Por Mauricio Vallejo Márquez
Tal vez no toleraba el polvo acumulado entre aquel tesoro, pero mi curiosidad hacía que no importarán los inconvenientes. Ante mí se presentaban cientos de revistas, paquines, almanaques, enciclopedias y libros. Tenía mis juguetes para divertirme, pero en aquellos fines de semana en Tonacatepeque no existía mejor entretenimiento que aquellas páginas que hacían más amplia mi realidad.
Me envicié con los almanaques. Tenían tanta información que sólo la comparo con el internet y las enciclopedias virtuales de este tiempo. Pero en esos días, era información sumamente valiosa. En el Externado nos hacían aprender los países de los distintos continentes, sus capitales, banderas y monedas, además de la geografía y otras cosas. Todo aquello estaba en esas páginas aunado a datos interesantes como el día que nació Julio Berne.
Ya tenía una afición por el conocimiento. Mis obsequios de parte de mi abuela Josefina eran versiones del Mío Cid y La Odisea. Mi tía Alba sabía eso y me regalaba también libros con biografías de personalidades históricas. Es increíble cuanto puede influir la gente de tu alrededor y tu entorno. El amor por los libros me surgió porque mis abuelos maternos y paternos le daban importancia, invertían en enciclopedias y otras obras. Mis dos abuelas eran profesoras y sabían la importancia de los libros.
Aunque escuchaba el desprecio por los libros y la lectura de por mis compañeros de colegio, yo me fui sumergiendo más en la lectura, al punto que mi voracidad me llevó a leer innumerables libros al día. Me sentí seguro de eso cuando fui capaz de leer Andanzas y Malandanzas de Carlos Rivas Bonilla en una tarde. Es posible, me dije. Y comencé a proponerme a leer un buen número de libros. Además de entretenerme comencé a sentirme mejor persona y la vida, como en esas tardes de polvo y almanaques se fue volviendo más ancha y seductora. Buscaba más y más.
Cuando me percaté que aquellas lecturas robustecían mi deseo de ser escritor no pude contenerme y fui atraído mucho más. Después los años comenzaron a menguar el deseo y me fui sumergiendo en la cotidianidad y llegué a pasar meses en los que no leía completo un libro. Aquello me entristecía. Sentí que me traicionaba a mí mismo, que dejaba de lado mi pasión. Pero el tiempo y la voluntad pueden llegar a unirse como sucede con el mar y la arena en la playa.
Leer es como alimentarse, poco a poco vamos robusteciendo nuestra personalidad y conocimiento, nos educamos, aprendemos y nos volvemos otros, justo como le sucedió a Zaratustra cuando dejó su hogar para subir la montaña y tras el paso de los años decidió bajar donde los hombres a compartir lo cultivado. Un día será esa alborada para todos.
Mtro. Mauricio Vallejo Márquez
Licenciado en Ciencias Jurídicas
Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000