José M. Tojeira
Uno de los problemas más graves de El Salvador apenas se trata ni discute en los grandes medios de comunicación o incluso en los foros de debate nacional. Es el grave problema de desigualdad que padecemos. Y es que en general quienes dominan el debate nacional son precisamente quienes mantienen al país en la desigualdad. Se puede decir que la desigualdad ha disminuido en los últimos años. La clase media ha aumentado en número y una mayor cantidad de salvadoreños han salido de la pobreza. Pero aunque estos datos son ciertos, click el problema de la desigualdad continúa siendo uno de los mayores problemas de El Salvador. Probablemente el mayor si se advierte la serie de derivaciones nocivas que tiene. Porque en efecto la desigualdad vivida como natural alienta la cultura de la violencia, advice de la corrupción y del autoritarismo. Incluso en la medida en que la desigualdad aumenta con respecto a mujeres y jóvenes, se perpetúan problemas graves como el del machismo o la discriminación de los jóvenes, que con frecuencia deriva en deseos de migración o de afiliarse a grupos delictivos que otorgan una variante de la autoestima y aparentemente libera de la humillación recibida.
En el debate algunos suelen decir que la desigualdad no genera violencia, porque hay países con mayor pobreza que el nuestro y son menos violentos. El mismo hecho de que la desigualdad haya disminuido podría convertirse en un argumento en contra de la vinculación entre violencia y desigualdad. Sin embargo una cosa es que estadísticamente haya descendido la desigualdad y otra que la población haya percibido ese descenso. Al contrario, la realidad propia de El Salvador ha propiciado que la conciencia de la desigualdad crezca. En efecto, el desarrollo de El Salvador, con sus Centros comerciales, con sus exclusivas colonias de lujo, con la tala de árboles pulmón de San Salvador y de todo el país para propiciar edificios cuyos apartamentos valen más de 200.000 dólares muestran de un modo cada vez más evidente la desigualdad respecto a los barrios marginales de la ciudad. Algunos edificios, como Multiplaza y la torre de apartamentos de lujo que flanquea el centro comercial, están construidos en frente del barrio La Cuchilla, una marginal con viviendas en las que abunda la lata y el cartón. La misma tendencia y apoyo desaforado al consumo hace que la gente sea cada vez más consciente de las desigualdades. Por si esto fuera poco, una cuarta parte de los salvadoreños viven en Estados Unidos. Prácticamente no hay salvadoreño que al menos no tenga algún primo en dicho país. Es fácil darse cuenta de que entre nosotros hay gente que vive al estilo de los ricos norteamericanos, mientras los pobres tienen, por ejemplo si trabajan en la zafra, salarios mínimos de 50 centavos la hora. La diferencia es notable con los 7.25 dólares la hora que es hoy por hoy el salario mínimo en Estados Unidos.
Y así nos encontramos en El Salvador con la paradoja de que al mismo tiempo que ha descendido relativamente la desigualdad, ha aumentado la conciencia de la misma. Evidentemente eso sólo puede pasar cuando, a pesar del descenso, se mantienen altos índices de desigualdad. Incluso la clase media, que es la que más ha crecido, mantiene una vulnerabilidad muy fuerte. Una parte de esta nueva clase media se encuentra todavía trabajando en medios informales o semi formales. Una enfermedad grave, la violencia existente, un terremoto, puede devolverles rápidamente a la pobreza. A pesar de haber salido de los censos oficiales de pobreza, se siente pobre e insegura. Que alguien les diga desde situaciones de privilegio alejadas de su situación que ellos ya no son pobres, simplemente les da risa, cuando no cólera.
Pronto el Gobierno, y es una buena noticia, presentará los resultados de la medición multidimensional de la pobreza. En este tipo de medición, que se fija más en las privaciones y carencias de la familia que en el ingreso, el número de pobres asciende en torno a los 8 puntos frente a las mediciones hasta ahora tradicionales. Algo parecido sucedió en México, donde conviven ambas mediciones. Y por supuesto no significa que la medición en base a ingreso y canasta básica esté mal hecha, sino que es otro modo de acercarse a una pobreza que naturalmente es siempre relativa a bienes. Se miden en ambas bienes diferentes, y por ello debemos contemplarlas como complementarias. Aunque pobreza y desigualdad no son estrictamente lo mismo, esta nueva medición puede ayudarnos, además de a planificar mejor las políticas públicas, a reflexionar con mayor amplitud y claridad sobre las diferencias y desigualdades sociales que sufre El Salvador.
Cuando decimos que la violencia es hoy el mayor problema de El Salvador, estamos reflejando el sentir y opinar de la mayoría de los ciudadanos. Como problema inmediato que nos afecta y nos duele a todos podemos decir que es cierto. Pero la opinión pública, con todo lo que tiene de interesante como fuente de análisis y de diseño de políticas, no siempre da en el clavo de los problemas. Desde hace tiempo sabemos que detrás de la opinión pública hay una maquinaria que tiende, no siempre con éxito, a construirla. Si detrás de los grandes medios de comunicación, y con poder absoluto sobre ellos, están quienes pertenecen a ese uno por ciento de la población que están en la cúspide de la desigualdad y conviven a gusto con ella, es lógico que sus medios no favorezcan el debate sobre la misma. Si al mismo tiempo esos mismos dueños pertenecen por simpatía o por afiliación al principal partido de oposición, no es difícil comprender que utilicen la criminalidad como una especie de dardo envenenado contra el gobierno, sin mencionar esa causa principal de la violencia que se llama desigualdad y en la que ellos están metidos de lleno. Para ciertos sectores parece más importante fabricar la opinión pública que buscar un acercamiento serio y objetivo a la realidad. Y por supuesto las fábricas de opinión no sólo tienen sede en ANEP o ARENA, La Prensa Gráfica o el Diario de Hoy, o en el emporio televisivo del grupo Eserski. También el FMLN carece de interés o no tiene arrestos para insistir en el tema de la desigualdad. Cuando hablemos un poco más de la desigualdad, con sinceridad y paz conseguiremos más fácilmente entendernos, construir un país más justo y pacífico, e incluso encontrar caminos más eficaces para vencer la violencia y el crimen.