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EL PROCESO (El sexo intelectual de K)

Carlos Anchetta,

Escritor

A mí siempre me ha parecido extraño que un hombre tan enfermo, tan débil y tan difícil de clasificar, escribiera un libro tan adelantado a su época, un libro tan rico en matices y colores, a pesar de la lluvia y el invierno de Praga; un libro tan simbólico, un libro totalmente opuesto a su autor y sus pretensiones humanas. Basta solo leer los diarios y las cartas, y ver las fotografías de Kafka, donde siempre tiene una mirada triste, por no decir moribunda, ajena a este mundo, para darnos cuenta del espíritu desamparado del gran autor checo, hombre vapuleado por su padre; un hombre cobarde a todas luces, hombre desganado y telúrico, un hombre envejecido por innumerables vejaciones a las que se entregó con aparente estoicismo.

Albert Camus sugiere que Josef K, el protagonista de El proceso, fue condenado a muerte por su falta de asombro. Y es lo más probable. A pesar de que le parece todo absurdo y surrealista, vaya términos para la época, lo que menos hace K es asombrase y abatirse del todo por lo delicado del asunto en el que ha caído sin él buscarlo. Después de iniciarse el proceso en su contra, donde es detenido e inmediatamente dejado en libertad (aquí empieza el absurdo), Josef K le da poca importancia a lo que pueda traerle de malo a su vida dicho proceso, atendiéndolo solo cuando estima que debe hacerlo.

Cuando al fin se decide atender el problema y va al edificio desvencijado donde el tribunal tiene sus oficinas, se comporta, según el tribunal, de forma altanera y orgullosa, llegando a desacreditar incluso el poder de la organización que lo procesa por un delito del cual se siente inocente. Su defensa es lógica, pero no para el tribual que lo empieza a seguir más de cerca al considerarlo uno de los casos más singulares y a él uno de los procesados más peligrosos. K no sabe lo que hace (¿quién podría saberlo en medio de esa pesadilla?) y decide despedir a su abogado y defenderse él mismo. Piensa que el asunto no puede ser tan grave, que él mismo puede manejarlo, que saldrá bien librado. Hasta ese momento no pensaba que pudieran condenarlo a muerte, lo que finalmente termina haciendo el tribunal. Josef K entonces comprende, en el último hilo de lucidez que le queda, cuando los oficiales del tribunal lo llevan a un arrabal y mientras le clavan un cuchillo de cocina en el corazón, que está siendo muerto como un perro.

Muchos kafkianos aseguran que El proceso es una novela abierta, inacabada, inconclusa, que le falta por lo menos cien páginas. Yo opino exactamente lo contrario. La novela está acabada, terminada, cerrada. ¿Cómo no va estar cerrada si el protagonista, el héroe desgraciado, muere a manos de sus verdugos? ¿Qué esperaban que escribiera Kafka después? ¿Querían que reviviera a Josef K? ¿Que revelara la identidad del tribunal y de todos sus esbirros? Entonces El proceso ahora no sería El proceso. No hubiese llegado hasta nuestros días. No hubiese tenido ese espíritu de pesadilla, de claustrofobia, de absurdo, de moderno y de vigente.

Si no he leído mal la versión española, que todos asegura bastante fidedigna del original, donde además se agregan las páginas de sus diarios donde el autor se queja de sus fallos y de lo mal que le parece la historia, además de que esa versión también agrega los fragmentos omitidos en la edición original, si no he le ido mal esa versión, insisto, la novela está cerrada, terminada, acaba, así el mismo Kafka se refiera a ella en sus diarios como una novela inconclusa.

Yo creo que Kafka se refería que tenía que seguir trabajándola, puliéndola, quizá tenía que rescribirla por completo, como hacen todos los novelistas. Nunca dijo que estuviera inacabada en el sentido literal de la palabra. Esto lo prueba que a Max Brod, su amigo y editor, le fue confiado un montón de cuadernos desordenados, no una versión definitiva. Kafka escribía por periodos bien definidos, en cuadernos y libretas donde cabía la posibilidad de algún descuido, como le ocurrió con la hora en que iba a encontrarse Josef K en la catedral con el italiano, una incoherencia temporal. Max Brod lo tachó en la primera edición, por considerarlo un error, pero muchos aseguran que Kafka lo hizo a propósito para demostrar la confusión interna de K. Lo cierto es que a todas luces es un error, un descuido. No hay nada en la acción de esas páginas que nos inciten a pensar lo contrario. ¿Pero qué podemos achacarle a Kafka? Absolutamente nada. ¿Quién no se ha equivocado al intentar escribir una novela? Solo aquellos que nunca lo han intentado podrían achacarle un despropósito a Kafka.

Pero yo no he escrito estas páginas para hablar de la estructura y de si está acabada o no El proceso. He tomado este título con la intención de hacer un pequeño comentario acerca del sexo en la novela, algo que pocos o quizá ningún estudioso de la obra de Kafka ha querido ver  o comentar. Eso es en realidad lo que me ha movido a tomar este título de entre tantos otros que siempre están entre mis favoritos.

Concretamente son cinco episodios en la novela que sugieren una alta dosis de sexo. La primera se da al inicio del segundo capítulo, cuando el narrador habla de las manías y costumbres de Josef K. Dice que después de salir del banco a eso de las nueve de la noche, K daba un corto paseo, luego se iba a una cervecería donde permanencia hasta las once, donde se sumía en una tertulia con unos parroquianos quisquillosos. Inmediatamente después el narrador dice que K, una vez por semana, iba a la casa de una muchacha llamada Elsa. Esta muchacha trabajaba de camarera en una taberna hasta altas horas de la noche y durante el día solo recibía en su cama a sus visitas. A sus clientes, para ser más precisos. Esta afición de K por las putas continúa a lo largo del relato sin que él o el narrador lo digan. Lo delata su comportamiento con otras muchachas, como por ejemplo con la señorita Bürstner y con Leni, a quienes le vimos tratar quizá como trataba a Elsa, a quien nunca conocimos, por desgracia. Pero el trato entre una prostituta y un cliente, dirán todos, es de sobra desembarazo, y K pensó que así eran todas las mujeres. Con la señorita Bürstner se equivocó, no así con Leni, que era de la misma especie de Elsa. No es necesario enumerar las cosas que hacía K en compañía de Elsa. Solo podemos decir que su dinero de funcionario de banco era bien restituido.

El segundo episodio sexual se da precisamente con la señorita Bürstner. Una noche K espera a la muchacha para disculparse por la invasión que hicieron los esbirros del tribunal en su habitación. Él lo cree estrictamente necesario. Después de muchos minutos de espera, la señorita Bürstner llega del teatro y K le solicita una audiencia. Ella se resiste, pero K es por demás obstinado en su propósito. Suben a la habitación de ella y en medio de la incertidumbre de ser observados por los vecinos, K la besa en la frente y pocos segundos después se abalanza sobre la muchacha y la ataca a besos en la boca y en todo el rostro, como un animal sediento, dice el narrador excitado. Era imposible en estas circunstancias que Josef K no tuviera una erección y que al acostarse pensando en la muchacha no decidiera complacerse. Pero vamos, eran un hombre y una mujer, y habían actuado en su legítimo derecho.

El tercer episodio erótico-sexual se da pocas páginas después, cuando K se presentó por segunda vez y por voluntad propia en las oficinas del tribunal. En la puerta se encontró con la mujer de un ujier, un pobre diablo que sufría con el puesto que tenía su mujer en la organización. La mujer era tomada cada vez se les daba la gana, sobre todo por el repugnante Bertold, el estudiante. Aunque a K no le perecía una mujer atractiva, sentía por ella una rara atracción, y no era otra que sexual, aunque no lo diga él ni el narrador. Después de enseñarle algunos libros en la sala y de decirle que tenía unos ojos bonitos, la mujer queda en total evidencia con K. Poco después aparece Bertold, el estudiante. El hombre se acercó y discutió un poco con K, después tomó a la mujer como si fuera una muñeca de trapo y corrió con ella en hombros hacia la escalera como un poseído. Fue una acción sexual primitiva, dirán algunos bromistas. Y es verdad. La mujer le dijo a K que no podía hacer nada contra eso, que el maldito estudiante la llevaba con el juez instructor, Dios sabe a hacer qué cosas. Pero antes, seguro, Bertold, se iba a divertir un poco con la mujer del ujier.

El cuarto episodio tuvo lugar en la casa de Huld, el abogado que iba a defender a K. El abogado tenía a una enfermera de nombre Leni, que tendía a excitarse con todos los procesados que visitaban la casa del abogado enfermo. Para acortar este episodio, demás está decir que mientras el tío de K y el abogado discutían su defensa en una habitación lóbrega y senil, él y Leni se comían a besos y arrumacos en una habitación contigua, sin haber cruzado más que un par de palabras. K tenía experiencia con este tipo de mujeres y rápidamente puso a Leni en sus piernas e hizo, aunque no lo dice el narrador, lo que su sexo le dictaba.

La quinta escena de tipo sexual que hay en la novela es sin duda la que nos sugiere, aunque no asistamos a una sesión propiamente desglosada, el improvisado estudio de Titorelli, el pintor de los jueces del tribunal, que tiene en su edificio un harén de niñas mugrosas que le han dado más de un servicio. La curiosidad y la forma de oprimir sobre el pintor de las niñas a cualquiera le hace pensar que su trato es más que vecinal, más que de formas toscas, como él trata de explicarle a K. Estas niñas a su corta edad son prostitutas consumadas, y llegan a subir a una categoría superior, quizás, abandonando la casa, le explica el pintor a K mientras recuerda el retrato que le hizo a una de ellas cuando vivía en el edificio.

Estas son las escenas sexuales más visibles de la novela, escenas por demás interesantes si nos fijamos bien. No basta solo mirar el absurdo, la pesadilla, lo irracional del proceso de Josef K, también hay que ver sus manías, sus fobias de colmena, sus brillos de levita. Hay que ver el hombre que fue Kafka o mejor dicho K, al hombre con deseos por demás reprimidos e insatisfechos por su incorregible manera de falsear.

 

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