Licenciada Norma Guevara de Ramirios
Hubo una dictadura que duró 60 años, muchos vivieron felices en ella pero la mayoría sufrió, se levantó y la derrotó.
Ganamos el derecho a vivir en democracia, no era nueva democracia, porque no habíamos tenido democracia anterior.
Hay que recordar que el presidente Cristiani, el día de la firma de los acuerdos de paz reconoció: “En el pasado una de las perniciosas fallas de nuestro esquema de vida nacional fue la inexistencia o insuficiencia de los espacios y mecanismos necesarios para permitir el libre juego de las ideas, el desenvolvimiento natural de los distintos proyectos políticos derivados de la libertad de pensamiento y acción, en síntesis, la ausencia de un verdadero esquema democrático de vida”.
Para abrir el camino a la democratización del país se requería cumplir los acuerdos en materia de fuerza armada y seguridad pública. Reducir la fuerza armada, suprimir los aparatos represivos de la misma y crear separadamente al cuerpo policial que se encargaría de darnos seguridad y auxiliar a la fiscalía en la persecución del delito.
Esto es lo que se ha cambiado en un principio a la llegada del actual gobierno en junio de 2019,
Por otra parte, construir democracia se requería una institucionalidad que asegurara la separación de poderes, la independencia judicial y la apertura al pluralismo político, que permita a los diferentes partidos disputar con sus proyectos la simpatía de la ciudadanía; se requería el fortalecimiento de la sociedad civil.
Ciertamente nada de esto se logró sin lucha posterior a los acuerdos, siempre, el nuevo texto de la constitución reformada en virtud de los citados acuerdos, fue una palanca para que la ciudadanía, luchara y exigiera sus derechos.
El gobierno actual, renegó desde un principio de estos logros que permitían dejar atrás las décadas de dictadura con todo el sufrimiento que ocasionó a las mayorías y a la misma fisonomía del estado salvadoreño.
Ahora ya no queda dudas, que el país camina aceleradamente a vivir en un régimen de dictadura, una nueva dictadura que se apoya en los mismos mecanismos que sostuvieron largo tiempo a la vieja dictadura: poder a los hombres con fusil y pistola, nulidad de la justicia como sistema al que debe apelarse ante cualquier abuso, uso abusivo de la capacidad de legislar, oscuridad en el manejo de los fondos públicos, censura a la opinión de opositores políticos y de la prensa.
El régimen de excepción decretado, sancionado y publicado el 26 de marzo pasado, normaliza la dictadura, legaliza el dominio absoluto del presidente y pone en manos de su fiscal y de sus cuerpos armados la mayor negación de libertades y derechos que habíamos conquistado en esa democracia imperfecta ganada con luchas, nos retrae al pasado independientemente de si un 99 por ciento la aplaudiera, cosa que no ocurre.
El pretexto es algo que una buena parte de la sociedad no creemos cierto, el pretexto de combatir la delincuencia y a las maras; lo que podían hacer sin necesidad de privar a toda la sociedad de sus garantías constitucionales al debido proceso, a la libertad de expresión, organización y movilización, a que sus derechos humanos sean no solo respetados por el estado, sino garantizados.
Las denuncias que se van haciendo públicas de injusticias y abusos de autoridad son suficientes para recordar lo que vivió nuestro pueblo los años más crueles de la vieja dictadura arropada por los militares y la oligarquía, los escuadrones de la muerte y los orejas.
Hay aplausos como hubo gente que gozaba con el sufrimiento del pueblo en tiempos de la vieja dictadura, y hay aplausos que se van silenciando cuando les afecta a quienes celebran el valor del presidente de actuar sin importarle opiniones críticas.
Cuando ya salen entre personas capturadas a los propios miembros del partido de gobierno, o de personas que se conocen como ajenas a estructuras delictivas, se van abriendo los ojos de muchas personas.
Guardar silencio ante lo injusto, ser insensible ante los atropellos de la gente, es tomar parte de ese sistema que aborrecimos y combatimos generaciones que luchamos para alcanzar los acuerdos de paz y de luchar para que se cumplieran.
Duele y dolería más guardar silencio ante lo que vemos, el enorme retroceso en pleno siglo XXI, de nuestro querido país.
Pero nada es para siempre, ni siquiera las brutales dictaduras, tampoco caen por arte de magia, se necesita luchar por algo distinto hasta lograrlo y hacer que ellas queden en el pasado.