Lourdes Argueta
Abogada
“Pueblo chico, infierno grande”, así reza el dicho popular que se aplica a nuestro pequeño país, altamente vulnerable y donde se vive un infierno de contradicciones sociales, políticas, económicas, culturales, ambientales, y así sucesivamente… donde los trastornos de la crisis de la democracia liberal burguesa se ve expresada en confusiones, incertidumbres, incredulidad y falta de un paradigma que responda a las aspiraciones de desarrollo social y colectivo, que, entre otros vacíos, crean un entorno que se presta para la imposición de un régimen político que en nombre de la “democracia” seduce, adormece, entretiene y enreda a una buena parte de la población.
Efectivamente, ese es el reflejo de lo que produce ese tipo de democracia “representativa”, con liderazgos que se representan a sí mismos y sus intereses de clase, que mediante la manipulación mediática y social legitima su actuación arbitraria y autoritaria para hacer y disponer en “nombre del pueblo y su bienestar”. Eso es, en general, en cualquier sociedad donde impera la concepción desnaturalizada de la democracia, donde una elite política hace lo que le venga en gana, inconsultamente con la población que lo eligió, desde una concepción estrecha sobre el poder de decidir de las grandes mayorías y desde una cultura paternalista del Estado, pero paradójicamente a eso le llaman democracia.
Ahora, en nuestro país hay un debate sobre la amenaza de la explotación minera anunciada por el presidente, frente a la oposición natural de los ambientalistas y de la población más consciente y de quienes viven en lugares aún más vulnerables, mientras que otra gran parte de la población muestra no solo indiferencia, sino desconocimiento de lo que ello puede implicar, lo que también es propio de una mal llamada democracia, que subsiste precisamente por esos vacíos de participación estimulada por un sistema alienador que les hace ver y sentirse ajenos a sí mismos y a los problemas de la sociedad, lo cual es ventajosos para los que tienen el poder institucional de decidir por todos.
Una verdadera democracia promueve el debate, la reflexión, el análisis y cuestionamientos propios de las miradas colectivas respecto a un mismo tema, como una forma de legitimar con las mayorías una decisión. Sin embargo, eso no podemos esperarlo de quienes buscan imponer sus intereses económicos con el beneplácito tácito de estos sectores que guardan silencio y se excluyen del debate mientras viven y anochecen en su individualidad y desenfocados de los intereses colectivos como nación.
Otra forma en cómo se fortalece esa imposición es con otro buen porcentaje de la población que de manera fanática, asume una posición de promoción y defensa de cualquier cosa, sin ningún criterio más que por fe, por creer ciegamente en quien les ofrece el reino de los cielos aquí mismo, en medio de este infierno social de contradicciones.
Lo importante es que este tema de la minería promueve un ejercicio necesario para el tránsito de un tipo de democracia viciada, contaminada y manipulada, hacia la construcción de los cimientos de una democracia auténticamente popular, participativa y generadora de pensamiento crítico y propositivo, autogestora y defensora de una sociedad donde valga la pena vivir, como decía nuestro recordado líder de la izquierda salvadoreña, Schafik Hándal.
Esa democracia participativa a construir es <porque siempre lo ha sido>, la democracia de los pobres, la democracia de las mayorías, de los sin voz, de los descalzos, de los que no ostentan ningún tipo de poder extraordinario, más que el poder de su identidad, de su conciencia social e identidad de clase.
La democracia participativa es nuestro verdadero poder, y no por gusto ese tipo de democracia no se promueve, sino que por el contrario, el sistema ejerce múltiples formas de dominación social y cultural, para evitar que el pueblo defienda y construya su verdadera democracia; por lo que es ineludible relacionar la concepción de democracia con la construcción de poder, para comprender desde la izquierda cuales son las tareas inmediatas de este periodo histórico, confuso y altamente adverso, por las siguientes razones: uno, la falta de identidad y definición ideológica de nuestra lucha, dos, la subestimación al ejercicio de pensar, estudiar, analizar, investigar y debatir sobre las bases teóricas y científicas revolucionarias, la falta de espacios para la articulación de esfuerzos que nos permitan desarrollar una estrategia de construcción de poder y la fragmentación como resultado de lo anterior.
Necesitamos que la lucha social se desarrolle, que más y nuevos actores se sumen, comprender nuestro papel en este momento y como contribuir al desarrollo y crecimiento de una nueva generación de luchadores sociales que continúen enarbolando la construcción de una sociedad y una democracia de nuevo tipo.
Por eso es importante los posicionamientos de líderes comunitarios, ambientalistas, religiosos, y de distintos sectores de la sociedad salvadoreña, frente a este tema y otros de interés nacional, los cuales deben ser escuchados y tomados en cuenta para una decisión. Lamentablemente, de acuerdo a las reglas del juego de la democracia “representativa” de los intereses de la burguesía, de los ricos, de los dominantes, de los que ostentan el poder institucional del Estado, aquí lo que cuenta es el poder transferido de las mayorías a una elite política que desde la representación legislativa goza del poder para decidir indiscriminadamente por todos.
Ese es el poder de imponer, de decidir por todos inconsultamente y justificándose en argumentos vacíos y viciados, valiéndose de una mayoría parlamentaria producto de la alienación de la voluntad popular, confundida y manipulada, que desconoce su verdadero poder, y solo delega y confía en cualquier individuo o fuerza que con el poder de las ideas y símbolos convence, sin que esto último pase el filtro de la honestidad, transparencia, ética y moral para conducir.