Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Ana Frank, cialis la encantadora niña judía, thumb que escribió uno de los testimonios más hondos de la crueldad en medio de una sanguinaria época, dijo en una ocasión: “Dejar que el tiempo resuelva nuestras dudas y dolores es mejor que tratar de cortarlos impacientemente”. Y esto es una lapidaria verdad.
¡Cuántas veces somos víctimas de nuestra falta de dominio! ¡Cuántas veces, permitimos que la antítesis de la paciencia, esto es, la ira, tomé funesta posesión de nuestra mente y emociones!
No es extraño, entonces, que escuelas místicas como los Rosacruces, atesoren dentro de sus dieciséis signos secretos, como el primero, a la paciencia.
Así, leemos en una de sus sugerentes publicaciones: “La primera y más importante victoria de los estudiantes Rosacruces es el dominio de sí mismo. Es una victoria sobre el ´León´ que ha herido amargamente a unos pocos de los seguidores Rosacruces. El León no puede ser vencido mediante un ataque salvaje e irreflexivo, sino que debe ser vencido mediante la paciencia y la fortaleza. Los verdaderos Rosacruces intentan vencer a sus enemigos mediante la gentileza. No prodigan imprecaciones, sino ardientes brasas de Amor sobre la cabeza de los demás. No persiguen a sus enemigos con una espada o con varas, sino que dejan crecer la flor con el maíz hasta que ambos maduran y son separados por la Naturaleza”.
El diccionario de la Real Academia Española, nos señala sobre el significado de la palabra, en su primera acepción: “Capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”. Y es que desafortunadamente, vivimos en un mundo de prisas, donde creemos que todo debe pensarse y ejecutarse con la velocidad de un rayo. La reflexión, el tiempo necesario para que el fruto madure, no se considera. Se valora la “carrera”, la capacidad de responder de forma inmediata.
Recuerdo a un alocado funcionario que se encontraba obsesionado por evacuar cuánto antes cualquier solicitud que se le hiciera. Poco importaba en sí, la calidad de la respuesta. Lo importante era desembarazarse a como diera lugar del encargo, que veía como una amenaza a sus más personales ocupaciones.
La paciencia no es una virtud de los débiles, de los que no tienen más remedio que esperar –confiados- a que los problemas se resuelvan por sí mismos. Al contrario, como bien decía Plutarco: “La paciencia tiene más poder que la fuerza”. Mucho de lo que verdaderamente significa un cambio sustancial en pro de efectivas mejoras individuales y sociales, no ocurre por revolución, sino por evolución. Los cambios radicales, por lo general, suelen tener a la base una terrible fragilidad.
Desde luego, la paciencia se inicia con el ineludible Yo. Ya lo afirmaba San Francisco de Sales: “Ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo contigo mismo”.
Basta comprobar cómo marcha la insensatez todos los días: en las filas del tráfico vehicular; en los rostros azorados de las transeúntes que se atropellan en las calles y avenidas de las ciudades; en el transporte colectivo; en el afán de pisotear al otro, para que sea yo, el que llegue primero; para que sea yo, el que reciba, sin ningún merecimiento, el mejor obsequio.
En estos tiempos tumultuosos, y en cualquier tiempo, buena es la paciencia, capaz de librarnos de los más acechantes peligros ¡Hagamos el esfuerzo por practicarla!