Por Mauricio Vallejo Márquez
Mi primo Sergio tenía Nintendo. Sí una de esas consolas que ahora denominamos NES (Nintendo Entertainment System) y son un artículo vintage. En tanto, para mí esas tardes en casa de mi tío Luis Lagos me llenaban porque hacía uso de los juguetes de mi primo y de su NES entre mis 10 y 11 años.
No recuerdo con exactitud los juegos que tenía. Sin embargo, tengo presente la Leyenda de Zelda, Double Dragon y Super Mario Bros. La Leyenda de Zelda tenía su sabor. Como no entendía mucho el inglés me tocaba adivinar lo que debía hacer y aunque me gustaban los gráficos y el escenario del juego el no tener rumbo me hacía aburrirme. Así que no lo jugaba mucho. El de Double Dragon tenía una lógica sencilla, era de ir repartiendo golpes y avanzar hacia la derecha hasta rescatar a una muchacha (lo cual no era difícil de comprender). Así que a pesar de las dificultades para salir avante lo disfrutaba (y aún lo disfruto). Sin embargo, el que más trascendencia tenía por venir con el NES y ser sencillo de jugar era Super Mario Bros; había que sortear una serie de mundos y castillos para rescatar a la princesa.
Pero un día, la sensación de pertenencia me embargo. Mi mamá me envió mi propio NES. Iba acompañado con Super Mario Bros y Back to the Future. Un regalo que recuerdo bien de mi madre. Por mucho tiempo fue mi mundo vespertino y nocturno. En esos días conocí Super Mario Bros 2 y 3. Por cierto el 3 era todo un hit. Mi primo Jorgito lo tenía y era la excusa perfecta para visitarlo y jugar en su casa hasta que logré hacerme de éste. La primera vez que supe de este juego fue por una película que se llama El Hechicero, en la que salía Fred Savage, el de los Años Maravillosos. Lamentablemente las pasiones llegan a cambiar y poco a poco el encanto por esos juegos de video mermó. Hasta el punto que dejé mi NES bajo la cuna de mi hermana, olvidada y acumulando polvo y orines. Tanto que el día que pretendí recuperar mi añorado juguete solo me dejaba el recuerdo. Se lo di a mi tío Luis Manuel, ingeniero, para que me ayudara a repararlo, pero paso del recuerdo al olvido.
Los años pasaron y esos juegos fueron evolucionando. Yo sólo los veía pasar, sin involucrarme en aquellas aventuras nuevas hasta el día en que mi esposa me dijo que fuéramos a ver la película de Super Mario Bros. Nos fuimos al Reforma para recordar los días previos a la pandemia cuando visitamos esa sala de cine. Compramos palomitas de maíz y tomamos parte de aquel escenario para ver a Mario en acción. Curiosamente hubo algo que se activó entre mi mente y mi corazón, quizá esa sensación bonita de ver al personaje de mi niñez abriéndose paso en la pantalla grande. Confieso que no he sentido eso con otros personajes, tal vez un poco con He Man y The Thundercats.
Ayer tuve que hacer unos mandados en Galerías y se desarrolla una mini feria de aficionados de Starwars, y entre los muñequitos que estaban a la venta había un par de Marios a $5 y $8 dólares. Y estuve tentado a comprarlos. Pero dejé el sentimiento en aquel escenario para darle paso a lo que me toca hacer en estos días: vivir.
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