Nueva York/AFP
Juliette Michel
Gracias al auge de su producción petrolera, Estados Unidos exporta hoy su oro negro al mundo, empujando a una revisión de la infraestructura en su territorio y obliga a barajar las cartas en el mercado mundial.
Con una extracción diaria que supera los 10 millones de barriles, Estados Unidos se ha convertido en el segundo mayor productor mundial de crudo, detrás de Rusia y por delante de Arabia Saudita. Un apogeo relacionado con las nuevas técnicas que permiten extraer petróleo de esquisto a menor costo.
Frente a esta explosión, Estados Unidos levantó a fines de 2015 la prohibición de exportar crudo existente desde 1975. La oportunidad fue aprovechada de inmediato: en 2017 las empresas exportaron un promedio de 1,1 millones de barriles por día a 37 países.
Mientras Canadá sigue siendo su primer destino, Estados Unidos ha logrado morder una porción del mercado asiático, una región generalmente considerada como territorio exclusivo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y de Rusia. La Opep y Rusia decidieron el año pasado limitar su producción para de esa forma hacer subir los precios.
China se convirtió en el segundo cliente de Estados Unidos.
Las importaciones al mismo tiempo cayeron bruscamente, pasando en 10 años de 10 a 8 millones de barriles por día.
Pero incluso si la producción estadounidense continúa en vuelo, el país no dejará de comprar crudo extranjero en el corto plazo.
La gran mayoría de las refinerías estadounidenses no están diseñadas para procesar el petróleo de esquisto.
Fueron construidas para refinar el petróleo pesado de, por ejemplo, Canadá, Venezuela o México, que compran a bajo precio y revenden con un amplio margen.
«Dado que lleva de cinco a siete años construir una refinería, no se puede cambiar de la noche a la mañana», dice Harry Tchilinguirian, especialista en mercados petroleros de BNP Paribas.
Además, recuerda, las compañías estadounidenses pensaron, hasta el despegue del esquisto alrededor de 2010, que el petróleo provendría principalmente de arenas petrolíferas de Canadá y comenzaron la construcción de oleoductos entre los dos países. «Para hacer nuevas inversiones, deben estar seguros de que su elección seguirá siendo buena en siete años».
¿Por qué aumentar también la capacidad de refinación en Estados Unidos, donde la demanda de energía probablemente se comprimirá en los próximos años?
Edad de oro
«Estados Unidos no puede volverse completamente independiente del petróleo extranjero», asegura Tchilinguirian. «La idea de una ‘edad de oro de la energía estadounidense’ defendida por Donald Trump no es sólo llegar a ser menos dependientes. Es también empujar a la industria de la energía a proyectarse al extranjero», agrega.
Las compañías estadounidenses están construyendo por tanto oleoductos y terminales para enviar su oro negro al mundo.
El proyecto más emblemático actualmente es el del puerto petrolero de Luisiana (Loop), la única terminal en Estados Unidos capaz de acoger buques cargueros con capacidad para transportar hasta 2 millones de barriles. Fue utilizado por primera vez en febrero para exportar -y no importar- crudo.
Más al oeste en la costa del Golfo de México, el puerto de Corpus Christi planea dragar sus aguas para recibir buques más grandes.
Según varias estimaciones, Estados Unidos podría teóricamente ser capaz de exportar, a mediano plazo, de 4 a 5 millones de barriles por día.
La pregunta es qué mercados pueden absorber todo este crudo.
Para John Coleman, de Wood Mackenzie, Europa es el destino más lógico, al menos hasta 2022. «Las refinerías europeas son más compatibles con el crudo ligero estadounidense y los costos de transporte son menos importantes», explica.
Sin embargo, la demanda también puede extinguirse en los próximos años.
Si Estados Unidos se las arregla para mantener un precio suficientemente competitivo para compensar el tiempo y el costo de transporte adicional, podría redirigirse a Asia.
Especialmente, considerando que los países de África Occidental y Oriente Medio deberían construir más refinerías en su territorio y, por lo tanto, limitar sus propias exportaciones.
Pero, dice Coleman, si bien «la cuestión de la infraestructura petrolera en Estados Unidos aún está en suspenso, es el tema del momento. Aunque muchas inversiones se han anunciado, sin duda harán falta más».