Carlos Burgos
Ricardo Macías era otro amigo especial de Cojutepeque a quien llamábamos Caite, no rx muy popular en el área del deporte y la cherada.
Sus primeros estudios los realizó en esta ciudad y los siguió en la Escuela Militar, sildenafil que no llegó a completar pero hizo muchos amigos. Después ingresó a la Escuela Normal Alberto Masferrer, cheap en San Salvador, donde jugó fútbol en la categoría estudiantil pero también estudió.
Jugó en el equipo de fútbol Cuscatlán de Cojute por mucho tiempo, le gustaba la posición de portero, aunque era nervioso pero suplía al guardameta titular Tarzán. Cuando jugaba y no le metían gol se sentía muy orgulloso. Llegó a ser director técnico del Cuscatlán con buenos resultados en la segunda categoría y la de ascenso.
Después continuó con el equipo Cojutepeque en primera categoría como director técnico auxiliar y encargado de la preparación física de los jugadores. Levantó a este equipo varias veces cuando estuvo a punto de descender, incorporó refuerzos nacionales y extranjeros.
Era estricto con la preparación física de los jugadores. Les exigía realizar los ejercicios que él soportó en la Escuela Militar. Correr para adelante, para atrás, para los lados, tirar patadas, lanzarse al engramado, avanzar de panza como lagartija, hasta que un jugador de primera categoría se le rebeló y le dijo: puta, Caite, si no estamos entrenando para guerrilleros. Tuvo que carcajearse y bajó el peso de los ejercicios. También fue director técnico auxiliar del equipo Juventud Olímpica, le decían Caiterone porque el técnico titular era Quarterone.
Fue líder entre la muchachada futbolera, jodarria, cherada y mal hablado, pero quién no lo era en ese ambiente. Le agradaba emplear la palabra reverendísimo, de modo que a sus amigos les decía: reverendísimo bruto, reverendísimo tonto, y a veces estas últimas palabras las cambiaba por otras de significado soez. Algunos se le enojaban, pero él no se daba por aludido.
Trabajó de maestro en el Grupo Escolar Néstor Salamanca, donde además de su sección, atendía las actividades deportivas, entrenaba con entusiasmo a sus alumnos. Llegó a ser subdirector de ese centro educativo. En el Instituto Nacional Walter Tilo Deininger fue profesor de Educación Física, y logró formar un equipo que fue campeón en la categoría estudiantil.
El Caite era excelente percusionista, le encantaba tocar los timbales, batería y tumbadoras. Preparaba con entusiasmo a la Banda de Guerra del Grupo Escolar y durante varios años obtuvo el primer lugar entre las bandas de los centros educativos de la ciudad.
Por un tiempo papá Caite entrenó a su hijo a quien llamaba Chicato para convertirlo en portero, le exigía que cayera en cuatro patas como gato, pero el muchacho caía con platanazo porque él quería ser luchador y no portero.
Estuvo a punto de caer en la adicción licorera, fue practicante asiduo por algún tiempo, pero ya mayor, con ciertos achaques, se retiró de tal recreación perniciosa.
Cuando tenía su Imprenta Gráficos Berthold sobre la cuarta calle Poniente en Cojute, lo visitaba para que me elaborara la portada y encuadernara los textos de secundaria. Me entregaba un trabajo de buena calidad. Enseguida trasladó su imprenta para San Salvador, estuvo sobre la calle 5 de Noviembre. A veces me lo encontraba en algún supermercado, ya mayor pero siempre optimista y cherada.
En cierta ocasión nos conducíamos en nuestros vehículos, él iba adelante, en el centro de San Salvador. El semáforo se puso en rojo, nos detuvimos, le hice señal por el retrovisor, quería saludarlo y no me reconoció. Entonces seguí despacio, muy despacio y… topé el bómper de mi vehículo al de él y de inmediato se bajó enojado, echando chispas, y caminó hacia mi vehículo, al instante le dije:
–Hola, Caite – con alegría.
–Puta, Negro, me vas a matar de un susto.
Y rápido nos carcajeamos porque el semáforo ya estaba en verde.