Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
Llegar temprano es la peor de las impuntualidades. Uno sin querer descubre que el espectáculo del momento en realidad es una improvisación de algo que se creía planificado. Justo igual que la vida, al menos la mía.
Ya había escuchado muchas veces que llegar cinco minutos antes es estar a tiempo y llegar justo a la hora era estar tarde, ya no se diga esperar treinta o más minutos como muchos hacen y dejan pasar las horas una y otra vez hasta que se dan cuenta que la muerte llega a tiempo. Por eso estaba tranquilo, yo había planificado mi muerte, pero yo quería llegar tarde, así que ahí comenzó el dilema.
No importaba todo lo que pudiera hacer ni pensar, la muerte se me iba dilatando. Pero yo siempre llegaba tarde. Así que decidí cambiar el horario y procurar estar ahí cinco minutos antes de los cinco minutos. Pero no me servía de nada. Siempre estaba a tiempo. Dejé entonces que la casualidad me ayudara y me arrojé a los rieles del metro, confiando que en Taipei el metro era puntual. Pero unos breves segundos de demora y el auxilio de unas personas frustraron la dinámica. Absurdo, totalmente absurdo. Así que no se podía confiar en el reloj y menos en el metro. Decidí pagar boleto y subir a la torre, la Taipei 101 era sumamente alta y sería suficiente para caer y matar, pero cuando comencé a hacer cálculos me di cuenta que de nuevo estaría tarde. Decididamente matarse a la hora es algo complicado y difícil de hacer. No soy bueno con la física y la matemática, pero sé que el viento y la altura mal calculada me iban a dar problemas. Sin embargo, es la forma idónea para correr estos. Busqué a todas las personas que me pudieran ayudar a calcular la caída con el peso y la altura, pero el detalle de arrojarse de un rascacielos tiene más detalles que estrellarse en el pavimento, algo que ya había visto y oído antes, es decir: un paro en el corazón. Supuestamente de esas caídas no te mueres por el impacto, sino por el susto. De nuevo sería tarde para la muerte.
Así que no salté. Y ese día sin quererlo fue que vine acá para encontrarle solución al asunto. Desde entonces estoy acá atado a contar minutos y días para nada, porque la muerte no he querido tomarla en mis manos ni ella me ha querido tomar a mí. No me imagino la razón para que las cosas no se den. Tengo la disponibilidad. El problema es que no quiero llegar tarde a mi muerte, pero al fin y al cabo parece ser que estoy retrasado.