EL PLACER DE LA MONTAÑA
Por: Wilfredo Arriola
Una de las mejores formas para encontrarse es de dejar atrás todo aquello que nos distrae, incluso de uno mismo. Viajar es una aventura, acomodar la maleta, entrar en el terreno de la improvisación, suponernos al infortunio, también es parte. Elegir la ropa, el calzado, los lentes de sol, todo lo humano de emprender el viaje. En ese camino el placer aumenta, porque la alegría siempre es estar a punto de… la ansiedad se vuelve estrecha a nuestra piel.
Si nos olvidamos del placer de la novedad y la naturaleza, es como si renunciáramos a una buena parte de lo majestuoso de la vida. Mirar desde lo alto, sucumbir a la nueva brisa, entrelazar el cansancio con la fascinación, desde lo alto y saber que a pesar de estar arriba siempre hay otras etapas de la altura, y eso le viene bien a la humildad del saber.
Caminar es una de tantas formas de terapia para acallar nuestra consciencia, para poner en orden el escritorio mental, otra es entrar en meditación y en ocasiones, la suma de las dos se vuelve la misma, solo que en movimiento. Caminar, ascender en las veredas, percatarse de los pequeños caminos, detenerse en la flora, en la fauna que se deja ver. Descansar debajo de un árbol, limpiarse de si mismo, que ese árbol comparta su alma con la nuestra. Como la antigua tradición refiere que Buda se iluminó bajo una higuera, más conocido como el Árbol de Bodhi, árbol que según en 1876 fue destrozado por un rayo, devastando lo que quedaba de él, 5 años más tarde un arqueólogo de la época, sembró otro, en reemplazo de ese ejemplar tocado por la divinidad de la reflexión. Generando una tradición para la practica de la iluminación.
Por momentos cuando se atraviesan esos umbrales de la desconexión del Yo, y en alguna actividad dejamos a un lado la asociación de la vida, en esos momentos la lucidez y la creatividad afloran. Estar en contacto con la naturaleza siempre es un encuentro y es probable que en esa intervención no nos percatemos de muchas cosas de nosotros mismos. El placer esta en el viaje y volver es la conclusión de ese placer, volver para contar, para aportar al renovado que somos, junto a los demás.
Mirar alrededor, detenernos en la grandeza y en ese paso, también fijar la mirada en nuestra compañía, quienes se suman a este viaje y definir que estar rodeado por ellos no es ninguna casualidad, que entre tanto espacio el mundo confabulara para que pudiéramos compartir el mismo aire, a pesar de la homogeneidad, tener otra mirada y coincidir. Basta la propia, como la identidad, para dar de la personal una nueva forma de entender la vida, y que los demás en la suya abonen otro peldaño del saber, del mirar. De ladrillo en ladrillo se construyen los muros, de hoja en hoja los árboles, de anécdota en anécdota el pasado. Hay días que pasan a nuestra historia personal. Todo es irrepetible, la montaña y su placer nos dan esas ideas, de saber, que esta aquí es un regalo. Compartirlo para crecer aun más, es repartir ese regalo.