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El privilegio de la vista

Carlos Alfredo Valladares

Algunos deshojamos el último día de 2020 con una panoplia de inquietudes y resquemores y abrigando alguna esperanza (esa ave inasible) en que el año nuevo sea menos aciago que el viejo. Otros más entusiastas asumen el 2021 como el fin de un ciclo y el inicio de uno nuevo, como si el fin de año fuese una suerte de compartimento que tras cerrar las esclusas del pasado abriese las compuertas de un futuro descontaminado de ayer. Y hay quienes han entrado al nuevo año con los ojos cerrados, acaso sin reparar en ello, cifrando en ese acto toda una declaración de intenciones.

No es para menos. 2021 se avizora como un hermano gemelo del año 2020, que en los anales de la historia nacional y mundial figura ya como un mal año (codo a codo con otros años nefandos como 1914, 1929, 1932, 1939, 1945, etc.). Lo que no sabemos aún es si será el gemelo malo o el bueno o en todo caso el menos malo. Sea como fuere, no se trata de hacer cábalas aquí, importa destacar que en este año que empieza a rodar nos jugamos mucho. Quienes han entrado al 2021 con los ojos cerrados tienen sobradas razones para hacerlo. La pregunta de rigor es cómo harán para caminar con los ojos cerrados. ¿Se decidirán a echar un paso y andar a tientas o se quedarán plantados al suelo, inmovilizados?

Porque cerrar los ojos es casi como estar dormido. Cuando nos echamos a dormir la mayoría (excepto los sonámbulos y ciertos bichos raros) apagamos los ojos y ponemos en reposo el resto de sentidos. Abandonamos por unas horas el territorio de la vigilia y entramos al ignoto coto del sueño. Es un estado en el que la razón baja la guardia y el ensueño se libera de sus amarras. Cuando cerramos los ojos para no ver ocurre algo semejante: la razón se agazapa en el matorral. No es que se eche a dormir, pero el efecto de esto puede ser tan monstruoso como el que sentenció Goya. No sucede lo mismo con los ciegos, para quienes la falta de visión no es un acto voluntario –salvo alguna rara excepción, y la necesidad de moverse en el espacio invisible mantiene su razón en un estado de alerta permanente. Prueba de que mantienen intacta su razón son los prodigios de los que algunos de ellos son capaces.

Nada inocente tiene pues inducir la invidencia, ya que supone privar a una persona de un sentido fundamental. La vista es un privilegio del que gozamos por naturaleza y mal haríamos en abdicar de él. Cabe recordar que en una de las diatribas presidenciales, llamadas eufemísticamente conferencias de prensa, que tuvo lugar al inicio de la pandemia en nuestro país, el jefe del ejecutivo invitó a la audiencia a cerrar los ojos y echar a volar su imaginación. No era un acto inocente, evidentemente. Pues los ojos son los ojos de la razón (y en no menor medida del placer, hay que decir). Ante un morrocotudo peligro como lo es el coronavirus lo menos que se puede hacer es cerrar los ojos y esperar que pase o imaginar cómo desaparece por arte de birlibirloque.

Mucho está en juego en nuestro rabo de tierra. Una plétora de peligros se abaten sobre nuestras cabezas en 2021, de modo que conviene mantener los ojos bien abiertos para aquilatar lo visto y distinguir así lo que es real y ficticio, lo que es verdad y mentira. Entre estos demos por descontado la pandemia y sus efectos nocivos en los distintos órdenes de la vida nacional, la criminalidad y los males endémicos de nuestra atrabiliaria tierra, y pensemos por un momento en las elecciones legislativas y municipales que se avecinan.

Es un hecho que la alianza de partidos gobernante lleva una ventaja apreciable en la próxima contienda electoral. De las encuestas de opinión practicadas hasta ahora la mayoría, por no decir todas, le conceden la llave de las mayorías legislativas, lo que supondría que esta alianza tendría bajo su inmediato control dos de los órganos fundamentales del Estado y la posibilidad de cooptar progresivamente los órganos de control del sistema político y convertirse, pues, nada más ni nada menos, que en partidos hegemónicos. Si nos atenemos a lo que sucedió en el pasado, cuando un partido enconchabado con otros partidos o en solitario consiguió captar los órganos del Estado (pensemos en ARENA, en el PCN de los gobiernos militares –el FMLN, a pesar de haber gobernado en dos períodos presidenciales, no logró ser partido hegemónico), sabemos cómo termina esto.

Conviene por estas y otras saludables razones mantener despierta la razón, no cerrar los ojos para evitar tropezar de nuevo con la misma piedra.

  

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