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El rompecabezas continental: Estados Unidos, Cuba y Brasil

Arsinoé Orihuela

Rebelión

El rompecabezas político continental es un galimatías. Poner en perspectiva los escenarios críticos y las determinantes esenciales de esos escenarios es un ejercicio indispensable para escapar a falsas expectativas o diagnósticos susceptibles de rentabilidad política para los poderes constituidos. Es necesario insistir que la coyuntura actual apunta a una restauración oligárquica del poder (la agonía del progresismo latinoamericano es un síntoma de esta tendencia). Y que la política que desde el Estado cultivan ciertos grupos, thumb contraviene el interés de las poblaciones civiles, aún allí donde las formas o discursos sugieren otra cosa.

Esta es apenas una tentativa introductoria para el análisis de las realidades de ciertos países que están envueltos en escenarios políticos álgidos, acaso omitiendo provisionalmente otros escenarios no menos turbulentos en el rompecabezas continental. E incluso difiriendo el análisis de las atrocidades que asedian a otras partes de la región y que ameritan una atención más escrupulosa (México señaladamente), hundidas en crisis políticas de proporciones genocidas.

Estados Unidos: el enemigo es Hilaria

Cuando se comenzó a perfilar la figura de Donald Trump como protagonista de los comicios en puerta en Estados Unidos, en este espacio se insistió sobre la necesidad de abordar con cautela ese fenómeno. En esa oportunidad se dijo que Trump era un experimento del partido Republicano. Y que era altamente probable que al final de la contienda, otro de los precandidatos consiguiera la candidatura definitiva. Pero también se advirtió sobre la posibilidad de que el experimento cosechara éxitos insospechados, debido a la derechización e indignación de amplios sectores poblacionales en Estados Unidos. Y que si ese escenario llegaba a efectuarse, Trump conseguiría el voto de confianza de una facción de su partido para hacer avanzar su agenda electoral. Esto último sin duda aconteció. Y seguramente el infelizmente célebre Trump será el candidato Republicano para la elección presidencial.

Pero no hay que perder de vista que la virtual vencedora de los próximos comicios es Hillary Clinton. El proyecto de Trump es a mediano plazo. Y es probable que dentro del partido, las huestes trumpistas estén conscientes de ello. La apuesta es a largo o mediano plazo. Y es que el partido Republicano está en crisis, no ahora, hace ya algún tiempo (aún cuando tengan mayoría en el congreso). Los partidos políticos en el presente no son órganos de representación (acaso nunca lo fueron seriamente). La función de los partidos en la era neoliberal es gestionar el desastre, y esto es especialmente cierto en Estados Unidos que es una potencia en descomposición. Y en eso los demócratas han sido mucho más solventes, eficaces e inteligentes. El partido Republicano es más o menos residual en esta trama. Y por consiguiente necesitan reinventarse. Donald Trump representa una insurgencia intestina que apunta a la reformulación del partido. Pero el contenido permanece incólume: prolongar la supremacía de Estados Unidos.

En realidad la única diferencia entre republicanos y demócratas, es que los primeros no están dispuestos a compartir esa supremacía. Y los segundos, los de la insignia del asno, tienen una posición más realista y están abiertos a la colaboración imperial con otras potencias (i.e. China y Rusia).

En cierto sentido lo que está en disputa en Estados Unidos son dos modalidades de imperialismo: una dura, representada por una facción del republicanismo, y otra suave (aunque no por ello menos bélica), capitaneada por los demócratas, que de demócratas no tienen un ápice.

Hilaria es el enemigo, porque al menos en la próxima elección ella consigue dirimir ese conflicto, justamente porque se trata de una “demócrata republicana”: es decir, una histórica integrante del partido demócrata pero con una agenda prototípicamente republicana. No es accidental que las detracciones contra Donald Trump provengan incluso de ciertos círculos privilegiados y de grupos de poder nacionales e internacionales.

Cuba: el gringo no da paso sin guarache

En Cuba no usan esa expresión, pero es altamente ilustrativa del ánimo que priva en la isla socialista. Que el gringo no de paso sin guarache significa básicamente que las buenas intenciones de los americanos, que circulan de manera enunciativa en la arena diplomática, no tienen correspondencia con el interés profundo de Washington. Decíamos que los demócratas en Estados Unidos han dado muestras de una solvencia de campeonato para gestionar la política de aquel país. Barack Obama es la coronación de esa racha triunfadora. Y la fórmula demócrata que conduce el primer presidente afrodescendiente es asombrosamente similar a la de la iglesia católica, que comanda el primer papa latinoamericano, Francisco: a saber, la de recuperar el terreno perdido con base en discursos expiatorios ambiguos y acciones de recolonización subterráneas o invisibilizadas. La gira de Obama por Cuba y Argentina no es tan distinta, discursiva y prácticamente, de la gira de Francisco por México, Brasil y otras latitudes: lágrima de cocodrilo. Dice el señor Barack: «Estoy aquí para enterrar el último vestigio de la Guerra Fría en América y para construir una nueva era de entendimiento que ayude a mejorar la vida de los cubanos”.

Pero en Cuba no ignoran el doble rasero del acercamiento norteamericano. Llama la atención que las diferencias conceptuales y políticas entre Cuba y Estados Unidos no se dirimieran en la visita de Obama a la isla. Y si algo quedó claro en ese encuentro es que ni las élites políticas en Washington tienen claro qué es eso de “democracia” o “derechos humanos” o “libertad de expresión”, y que tampoco les preocupa mucho esa cuestión semántica, pues en realidad lo que les impacienta es neutralizar a Cuba como actor político disidente y abrir al país socialista a las inversiones estadounidenses. Pero en Cuba no ignoran esa intencionalidad rastrera. Y por eso decidieron poner candados a los acuerdos empresariales con Estados Unidos. Por ejemplo, que las empresas que arriben a la isla no puedan contratar mano de obra nativa. En eso es consecuente Cuba. El antiimperialismo sigue vigente. Los gringos sólo van atrás de los “commercial benefits”. Y los cubanos no ignoran esa realidad.

Brasil: la izquierda que no es izquierda

En Brasil hay derecha. Sí. Y efectivamente está orquestando un golpe de Estado constitucional o parlamentario. Sí. La derecha siempre conspira. Esa no es una novedad. Pero lo que sí es novedad es que Brasil no tiene izquierda.

Luciana Genro, del Partido Socialismo y Libertad en Brasil, escribe: “Es lamentable que un líder histórico como Lula haya dejado de ser del pueblo para aliarse con las elites, gobernar con ellas y recibir por eso mismo cuantiosas comisiones y regalos… La implicación y el compromiso pleno de Lula y Dilma Rousseff con grandes constructoras como Odebretch y Camargo Correa entre otras… muestran también lo que ya dijimos en el 2003: la cúpula del PT abandonó la izquierda hace años… Sabemos que esta derecha, que siempre fue parte de los mismos esquemas que ahora fueron descubiertos por la PF y el MPF, quiere el poder para aumentar sus privilegios y aplicar el ajuste antipopular que Dilma ya comenzó. Quieren avanzar en las privatizaciones y en el desmantelamiento de los servicios públicos” .

Existe una arremetida destituyente contra Dilma y el Partido del Trabajo. Eso es indiscutible. Pero lo que sí corresponde discutir es si la moción golpista es contra la izquierda, o sólo contra una facción del sistema de partidos que administra ineficazmente el neoliberalismo en Brasil.

Raúl Zibechi dice: “No hay izquierda porque el PT se encargó de aniquilarla, política y éticamente. Lula fue durante años el embajador de las multinacionales brasileñas. Entre 2011 y 2012 visitó 30 países, de los cuales 20 están en África y América Latina. Las constructoras pagaron 13 de esos viajes, la casi totalidad Odebrecht, OAS y Camargo Correa. Es apenas una cara del consenso lulista. La otra es la domesticación de los movimientos”.

Naturalmente Estados Unidos y la oligarquías nacionales dirigen el golpe (medios de comunicación como Rede Globo, capitales financieros unos brasileños otros estadounidenses y otros más internacionales, partidos opositores, el congreso y el aparato judicial). Eso tampoco es novedad. La novedad en Brasil es el fracaso del asistencialismo neoliberal o neoliberalismo asistencialista de corte lulista. Y el desencanto de la izquierda que sí es izquierda con esa otra izquierda que no es izquierda.

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