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El Problema

Orlando de Sola W.

Muchos salvadoreños consideran que el problema de El Salvador es el comunismo y otros que el capitalismo. Otros creemos que el mercantilismo; un sistema de organización social que se basa en ventajas, favores y privilegios, y que tiende al monopolio-oligopolio, rechazando la competencia, es el problema.

Mas allá de sistemas y organizaciones, sin embargo, somos nosotros, los salvadoreños, el problema fundamental. Los verdaderos culpables del fracaso nacional somos nosotros, los que por falta de misericordia, compasión y entendimiento, nos alejamos del progreso, el bienestar y la paz, que es una especie felicidad colectiva. Como no se trata de buscar culpables, sino de encontrar soluciones, el castigo que merecemos debe ser reflexionar sobre ello, con la esperanza de poder mejorar.

Que diferente sería El Salvador sin tanta ira y pereza; sin tanta envidia, codicia y soberbia. Si abundara la compasión, la confianza y el optimismo my distinto sería. Pero aquí, como en otros lugares, el sistema socio-político y económico refleja lo que somos. Y es inútil culpar al comunismo, o al capitalismo, cuando somos nosotros los responsables del fracaso nacional.

Si las personas, no el sistema ni las organizaciones, somos el problema, lo que corresponde es mejorar como humanos. Pero antes debemos reflexionar desde   el punto de vista antropológico, psicológico y sociológico sobre las creencias, costumbres y maneras de entender la realidad que han generado nuestras tan encontradas cosmovisiones.

Por razones equivocadas, a veces coincidimos en algunos temas. Uno de ellos es el concepto de valor trabajo, propuesto por David Ricardo, aceptado por Carlos Marx y vigente hasta nuestros días.

Tanto en Washington como en Moscú esa teoría es aceptada, desde antes de la Guerra Fría (1945-1991). En los centros de poder se siguen valorando las cosas (y las personas), sin considerar la teoría del valor subjetivo, que se basa en apreciaciones individuales.

Los precios, sin embargo, no son reales, ni justos, porque en nuestro medio se fundamentan en relaciones de poder, no en acuerdos voluntarios y pacíficos entre partes contratantes, la oferente y la demandante. Y ese acuerdo final que llamamos precio no lo es porque depende mas de las relaciones de poder y de situaciones monopólicas que de la subjetiva apreciación individual, en competencia limpia de oferentes. Por ello la violencia, la estafa y el engaño se han vuelto parte del sistema de rescates y extorsiones, que no podemos llamar precio, sino delito. Esa es nuestra indignante realidad.

Otra teoría que contribuye al desentendimiento es la del lucro, que depende de la plusvalía. Algunos sostienen que el lucro y la plusvalía son fuentes de discordia, pero otros insisten que son señales para ayudarnos a determinar donde, y en que rubros, invertir los ahorros y riqueza acumulada.

La tercera teoría, la de la explotación, fluye de la plusvalía y el lucro. En conjunto, esas teorías sirven para determinar el valor de las cosas y las personas, que en muchos casos se sirven del poder para imponer condiciones contractuales que desvirtúan la libre contratación.

Todos los sistemas mencionados, el comunismo, el capitalismo y el mercantilismo, inciden sobre nuestra manera de pensar y hacer Y recordemos que las ideas tienen consecuencias. Pero nosotros, como humanos, también podemos incidir sobre los sistemas y organizaciones. En ese sentido, son preferibles nuestros pensamientos y sentimientos positivos; no tendientes al odio, la envidia y la pereza, sino a la confianza, el optimismo y la misericordia. Solo así podremos defender nuestros derechos desde el sistema y la organización que merecemos.

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