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El Romero universal

José M. Tojeira

Los católicos nos sentimos, health en general, sovaldi contentos y orgullosos por la beatificación de Mons. Romero. De hecho el proclamar santo a una persona es una manera de considerarlo ejemplar, heroico, desde la perspectiva cristiana de fe y seguimiento de Jesucristo. Pero también podemos con toda razón verlo como modelo de humanidad. Un modelo de humanidad para sociedades en crisis que une al mismo tiempo sensibilidad social, opción por los más débiles, honestidad intelectual, coraje y valentía, capacidad de diálogo, coherencia personal y búsqueda y testimonio de la verdad. No en vano las Naciones Unidas ha declarado esta fecha del 24 de Marzo “Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas”. De hecho Monseñor Romero, a partir del 23 de mayo, se convertirá no sé si en el único, pero sin duda en uno de los muy pocos santos de la Iglesia Católica que tengan un Día Internacional consagrado por la ONU tanto a sus ideales como a su memoria. Modelo de vida para los cristianos y modelo de ideales y lucha para la humanidad. Modelo de amor cristiano y modelo de solidaridad universal con las víctimas y sus derechos.

Esta doble realidad de Monseñor Romero lo pone en la estela de esos cristianos universales que se unen a Jesús de Nazaret no sólo en lo eximio del seguimiento, sino en la dimensión modélica universal. Aunque la santidad ha sido abundante en las iglesias cristianas, no han sido muchos los que han logrado esta especie de aceptación universal y dimensión simbólica abierta a todos los pueblos. Francisco de Asís, con toda su dimensión de paz, de reconciliación con todo lo creado, con dimensión anticipadamente ecológica ha sido y es hasta el presente uno de esos grandes santos universales. Lo mismo podemos decir de Martin Luther King, que más allá de la pertenencia a otra denominación cristiana, es un verdadero mártir con una dimensión universal. Y en ese sentido podemos decir que Monseñor Romero nos ofrece, en su modelo de santidad, una de las dimensiones al mismo tiempo más tradicionales y más renovadoras de la fe cristiana.

En efecto, la santidad cristiana no puede separarse de la de Jesús, el Cristo. Él es simultáneamente el modelo de vida absoluto para los cristianos, y al mismo tiempo un modelo de humanidad reconocido universalmente. Jesús anunciaba simultáneamente la transformación personal y la venida de un Reino nuevo en el que la fraternidad y la alegría de ser hermanos superaría toda contradicción humana. Y concentraba esa transformación personal y social en un nuevo modo de relacionarse humanamente en el que el desnudo, el hambriento, el enfermo y el marginado social se convertía en el centro del cuidado y el servicio amoroso. En un mundo que continúa produciendo víctimas, y en un país como el nuestro, victimizado por una historia de desigualdad, opresión y violencia, Mons. Romero se alzó como voz profética y liberadora desde la misericordia, ternura y firme solidaridad con las víctimas de la historia. El hecho de que fuera a vivir al Hospital de la Divina Providencia, junto a los enfermos terminales de cáncer más pobres del país, muestra la dimensión solidaria de este extraordinario obispo. Y visibiliza además la motivación de fondo de toda su fuerza profética. Nuestro mártir no denunciaba por tener una ideología particular o un determinado pensamiento político. Clamaba ante la conciencia humana desde su profunda compasión y ternura hacia el que sufre. Mantenía la misma cercanía humana ante el canceroso y ante la víctima de la represión, ante el enfermo terminal angustiado y ante la madre dolorida que ni siquiera podía recoger los restos de su hijo masacrado y desaparecido. Y es precisamente ese sentido de humanidad siempre presente ante el que sufre, sea cual sea la causa, lo que le universalizó. Se hizo famoso desde su defensa de los pobres, que lo convertía en “voz de los que no tienen voz para defender sus derechos”. Pero fue ese sentimiento interior solidario y lleno de ternura, humano y cristiano simultáneamente y hasta el tuétano, lo que le dio la fuerza y el coraje para convertirse en profeta de justicia.

Quienes quieren atacar o disminuir la figura de Mons. Romero acostumbran acusarlo de parcialización. Pero no caen en la cuenta de que en un mundo dividido, en el que se desprecia al pobre y se olvida la dignidad absoluta de la víctima, la única manera de ser universal es optando por la defensa del que sufre. Está claro en el Evangelio y se aprecia igual desde el pensamiento de los Derechos Humanos. Es real desde los sentimientos más íntimos de familia y fraternidad, religiosos o no, como también desde la lógica de una razón que ve al ser humano como una misma especie vulnerable y dependiente de su sociabilidad para poder sobrevivir. Sobre las falsas percepciones, sobre las acusaciones interesadas, sobre los miedos infundados, se ha impuesto al fin lo que muchos hubiéramos deseado que hubiera sido primero: El reconocimiento de su ejemplaridad y universalidad. Muchos lo dijeron desde el principio. Ellacuría insistiendo en que “con Mons. Romero pasó Dios por El Salvador”. Mons. Rivera impulsando el comunicado de la Conferencia episcopal que decía: “Por ser fiel a la verdad, cayó como los grandes profetas entre el vestíbulo y el altar” e introduciendo su causa de beatificación.

Hoy, después de muchas vueltas, con el Día Internacional del Derecho a la Verdad y con la fecha señalada de su beatificación, podemos alegrarnos en el día conmemorativo de su martirio diciendo que este San Romero de América camina ya en todo el mundo como un peregrino vivo, romero de la paz y la justicia, Romero universal.

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