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El proceso y la condena a muerte de Jesús, memoria peligrosa de las víctimas (Parte I)

German Rosa, s.j.

Los juicios del Sanedrín y de Pilato a Jesús los podemos representar como una balanza inclinada a favor de la sentencia de muerte del justo antes, durante y después de la condena. La injusticia ciega de quienes llevaron a Jesús al gobernador Pilato, y la pretendida inocencia de Pilato al entregar a Jesús, dieron lugar al veredicto y a su pena de muerte.

1) La sentencia de muerte de Jesús está plagada de terribles injusticias

Es importante recordar que el proceso llevado a cabo para crucificar a Jesús está plagado de terribles injusticias. El sumo sacerdote y los miembros del Sanedrín, interrogaron a Jesús, y se basaron en testimonios falsos para que fuera condenado a muerte. De hecho, dos falsos testigos lo acusaron de haber dicho que podía destruir el tempo y reconstruirlo en tres días (Cfr. Mt 26,59-61; Mc 14,57-59). El sumo sacerdote lo acusó de blasfemia y de haber reivindicado una dignidad a la que no tenía derecho: aquella de Rey, Mesías e Hijo de Dios (Cfr. Mt 26,63-68; Mc 14,61-65).

La sentencia de muerte no la podía ejecutar la autoridad judía, por eso lo condujeron a Pilato, el gobernador, para que lo condenara a muerte y fuera crucificado. Los cargos llevados en contra de Jesús ante Pilato eran muy diferentes a los cargos adjudicados en el juicio del Sanedrín. Ante Pilato fue acusado con este argumento: “hemos encontrado a este alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey” (Lc 23,2).

Pilato no encontró razón para matar a Jesús, así que lo envió a Herodes (Cfr. Lc. 23,7). Herodes ridiculizó a Jesús, pero queriendo evitar la responsabilidad política, lo envió de regreso a Pilato (Cfr. Lc 23,11-12). Pilato argumentó que Jesús no tenía ninguno de los delitos de los que le acusaban (Lc 23,13-16). En un esfuerzo final por soltar a Jesús, Pilato ofreció que el prisionero Barrabás fuera crucificado y Jesús liberado, pero fue en vano. La turba gritó que Barrabás fuera liberado y Jesús crucificado. Pilato se lavó las manos pero entregó a Jesús para que fuera crucificado. Mandó azotar a Jesús, tratando de aplacar la animosidad de los judíos. La flagelación judía era un castigo terrible y posiblemente consistía de 39 latigazos. Pilato concedió la demanda de la turba judía y entregó a Jesús (Lc 23,16-25). Los juicios de Jesús representan la máxima mofa de la justicia. Jesús, el hombre más inocente en la historia del mundo, fue sentenciado y condenado a morir crucificado (Cfr. Mc 14,53-15,20; Mt 26,57-27,26; Lc 22,54-23,25; Jn 18,12-19,16).

Jesús padeció este acontecimiento agónicamente. Su actitud, sus palabras y su silencio, desenmascararon toda la estratagema de su condena de muerte. Jesús desenmascaró la religión del Sanedrín, y la actitud de Pilato que rindió tributo a su dios el César, mostrando de esa manera, que se realizó un juicio absolutamente condicionado que lo sentenció a muerte. Y este acontecimiento constituye una parte fundamental de la memoria peligrosa por excelencia de los condenados injustamente en la historia de la humanidad. El teólogo Roland Maynet lo expresa de esta manera: “Jesús no tiene necesidad de hablar porque ellos se juzgan a sí mismos con sus propias palabras: sin darse cuenta, ante Jesús ellos se declaran culpables de las instigaciones de las cuales lo acusan. Juzgado por todos, Jesús hace que acaezca la verdad de cada uno, que abra la boca o calle; Él se revela así como su propio juez, su verdadero Rey” (Meynet, R. 2002, La Pasqua del Signore. Bologna: Centro editoriale dehoniano, p. 276).

2) La “memoria passionis” desafía y vence el mal de la historia

Esto tiene gran importancia en nuestra sociedad y en otras, porque recupera la memoria concreta de los que han sufrido de manera semejante la experiencia de Jesús. Y en el presente, después de los conflictos armados, nos recuerda la urgencia de la justicia transicional, la reparación de las víctimas para encaminarnos a la reconciliación y la pacificación.

El recuerdo de Jesucristo y de los justos condenados injustamente, se convierte en una forma de resistencia y una espuela que pone en crisis todas las formas de organización social e institucionales que causan víctimas.

Es fácil suponer que para Pilato era más absurdo un mundo con el Dios que predicó Jesús, que un mundo con el mal sin Dios. Probablemente Pilato habría increpado a Jesús que el Dios que predicó quería eliminar el mal pero no podía, porque no podía liberarlo de la muerte, o podía liberarlo pero no quería. O no podía y no quería. Y si Dios quiere y no puede eliminar el mal e incluso salvar a Jesús de la muerte, entonces el Dios de Jesús es impotente. Este es un razonamiento que se escucha frecuentemente cuando culpamos a Dios ante el enigma del mal. Si se plantea el argumento desde la lógica del amor de Dios, se puede pensar que si Dios puede y no quiere acabar con el mal entonces Dios no nos ama; si no quiere y no puede hacerlo no es Dios bueno y además es impotente; y si puede, ¿por qué entonces existe el mal y Dios no lo elimina?

En realidad, Dios nos creó libres y para la libertad. Pero, el mal no es creación de Dios sino del ser humano por el mal uso de la libertad. Desde esta perspectiva, el ser humano tiene una capacidad real y una posibilidad de error y de hacer el mal. Sin embargo, el ser humano es constitutivamente capaz de hacer el bien. Nos percatamos que hay dos polos que atraen al ser humano, el de la positividad del infinito al que tiende, y el de la finitud que lo marca. El desacuerdo íntimo entre el polo de la infinitud y el polo de la finitud explica la vulnerabilidad constitutiva del ser humano que es falible. La falibilidad es lo que posibilita el mal moral, este es el punto de menor resistencia por donde el mal puede penetrar en el ser humano. De esta posibilidad a la realidad del mal hay un salto. Y el mal moral mayor que podemos constatar en el proceso y la condena de Jesús es la sentencia de muerte a Dios, al justo, terriblemente marcada por la injusticia y por la idolatría al poder del César. Recordemos lo que dice el evangelio de Juan: “Desde entonces Pilato trataba de liberarlo. Pero los judíos gritaron: si sueltas a ese, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César” (Jn 19,12). Pilato se enfrentó ante la posibilidad de liberar a Jesús o entregarlo para que fuera crucificado. La disyuntiva es: Jesús o el dios César.

El mal se muestra seductoramente y de manera enigmática como tremendum (tremendo) y fascinosum (fascinante). La libertad es seducida y afectada por el mal como posibilidad real. Y en el caso de la pena de muerte a Jesús, el gobernador Pilato está enceguecido por el tremendo poder del César, y la fascinación seductora del poder. El mal uso y el abuso del poder conducen a la idolatría del mismo, que ha causado una infinidad de víctimas en la historia de la humanidad. La muerte de nuestro Señor Jesucristo en la cruz es terriblemente impactante. Pero más grande es el amor de Dios que se revela al entregarnos a su Hijo (Cfr. Jn 3,16), y tan gran grande es el respecto a la libertad humana que Dios tuvo, que no intervino para que su Hijo no fuera crucificado. Una intervención divina sería negar la posibilidad para que el ser humano pueda elegir. Sin embargo, la muerte es vencida en la cruz y no tuvo la última palabra.

3) Los relatos del Crucificado, memoria evangélica peligrosa para quienes causan las injusticias…

Los evangelios son testamentos de fe de las primeras comunidades cristianas que nos transmiten la buena noticia del Reino de Dios que Jesús predicó, su obra, su pasión, su muerte y resurrección. En la Cruz Dios estaba salvando y reconciliando al mundo. Sin lugar a dudas el mal es lo que Dios rechaza, combate y vence en la cruz de Jesucristo (Cfr. Rom 8,24), sin olvidar que el ser humano todavía es asediado, y estará amenazado por el mal hasta el final de la historia. Mientras tanto la respuesta al problema del mal es un combate y la esperanza de una victoria. Antes de acusar a Dios como el causante del mal, hay que actuar ética y políticamente contra el mal.

Sin embargo, el mal es arbitrario e injusto por la diversidad de modalidades que lo dota de un rostro multiforme y no se puede incluso resolver solo con la acción humana. Junto a la respuesta práctica humana se necesita una sabiduría emocional, una espiritualidad auténtica, enriquecidas por las ciencias, la filosofía y la teología. En definitiva, la libertad vulnerada o afectada induce al ser humano a practicar el mal. Existe la iniquidad que convierte al ser humano en culpable y en víctima: culpable del abuso de su propia libertad y víctima del mal que trasciende su propia realidad humana. Recordar la condena de un justo a la cruz recupera y acepta la negatividad del mal y la injusticia de la historia de la humanidad. Y nos posiciona en el camino del reconocimiento de lo real para establecer un horizonte de solidaridad universal con las víctimas de la injusticia y de los pueblos crucificados por los males morales de la violencia, la miseria, la guerra, la discriminación, el racismo, etc., porque la “memoria passionis” nos libra del peligro de una espiritualidad y un cristianismo desencarnado (Cfr. Metz, J. B. 2009. “Memoria passionis”. Un ricordo provocatorio nella società pluralista. Brescia (Italia/UE): Editrice Queriniana).

El recuerdo de la condena a muerte de Jesús es una memoria peligrosa que nos libera de toda forma de organización individual e institucional que justifique la injusticia, y dicha memoria convierte a las víctimas y los pueblos crucificados en un lugar teológico para encontrar el rostro sufriente de Dios crucificado.

Hoy la “memoria passionis” del P. Rutilio Grande y de Mons. Romero, nos recuerda que ellos fueron auténticos discípulos y apóstoles de Jesús. Sufrieron de manera análoga la conspiración, fueron juzgados y tildados por aquellos que se confabularon para apartarlos del camino. Así como ocurrió con Jesús de Nazaret, Mons. Romero y el P. Grande anunciaron la buena noticia del Reino de Dios, en presencia y en contra del mal, del antireino. Al igual que Jesús de Nazaret, el P. Rutilio Grande y Mons. Óscar Romero sufrieron el martirio por el anuncio del Evangelio.

Después de su pasión y su muerte, Jesús venció la muerte con la resurrección, resplandeció la justicia y la verdad. Hoy las vidas, el testimonio y la obra de Mons. Romero y del P. Grande, reflejan la luz de la resurrección del crucificado, que también es el resucitado.

La buena noticia del Reino de Dios que anunció Jesús y sus apóstoles, Mons. Romero y el P. Grande, es memoria peligrosa para quienes viven como hijos de las tinieblas que planificaron, conspiraron y los condenaron a muerte. Pero la “memoria passionis” de ellos se ha convertido en una buena noticia de esperanza de vida en contra de toda desesperanza. La “memoria passionis” va unida a la “memoria resurrectionis”.

La experiencia de la condena injusta a la muerte de Jesús, revela que Dios se muestra “sub specie contraria”, o bajo la forma contraria, se reveló vulnerable ocultando su fuerza en la debilidad. Dios es un misterio que se revela paradójicamente. La divinidad de Jesús se esconde en la experiencia de su pasión y de su muerte, como dice San Ignacio de Loyola. Vamos a continuar reflexionando en otra oportunidad sobre el proceso de la pasión, la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.

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