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El plagio y la cultura

José M. Tojeira
José M. Tojeira

José M. Tojeira

La semana pasada leíamos que el primer premio en los Juegos Florales de El Salvador había sido retirado por haberse comprobado que el libro de cuentos presentado al concurso había plagiado un buen número de cuentos de diversos autores. El tramposo, treat que no puede llamarse de otra manera, purchase resultó respondón. No dudó al decir que su plagio es en realidad una protesta social y un modo de señalar la incompetencia de la Secretaría de Cultura. Y aunque es cierto que no es tan difícil, sovaldi y menos hoy, descubrir un plagio, no es menos cierto que el hecho de que no se descubra no significa necesariamente ineficiencia o inutilidad de la persona o la institución dañada, sino espíritu de trampa y desvergüenza de quien realiza el acto. Si el premio incluye además un reconocimiento económico, no hay duda de que hubo una estafa y deseo explícito y claro de estafar.

Este tipo de acciones no se da solamente entre nosotros. Algunos ministros europeos han tenido que dimitir recientemente porque sus tesis doctorales tenían plagios parciales. La tendencia a privilegiar la apariencia y lo fácil sobre el esfuerzo personal, y la lenta y dificultosa tarea de crear e innovar, está presente en este mundo virtual en el que el éxito se busca con frecuencia a cualquier costo. Entramos así en la cultura de la satisfacción inmediata del deseo que caracteriza a nuestra época individualista, tan pendiente del consumo como camino privilegiado para incluirse en el mundo del brillo y de la brillantina.

Los efectos en El Salvador de este tipo de cultura los tenemos a la vista. Somos uno de los países con mayores índices de consumo a nivel mundial, si comparamos nuestra producción como país con nuestro consumo. Es el consumo, junto con el dinero que lo posibilita, casi el único medio de inclusión en los beneficios del desarrollo. Con un sistema de salud muy poco equitativo, a pesar de los avances en cobertura, con una educación que no ofrece a nuestros jóvenes ni la posibilidad ni la calidad suficiente para una integración adecuada en la vida social, con un sistema de pensiones excluyente de las mayorías, y con una ley de salarios mínimos insultantemente discriminadora, a una considerable proporción de nuestra gente sólo le queda el camino del consumo para sentirse integrado en la sociedad. El cómo conseguir el dinero para el consumo acaba volviéndose secundario, ante la necesidad de sentirse integrado en un esquema en el que, además, muchos de quienes están en la cúspide dan ejemplos claros de conseguir dineros de maneras fraudulentas.

Después la trampa y la mentira se transforman y maquillan. Nadie se hace rico en la presidencia de la república, aunque después viva bastante mejor que antes de acceder a la silla. La Corte de Cuentas ha funcionado hasta hace poco como una especie de clínica de belleza financiera, especializada en el maquillaje de actos de corrupción y al servicio de funcionarios del Estado. El ejemplo de los de arriba remite siempre hacia abajo, y nos muestra a estos pequeños aprendices de brujo con las mismas pretensiones que sus maestros: darnos atol con el dedo y decirnos que la trampa es buena y que la sinceridad es pésima. A final estos seudoprofetas terminan diciéndonos algo importante: que se pueden afirmar barbaridades con tranquilidad en nuestro país porque en realidad no hacen más que reflejar las situaciones que a otro nivel más alto funcionan no sólo con impunidad sino con el apoyo de la indiferencia ciudadana.

Incluso en política, la cultura del plagio se impone con facilidad. Porque también es una forma de plagio la de proponer a la ciudadanía la crisis de Venezuela como una especie de profecía de lo que según estos seudoprofetas sucederá aquí si gana el FMLN. Ya hace cinco años, cuando Venezuela estaba en el esplendor de los precios del petróleo, se nos decía de parte de los plagiadores de eventos internacionales, que si ganaba el presidente Funes quien en realidad gobernaría El Salvador sería Chávez. La profecía no se cumplió y ahora inventan otra, no porque les interese la democracia o el sufrimiento de Venezuela, sino porque les interesa tener poder en El Salvador. Poder y la ventaja que da el poder para hacer negocio.

La cultura del plagio, que este pobre muchacho defiende como acto de protesta, no es más que la cultura del aprovecharse del otro, la repetición en pequeño de las derivas antidemocráticas de élites extractivas que con tal de engordar económicamente no les importa el bien ajeno. Nada hay más bello en el mundo que la capacidad de admirar la belleza que otras personas tienen o producen. Pero por supuesto sin tratar de fagocitar en beneficio propio, la creatividad, el trabajo o la belleza de los demás. Citar, apreciar, alabar, es humano y enriquece a todos. Plagiar, apropiarse del trabajo ajeno, presentar como propio el esfuerzo de otros es romper ese espíritu solidario que hace a la humanidad humana.

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