Óscar A. Fernández O.
La izquierda revolucionaria en el gobierno, cialis sale no deberá cometer el mismo error de creer que cambiando la forma de gobernar ya no quedará nada más que hacer que administrar lo hecho. No debe apuntarse a ningún “estado permanente”, patient ni tampoco a un equilibrio alguno que pueda ser temporal, sovaldi pues con seguridad éste será interrumpido por la energía y la dinámica que caracteriza a la historia de las sociedades. Por lo tanto, el término “sostenibilidad” debe ser rechazado en el sentido de permanencia, lo mismo que cualquier simpleza acerca del “fin de la historia”.
Para que la sociedad salvadoreña cambie, a pesar de haberse convertido en una sociedad autodestructiva, inducida por un sistema diseñado por los ricos y conformado por aprendices de brujo mal preparados, es necesario hacer cambios radicales de modelos y valores profundamente arraigados, como son los hábitos conformistas y obedientes que aceptan y creen necesitar el poder de las clases dominantes como una consecuencia natural del orden establecido.
La experiencia de los campos de exterminio nazis durante la Segunda Guerra Mundial lo demostró. Las votaciones de las clases empobrecidas, a favor de ARENA la derecha más recalcitrante y corrupta, también confirma la simpatía de los más pobres hacia sus verdugos.
Estos son ejemplos relativamente simples del gran conjunto de rasgos y patrones que tienen que ser modificados, diseñando y practicando nuevas y eficaces formas de liderazgo y gobernación, que constituyan elementos importantes del proceso de liberación de nuestro pueblo, si la izquierda revolucionaria desea aumentar las posibilidades y las probabilidades de liderar la construcción a corto, mediano y largo plazo, de un Estado que sustente el progreso, revisando desde luego la idea misma de “progreso”.
El rediseño de la gobernación no es más que una medida transitoria, mientras no se produzca el salto cualitativo en nuestra sociedad. Pero mejores capacidades de gobierno pueden reducir las causas y los efectos de la tragedia de nuestro pueblo, perfeccionando la raison d’humanite (la razón humana del Estado) que es su razón de ser, de modo que un una primera instancia se evite la catástrofe hacia la que nos lleva un modelo económico que ya no funciona más y que por obcecación y arrogancia, siguen imponiendo improvisadamente los señores del poder fáctico.
Hasta dónde sea posible, debemos impulsar continuamente el desarrollo humano y no primordialmente el del mercado, sin menospreciar la importancia y el rol de este último con objetiva ponderación.
Adelantos significativos en la capacidad de gobernar han tenido lugar en la historia de la humanidad, como sucedió en la Grecia clásica, con la idea de que la política es un dominio reconocido de la vida humana, susceptible a ser deliberadamente definido y sometido por los poderes de facto. “Bien puede argumentarse que la teoría política nace y renace en tiempos de crisis culturales; que su razón de ser es la reconstrucción del discurso político y de la vida” sostiene J. Peter Euben (1994)
Al firmar los Acuerdos de Paz, se pretendió la reconstrucción de la ley, el desarrollo y preeminencia de la política como dominio del pueblo, y la construcción de formas novedosas y democráticas de gobierno. Todo este esfuerzo ha sido traicionado por la oligarquía política, mientras la izquierda, oposición ampliamente mayoritaria no fuimos capaces de evitarlo. Hoy, la oportunidad de saldar este error se nos presenta como el reto histórico, porque nada queda absolutamente establecido por los hechos y es precisamente nuestra pasividad o intervención, lo que espera la historia para tomar forma.
La cultura política salvadoreña y su dinámica, personificada claramente en la mayoría de los liderazgos políticos, sin duda plantean a cualquiera, serios problemas en la capacidad de gobernar. Tales problemas suelen ser descritos en términos de “gobernabilidad” –por lo general en la forma negativa de “ingobernabilidad”- cuyo uso y abuso se ha extendido plenamente y que en la mayoría de veces, es empleada para esconder la incapacidad de gobernar generada por un modelo económico que lleva implícito el fraccionamiento social.
La legitimidad del Estado y la autoridad pública son aceptadas a regañadientes y la autoridad es minada por la desmitificación y por el creciente cinismo y desconfianza con que se mira a los políticos. En tanto, los medios de comunicación de masas se han convertido en poderosas empresas privadas que generan gran impacto y convierten cada vez más la política en un circo, paradójicamente pretendiendo despolitizar la política.
En nuestro ámbito, la política se basa cada vez menos en la ideología y la mayoría de partidos proponen políticas similares en la mayor parte de los asuntos e incluso cuando la competencia electoral lleva a los candidatos a enfatizar diferencias de opinión, la falta de opciones conocidas y realistas en numerosas cuestiones ha apagado el fuego del debate ideológico serio y profundo, que en realidad establece la diferencia fundamental de la política y la forma de gobernar.
Esto se ve remplazado por duelos televisivos entre candidatos, los cuales se realizan en medio de la propaganda del mercado. En conjunto, los partidos tienden a perder su capacidad de dominio y toda la estructura política es rechazada por una proporción cada vez mayor de ciudadanos. Al mismo tiempo, los jefes de Estado y los candidatos anuncian de manera ocasional su compromiso con posturas ideológicas particulares, sin cambiar en general la naturaleza de la política por mucho tiempo.
Tradicionalmente ha sido la derecha la que ha estado interesada en plantear que las cuestiones ideológicas hay que apartarlas de la política porque representan un estorbo. El pragmatismo es justamente la ideología que presenta las diferencias ideológicas como el mal que impide a los dirigentes hacer lo que hay que hacer. El oportunismo, ya sea de derechas o de izquierda, tiene como instrumento fundamental el desprecio a las diferencias ideológicas esenciales. Pero el desprecio a las diferencias ideológicas esenciales es un medio para que la ideología capitalista siga siendo la ideología dominante. Hay que saber que la política es la expresión concentrada de la economía. Luego si no tenemos en cuenta las diferencias ideológicas esenciales en la política, tampoco las tendremos en cuenta en la economía.
El FMLN debe definirse claramente contra el modelo económico rampante que muestra, a pesar de su fracaso, claros dogmas de fe incuestionables, con los cual los derechistas neoliberales imponen su poder antidemocrático creando valores hedonistas y nihilistas, cuyo resultado es el fanatismo autoritario y la polarización social.
En este contexto negativo debe entenderse que los cambios oportunos que marquen la diferencia sustancial, el despertar de las organizaciones de base, los avances en la educación y la concienciación política de las masas, los nuevos tipos de valores humanistas, no violentos y solidarios, son de urgente necesidad.
Todo ello sólo puede ser factible en tanto se construye a mediano y largo plazo un país diferente de derechos, libertades y necesidades elementales subsanadas.
No hay garantía de que esto camine sobre rieles, al contrario, el horizonte anuncia tormentas y por eso lo más decisivo es la calidad de las elites que gobiernan, puesto que son éstas las que toman la mayor parte de las decisiones que afectan la vida de los salvadoreños.
Hay cada vez menos esperanzas de que hacer que la razón de humanidad o una gobernación más ética, legítima y eficiente sean intereses prioritarios de los gobiernos modernizados, a menos que las elites se conduzcan con verdadera dignidad, lo cual ejerce considerable influencia en la cultura política, que en nuestro país ha sido degradada. Por más listos que seamos y preparados que estemos, las tareas de la gobernación requieren mucho más. Debemos empeñar todos nuestros esfuerzos a fortalecer la organización y educación de las masas, mientras nos dedicamos al aprendizaje y a la reflexión seria, rodeándonos de los mejores hombres y mujeres, los más calificados, los más probos, animándolos a luchar junto a nosotros.