que brilló la estrella de la salvación.
Jesús es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Jesús con su vida mostrará cómo es la misericordia y la justicia de Dios personificada. Se compadece de los enfermos y los cura; de los pecadores y los perdona; de los hambrientos y multiplica los panes; de los empobrecidos y les abre las puertas del Reino; de los que no practican la ley judía y les abrió la puerta de la salvación. Jesús mostró el verdadero rostro de Dios que no podemos aprisionar en la religión. Dios es más grande que todos y que todo; pero también, paradójicamente, se hace tan pequeño que se mostró en un judío marginal que se llamó Jesús de Nazaret. Tan grande es Dios que creó el universo, pero tan pequeño que cabe en la palma de mi mano al recibir el sacramento de la eucaristía.
Jesús retomó la tradición profética reflejada en el salmo: “El amor y la verdad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la verdad brotará desde la tierra y bajará del cielo la justicia” (Salmo 85,11-12). En verdad el que tiene misericordia se compromete por la justicia. Así lo encarnó Jesús. Si hay misericordia se puede soñar que el lobo pastará con el cordero, el león comerá paja como el buey, y la serpiente se alimentará de polvo. Si hay misericordia se puede soñar que no habrá mal ni perjuicio entre los seres humanos ni de éstos con la creación (Cfr. Is 65,25).
Jesús abre la puerta a la santidad al proclamar el primer año del jubileo cristiano, declarando el año de gracia al leer en la sinagoga el libro de Is 61,1-3: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).
Pero también, Jesús mismo nos dice que él es “la puerta”; que a través de Él sus ovejas encuentran salvación, vida en abundancia. También dice que es el buen pastor que guía sus ovejas y las protege para que tengan vida: Jesús es para sus ovejas, Pastor y Puerta, de la salvación. Jesús es la puerta para entra al Reino de Dios (Jn 10,9).
El Papa Francisco al comenzar el año extraordinario del Jubileo, ha abierto las puertas santas en la Catedral de Bangui en Centroáfrica; en la Basílica de San Pedro, en la Basílica de San Juan de Letrán y en la Basílica Santa María La Mayor, estas tres últimas en Roma. Pasar por la “puerta santa” simboliza el camino hacia la Puerta de la salvación que es Jesucristo. En Él encontramos el perdón y la misericordia de Dios que nos salva. Peregrinar hacia la “puerta santa” debe ser el símbolo de lo que ya está ocurriendo en el corazón humano.
3) Necesitamos realizar acciones simbólicas de misericordia en el mundo globalizado
Todos necesitamos la misericordia: en la familia, en la comunidad local, en el país. Pasar por la puerta santa para alcanzar la misericordia de Dios significa en consecuencia, dar los pasos para también nosotros ser misericordiosos. Esto solo es posible si nos dejamos cambiar el corazón por Dios y asumimos el compromiso de buscar soluciones a los problemas del mundo globalizado, entre los que queremos destacar:
1) El hambre y la pobreza. Este es uno de los objetivos del milenio al que se han comprometido189 países de la ONU. Sin embargo, no todos los países han cumplido con las metas propuestas de reducir los índices de la pobreza en el mundo y erradicar el hambre del mundo.
2) Los conflictos bélicos del mundo. De manera particular aquellos en la región del medio Oriente, y en estos momentos en Siria, guerra sangrienta en la que ya se cuentan más 220, 000 muertos y más de 3,000,000 de refugiados y la mayoría de las ciudades con una gran devastación.
3) Refugiados y migrantes. Tener un corazón con compasión significa ponerse a trabajar por ellos. Al final de 2015 probablemente serán más de 60 millones de personas en las tres principales categorías de desplazamiento: refugiados, solicitantes de asilo, y personas forzadas a huir dentro de sus propios países. El número de desplazados se ha incrementado principalmente por las guerras en Siria, Yemen y Ucrania. Es el más grande volumen de desplazados en la historia mundial. Actualmente, una de cada 122 personas en el mundo se ha visto forzada a huir de su hogar. Hay más de 28 millones de desplazados en Asia, 17 millones en África, y 7 millones en América Latina.
Resolver el problema de la emigración forzada causada por las guerras y la pobreza, es un tema siempre pendiente y lleva a otros grandes desafíos. El gran reto es el de abrir las puertas del corazón a quienes sufren por tener que abandonarlo todo. Abrir el corazón para dar acogida fraterna al emigrante, a la viuda, al huérfano, etc. Problema que es difícil de solucionar cuando en el primer mundo se cierra las puertas de sus países.
4) La intolerancia religiosa. La misericordia impulsa para dar el paso a la convivencia fraterna entre creyentes que practican diversos credos y religiones. También impulsa a aceptar las diversas opciones políticas que existen en la sociedad para resolver los problemas antes enunciados y otros también importantes de la humanidad.
5) La violencia presente en tantos espacios de la vida cotidiana. Ella se vence si reconocemos que todos tenemos igual dignidad; si se mira con ternura el rostro de las víctimas y se busca la justicia que hoy es más que necesaria para avanzar en la dirección de la salvación histórica de la humanidad. Nosotros en Centroamérica lo hemos vivido; después de tantos años de conflicto armado, se firmaron los acuerdos de paz y ello fue un gran avance, pero hace falta mucho para salir del foso de la violencia cotidiana.
En política internacional uno de los signos esperanzadores del año 2015 ha sido abrir las puertas para el diálogo y el logro de acuerdos de paz en Colombia: es lo que está ocurriendo con el diálogo entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y el gobierno del Presidente José Manuel Santos.
Otro signo esperanzador a nivel internacional son los acuerdos entre Cuba y los Estados Unidos para restablecer las relaciones políticas y diplomáticas; falta todavía levantar el bloqueo económico y comercial de los Estados Unidos hacia Cuba; pero se está avanzando para abrir la puerta comercial y luego, en un futuro no muy lejano, se realizará el levantamiento del bloqueo económico.
Hay muchos otros signos históricos que expresan la misericordia de unos con otros. Lo importante es destacar que este año, que el Papa Francisco ha declarado como año Jubilar para celebrar la misericordia de Dios, nos ofrece la posibilidad de cambiar: ser misericordiosos al interior de la familia y en nuestra sociedad, sin olvidarnos que vivimos en un mundo global que es nuestra casa común.
Para entrar en el Reino de Dios, al final de nuestra vida y de la historia, sólo se puede hacerlo por la “puerta santa” con la llave del amor y de la misericordia. El juicio final, tal como lo dice Jesús, siguiendo la tradición apocalíptica, será el juicio de las naciones, y será un juicio del amor y la misericordia. Los que entrarán al Reino de Dios son los que han amado con ternura y han sido misericordiosos: “Vengan benditos de mi Padre, reciban la herencia del Reino, preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; era forastero, y me acogiste; estaba desnudo, y me vestiste; enfermo, y me visitaste; en la cárcel, y viniste a verme…” (Mt 25, 34ss).
Estamos peregrinando hacia la puerta santa. En cada país, en cada Diócesis, en cada Parroquia, en cada Comunidad Cristiana, estamos llamados a participar del año del jubileo para entrar por la puerta santa. Estamos peregrinando hacia la puerta santa, día a día, lo hacemos simbólicamente en Bangui, en Roma, en San Salvador, en Centroamérica y el mundo. Pero al final de nuestros días, al final de la historia, estamos llamados a entrar en el Reino de Dios por la puerta que se nos abre hacia la salvación definitiva. La misericordia es el rostro de la ternura de Dios y también, del ser humano. La misericordia es nuestra fortaleza para abrir la puerta santa que nos conduce al Reino de Dios, en el presente y al final de nuestra vida, al final de la historia.