@renemartinezpi
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En el juego de la iniquidad ideológica caen los partidos que ven el presente como su única eternidad y a los votos como su unánime identidad, generic cialis lo cual los excluye de la posibilidad de dar dos pasos hacia atrás para dar después tres saltos hacia adelante, o sea trascender el tiempo en sus extremos: pasado y futuro, estando el primero en la memoria histórica y el segundo en la utopía social.
Por eso es común ver -en este Edén bananero de una región que no sabe cómo vencer la historia del victimario- que la correlación de fuerzas se resuelve de madrugada con el cobre que pone al descubierto el rostro detrás de la máscara; así como es común, también, oír a la gente hablar con insistencia del fin del mundo, pues el fin del mundo deriva de la pérdida del futuro. De ahí viene la pasión que el pueblo siente por el fútbol, ya que en él hallan un asomo de fidelidad incondicional y alegría mundana que sólo puede ser rota por “el árbitro vendido que no pitó el penalti”; de allí viene la necedad suicida del pueblo de votar por los partidos de derecha, pues, en el fondo, ese es un voto por la fatalidad que lo cobija aunque se engañe pensando en que “no hay mal que dure cien años y te diré quién eres”. Siempre termina siendo lo último porque, para desgracia suya, hasta en el minuto de agonía comprende (aún sin conocer la dialéctica) que sólo la verdad es revolucionaria y que “el rico y la sanguijuela ganancia de pescadores”.
El que la derecha use mañas ideológicas para negar la lucha de clases: es un ardid económico; el que algunas izquierdas caigan en ellas es un problema de principios revolucionarios. Caer, por obra u omisión, va contra la visión que de la izquierda se tiene y es una expresión de que algunos de sus miembros creen que “entre dinero y honor se cae la sopa”. Unos dirán que lo más beneficioso, en lo político-práctico, es dejar pasar el asunto; pero, si se evalúa desde la óptica de los principios, hacerlo sería un error más grave, pues pondría en peligro su esencia izquierdista, en tanto se estaría demostrando que su forma de hacer política no se distancia de los rancios partidos de derecha, tal como le pasó al PRI (México).
La izquierda está frente a un problema de conciencia inquisidora, mecida por la duda entre lo que fue y lo que es. Resolver esa duda será el punto de inflexión que decidirá si se convierte en otra meretriz de la política o por el contrario (como todos los utopistas esperamos) en la opción revolucionaria que usa el conciencia y no el temor. La derecha es quien usa el temor (o la corrupción) para asegurarse la unidad de acción política; la izquierda debe usar la solidez ideológica de los principios, y ésta se nutre con la unidad material de la organización popular, que es la que cohesiona y supervisa.
A la izquierda no le queda otra que volver sobre sí misma (hay que reconocer que ha habido mala gestión en algunos municipios, al estilo de la derecha corrupta, y que algunos de sus concejales dejan mucho que desear) y autocriticarse, pero sin tener como excusa -o juez- el miedo a perder puestos o privilegios, sino la utopía que una vez buscó, la que sigue siendo tan válida como ayer. Y es que la izquierda se ha dejado “asustar con el petate del hombre prevenido” al creer que “algunos métodos de lucha revolucionaria y forma clasista de ver el mundo son propios del pasado”, siendo ese el peor de los sobornos. La espalda que gemía ayer, da gritos hoy; la brecha que ayer dividía al rico del pobre, es un abismo insondable hoy; la dictadura militar de ayer, es la dictadura de la ley y del salario mínimo hoy; las masacres impunes de ayer, son la privatización de hoy, y ésta deja más muertos y dolientes que aquellas. No es que se viva del pasado, es que en el país las clases sociales son una realidad y viven en tiempos distintos: unos pocos en la modernidad obscena y alienante; otros muchos en el paraje gris del medioevo, pues aún son víctimas del dengue, cólera, neumonía, desnutrición y otras pestes que se curan con centavos.
No ver que se está en un momento de reposo reflexivo es darle un rédito mayor a la derecha que confía en el “divide y los conoceréis”. Siendo un problema de principios debe ser resuelto como tal: ahondando la labor ideológico-organizativa de cara a forjar la conciencia y moral de la militancia, pues “de tierra floja es porque piedras lleva”. De ello depende la cohesión política basada en la convicción y el despertar a la historia siendo autor; recuperar la singularidad de la izquierda (pluralidad de pensamiento y unidad de acción) que, en sus mejores años, jamás esperó beneficios personales o cargos públicos.
Pensarse a sí misma es recordar que en la lucha por el poder el pueblo no tiene más arma que la organización, ya que “predicar en el desierto es cuchillo de palo”. Esto es lo que diferencia a la izquierda de la derecha: esta última ve al pueblo como incauto voto, como presa fácil de cualquier fanatismo religioso, político o sexual; mientras que para aquella el pueblo es el cemento de la organización estructural. El que la izquierda no se lance a formas pedestres de organización (y siga haciendo ricos a los grandes medios de comunicación social -que ya son millonarios- con comunicados que nadie lee o a nadie le cambian la forma de pensar) es sólo un pretexto cercano al miedo escénico.
La historia política enseña que en la derecha se impone lo funcional del dinero a lo estructural de las utopías, ya que esa es una forma de negar la realidad y de debilitar –o hacer desaparecer- la política basada en los intereses de clase que aún están ahí: relamiéndose las manos, unos; aguantando hambre y frío, otros; “vitriniando”, otros muchos más. Tal imposición no es sinónimo de modernidad o de armonía social, sino que es una estrategia de alienación muy parecida a la que nos hace cambiar las luciérnagas de las fincas por la falsa luz del centro comercial, porque siempre terminan dándonos “gato por camarón que se duerme”.