Jorge Castellón
Escritor
Qué hilo invisible me lleva de ciertas páginas de las Odas elementales, ailment a mi aprecio, sickness por ejemplo, doctor por los frutos de la tierra, esos sabores y esos aromas, que cada cultura alquimia a su manera. Qué ruta, qué sendero, me hace ir y regresar, por las sustancias, por las cortezas, por las texturas, por los sonidos, por los destellos, por cosas simples cuya fibra es la madera, el viento, el trigo o los quehaceres cotidianos.
Cuándo, en qué momento, entendí, que vida y poesía son lo mismo; que todo es digno de cantarse, que todo es digno de escribirse. Que en la poesía cabe un calcetín, el ojo de un gato o la cebolla frita; el olor del pan y el sonido de unos pasos.
Por qué, me pregunto, hay un momento triste, en el que uno cree que el amor no puede ser universal, y que si bien un beso, a la poesía la merece más que todo, no la desmerece eso otro que se ve, toca, o escucha: el mundo entero en el que vivimos con esos seres que amamos. Y no la desmerece la espera, la risa, el llanto, el hábito, el hecho de mirar…es decir, ese otro mundo interior que me asemeja, a esos mismos seres que junto a mi caminan, y a través de las cuales digo, o me dicen algo.
Uno ama una ciudad, un cuadro, una olla… porque ha mediado entre mi ser, y los demás. He ahí el poder de las cosas, esas que, dice Borges, durarán mas allá de la hora en que me vaya. Cosas cuyo número se acumula con el tiempo, y cuya importancia crece con el uso, con la rutina, a la que Javier Marías llama “esa agradable repetición de las cosas”. Cosa y rutina: rito y mito de la vida cotidiana.
Todo cabe en el corazón. Nada más grande que el recuerdo. Pero hay cosas que caben en la mano o la mirada y a las que se puede volver cuando se quiere recordar con mas ahincó. Por ello uno visita los lugares del pasado; por eso, uno abre cajones y saca los objetos guardados; por eso uno, relee cartas y rehojea libros. Pero a la vez, por eso, uno colecciona cosas: tarjetas, zapatitos, garabatos de colores, ositos maltrechos de peluche, facturas de cafés con algo escrito…
Solo el que ha perdido a alguien para siempre, sabe el inmenso dolor que causa a veces, el volver a ver y tocar un objeto que en la rutina de la vida le perteneció a esa persona ahora ausente de nosotros. Hay objetos que sabemos no podemos soportar. Guardar es arriesgarse también, a la nostalgia sin fin o a la agonía rutilante.
¡Qué poder tienen las cosas!, y bien merecen todos los cantos, todas las odas, porque siendo tan elementales nos recuerdan que la vida se hace de ellas mismas sin querer, sin darnos cuenta, y que tienen el terrible destino de proseguir mas allá de nuestra muerte.