Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Uno de los poetas más geniales de la lengua española es el nicaragüense Alfonso Cortés (1893-1969). Pocos como él han llegado a esas profundidades metafísicas, cialis sale esotéricas, sale místicas, malady propias de la gran poesía de todos los tiempos.
Mi encuentro con Cortés, el poeta loco, ocurrió en octubre de 1983, cuando compré una antología de sus versos, realizada por Ernesto Cardenal, bajo el sello de EDUCA, fechada en 1970. Esto ocurrió en uno de los pisos del ya antiguo edificio de la Corte de Cuentas de la República, donde la librería universitaria, junto a otras oficinas, estaba instalada por el cierre forzoso del campus de la Universidad de El Salvador, realizado por el gobierno y los militares de la época.
Ese día bajé las gradas muy emocionado. Ya que, desde la primera y rápida lectura, advertí estar frente a una poesía demencial, aérea, misteriosa. Fue tal mi fascinación, que un año después publiqué un artículo juvenil exaltando a Cortés, en el desaparecido boletín “Pregón”, órgano informativo de la Asociación Salvadoreña de Trabajadores del Arte y la Cultura (ASTAC), gremial a la que pertenecía. Dicha publicación la redactábamos escritores y artistas.
Gracias a la aparición del texto, dos miembros directivos, me convocaron a una particular reunión, donde me interrogaron por las motivaciones del escrito, además de indicarme la conveniencia de escribir –mejor- sobre autores considerados “comprometidos”, y no sobre estos poetas. Los que me llamaron “al orden”, se convertirían, muchos años después, uno, en Vice Ministro de Educación, del tercero de los últimos gobiernos de derecha; y la otra, en ferviente empleada gubernamental. No creo que ambos sean ya tan dogmáticos, como lo eran en 1984. Poco de ese enfermizo dogmatismo de juventud debe primar, al paso del tiempo, sea de la naturaleza que sea. Pero sí, hay que reconocer, que los prejuicios ideológicos y políticos, tanto de tirios como de troyanos, fueron absolutamente descalificadores e intolerantes respecto de la obra literaria y artística que no cabía en sus propias orejeras.
Situaciones como éstas nunca hicieron cosquillas al propio Alfonso Cortés, loco rematado, desde la edad de treinta y cuatro años, allá en su colonial León, de altas y grandes casas de hermosos tejados, patios con jardines; e intensos coros de ruidos y silencios, que se colaban por entre los barrotes de su ventana, susurrándole –extraordinariamente- sobre la maravilla y miseria del mundo. Y es que Alfonso, estuvo engrilletado, por sus ataques de furia, en la misma casa (como cuenta Cardenal) en que vivió su niñez y primera juventud, el voluminoso Rubén Darío.
Una poesía magnífica, la del poeta Cortés, donde el análisis estilístico de manual, que identifica improntas del romanticismo, del postmodernismo, del simbolismo, vuela superficialmente sobre la médula de estos versos, dictados por la lucidez que sólo provoca la extrema locura de Dios. Estado que sumerge a Alfonso, en el mar complejo de las revueltas sensaciones. Poesía escrita antes y después de su “locura”. Éxtasis, que sólo alcanza a traducirnos mediante su ritual de palabras.
En lo que a mí concierne, cielo y tierra pasarán, pero la auténtica voz de los grandes, no pasará. Tal es así, que esta música de Cortés- poema Ventana- hoy como ayer, seguirá arrullándome gratamente: “Un trozo azul tiene mayor/intensidad que todo el cielo, / yo siento que allí vive, a flor/ del éxtasis feliz, mi anhelo./ Un viento de espíritus, pasa/muy lejos, desde mi ventana,/dando un aire en que despedaza/su carne una angélica diana./Y en la alegría de los Gestos,/ebrios de azur, que se derraman…/siento bullir locos pretextos,/que estando aquí ¡de allá me llaman!”.