Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador Suplemento 3000
El camión tenía más de una hora de estar esperando. Simón no se animaba a subir. Dentro del vehículo sólo estaba el conductor y su ayudante, ambos platicaban mientras se frotaban las manos. Un par de pasajeros se acercaron al camión con equipaje. El ayudante bajó de inmediato para meter junto a la carga las cuatro maletas.
Se acercaron otras personas hasta que tras dos horas de espera el camión interestatal estaba listo para partir.
Fue hasta ese momento que Simón entró. Sólo quedaba libre de su asiento, el número 42, justo junto a la ventana. Se le congelaban los dedos, pero después de un rato dentro del vehículo el calor de las demás personas puso más agradable el ambiente. Simón observaba a su ciudad, ciudad donde creció y que ahora dejaba para estudiar biología en la capital. Deseaba quedarse, jamás moverse, pero si no lo hacía jamás mejoraría y se condenaría a ver a su padre trabajando en un hotel por el día, en una bodega por la noche y durmiendo cada vez menos.
Simón sentía que se le achicaba el estómago, pero igual dejó de frotarse las manos cuando el autobús se detuvo en un despoblado de la carretera. Todos los viajantes cabeceaban para ver qué pasaba. Simón también se levantó, pero apenas vio al ayudante salir y entrar. Entró una señora, muy gorda y mal encarada. Se sentó justo a la par de Simón. Simón la observaba de reojo hasta que la mujer rompió el silencio.
-¡Buenos días! –dijo la señora
-¡Buenos días! –respondió Simón
-Me llamo Hilda, voy para el DF, pero donde yo vivo es difícil tomar el camión por eso lo tome allí.
-Tanto gusto doña Hilda, soy Simón.
-Sí, Simón, yo te conozco bien y dime ¿Por qué no dejas esa idea loca de estudiar biología y te dedicas a lo tuyo?
Simón la observó con detenimiento. Sus ojos estaban a punto de salir de sus orbitas.
-¿Bueno y porque tanto asombro? –dijo la mujer.
Simón no pudo responder a la pregunta y siguió observando a la mujer. La señora jaló una de las mangas de su suéter y fijo los ojos en él.
-Yo te recomiendo que te bajes del camión y des media vuelta. Lo tuyo no es la biología. Tú tienes otro camino. Ándale. No te quedes mirando como tonto.
Simón corrió donde el conductor. Con suavidad el camión se detuvo y salió, Simón con su mochila. Se quedó en el despoblado viendo como se iba el vehículo y caminó al otro lado de la carretera esperando el camión que iba de regreso a su ciudad. El sol aliviaba un poco el frío. Después de la espera llegó el vehículo, se subió y se sentó junto a una muchacha delgada.
-¡Hola! –dijo Simón.
-¡Buenos días! –respondió la joven.
-Me llamo Simón voy para Tlaxcala y donde yo vivo es difícil tomar el camión, por eso estaba acá.
-Soy Mónica –contestó la joven
-Sí, Mónica, yo te conozco bien y ¿Dime por qué quieres regresar a Apizaco allí nadie te espera, deberías volverte a México.
La joven no podía cerrar la boca y guardó silencio el resto del camino.