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El que apenas fue fantasma

Adán Figueroa  Acosta,

Escritor

Desde esa noche no tuvo vida, andaba deambulando de un lado a otro sin ningún sentido. Lloraba inconsolable, un arrepentimiento infinito le desgarraba el alma y ya no podía hacer nada, pues; todo estaba hecho. Había creído todo lo que le habían dicho para justificar lo injustificable y ahora sufría inmersa en una desesperación que la atormentaba día y noche, despierta o dormida y aún en otros estados que su ser desconocía.

Esa noche se despertó de un sobresalto, el corazón le latía a diez mil por hora, había escuchado perfectamente un lamento infantil, no; no era infantil, era mucho menor, pero era un lamento muy profundo que caló en su corazón y la dejó marcada para siempre.

Evelyn tenía tan solo quince años y una vida entera por delante cuando, su adolescencia comenzó a disfrutar los placeres de la vida y del mundo; entonces los problemas se le vinieron encima. ¡No estaba preparada para nada!, mucho menos para semejante acontecimiento.

Cuando el cansancio la vencía y cerraba sus ojos, se le aparecía. Era una sombra diminuta que flotaba en su habitación, parecía un colibrí libando la miel de las flores de gotas de sangre que, decoraban la entrada de la casa de Evelyn.

–¿Por qué lo hiciste? Le decía una voz dulce, tierna que le desgarraba lágrimas silenciosas. Sí yo te necesitaba y ya me estaba acostumbrando al calor y el murmullo del flujo de sangre que me alimentaba y llevaba las muestras de tu cariño.

Una voz temblorosa emergía con dificultad de la garganta de Evelyn y apenas se dejaba escuchar.

–Es que, a mí, me dijeron los médicos que saben mucho, que los cerebros de las personas carecen o pierden la vida, cuando no tienen actividad eléctrica, entonces dicen que hay muerte cerebral y si está uno en esas condiciones, hasta puede donar algún órgano de su cuerpo.

–¿Y qué tiene que ver la donación de órganos conmigo? Dijo enojado el pequeño picaflor con apariencia de niño que flotaba sin cansancio.

Evelyn evidentemente confundida no sabía que contestar y al fin le dice:

–Es que, también dicen los médicos especialistas que el cerebro del feto antes de las trece semanas no está desarrollado y aún no tiene actividad eléctrica.

–¿Y qué saben esos ignorantes con sus equipos tecnológicos arcaicos? Están a muchos años luz para tener los conocimientos necesarios que les puedan servir para discernir sobre la vida humana, para cuidar de la naturaleza y entendernos, y así tal vez, puedan tener un poco de paz, tan solo un poquito, pues nunca la han tenido.

Yo tenía la gran ilusión, la inmensa esperanza que juntos, íbamos a ser felices, ya estaba listo para escucharte, oír tus cantos de alegría por tenerme en tu vientre y sentir tus manos suaves, deslizarse por tu pancita que cada día iba  estirándose más y más, a medida que yo iba creciendo. Era poco el tiempo que faltaba para que tú me llenaras de besos y sintieras mucho orgullo al levantarme en tus brazos sonrisa al viento diciendo: ¡Este es mi hijo! Pero no, no me dejaste; apenas llegué a ser un diminuto fantasma.

–¡Perdóname! Yo tenía mucho miedo del qué dirían mis padres y la gente; es que estoy muy jovencita.

–Y yo ¿Qué crees que era? ¿Un cuarentón, acaso? Sí apenas estaba completando doce semanas en tu vientre, ¡Doce semanas!

Evelyn se echó a llorar. Lloró y lloró a moco tendido hasta que su madre se acercó y le dijo:

–¿Qué te pasa hija? ¿Por qué lloras con tanto sentimiento?

–Hay mamá, es que el bebé me ha dicho muchas cosas malas que he hecho.

–¿Cuál bebé hija? Si aquí solo estamos tú y yo.

–No mamá; él está flotando en el aire. Con sus alitas vuela como picaflor y se me queda viendo, como reclamándome.

–¿Y qué te dice hija?

–Muchas cosas mamá, pero lo que más me duele, es que dice que apenas fue fantasma.

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Nacimiento. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil, sábado 21 de diciembre de 2024