José M. Tojeira
En la actualidad se pueden contemplar dos tendencias básicas de gobiernos autoritarios en América Latina, enfrentados a un modelo de gobierno democrático y respetuoso de las instituciones de control del poder. La primera tendencia tiene las características más tradicionales de las dictaduras, aunque conserven formalmente algunos aspectos de la vida democrática. Tienen elecciones pero con maniobras fraudulentas que impiden la libertad del voto o lo manipulan, poseen instituciones características de un sistema de división de poderes pero controladas desde el poder ejecutivo, emplean a fondo contra la disidencia la fuerza militar y el control policial duro y represivo contra la población. Son regímenes fuertemente represivos, con graves violaciones de derechos humanos y que no soportan la más mínima crítica. Se consideran a sí mismos de izquierda y llevan a cabo alianzas con países de tradición autoritaria. Su lenguaje utiliza una terminología socializante y antiimperialista, pero no tienen ningún problema en convivir con dinámicas de empresa privada neoliberal. La corrupción y el enriquecimiento ilícito del liderazgo es muy evidente. Reprimen la organización social y la libertad de expresión incluso en las redes sociales. En América Latina hay, con algunas diferencias, modelos que se asemejan a este tipo de gobierno. Son regímenes autoritarios que a parte de mantener estructuras semejantes a las democracias pero claramente controladas por el poder ejecutivo, proceden con la brutalidad característica de las dictaduras clásicas.
La otra tendencia autoritaria tiene algunas semejanzas a la primera en el intento de dominar, someter y manipular todas las instituciones de control del poder y facilitar la corrupción a cambio de obediencia ciega. Manejan un lenguaje hostil hacia las agencias de derechos humanos y utilizan tanto al sistema judicial como al ejército y la policía al servicio del fortalecimiento del poder central. Y si es necesario, para detener a sus enemigos. Pero difieren en algunos aspectos del anterior modelo. La presencia civil es más fuerte en la gestión gubernamental. Mantienen una mayor libertad de expresión. Tienen una opción en materia económica estrictamente neoliberal y persiguen selectivamente a quienes piensan que pueden hacerles daño políticamente. Reciben a grupos libertarios y “bitcoiners” que odian todo intervencionismo estatal, especialmente en el terreno económico. La corrupción, la reserva de información y el reclutamiento de oportunistas de todos los partidos políticos, así como el control del ejército y la policía, le dan la apariencia de un gobierno irresistible. Manejan las redes de comunicación y la propaganda con elasticidad e imaginación, enfocándolas tanto en una narrativa optimista y laudatoria de la actividad del gobierno, o del líder de turno, y desarrollando simultáneamente campañas de odio contra quienes piensan, hablan o escriben críticamente. Hacen alianzas según conveniencias políticas y económicas y se dan el lujo de criticar tanto a los países del primer modelo claramente represivo, así como a los modelos democráticos avanzados.
El primer modelo está quedando cada vez más obsoleto, al menos en este momento. Se corresponde con el modelo clásico del militarismo del siglo pasado, aunque manteniendo un rostro civil en la cúspide. El segundo modelo está en auge. Con los militares y la policía en la sombra, pero activos en la represión cuando es necesario, este modelo se presenta como un régimen civil, con unas elecciones ganadas limpiamente. Frente a este doble estilo de regímenes autoritarios está el modelo de respeto a la institucionalidad democrática que en buena parte ha cansado a la población por la lentitud que ha tenido a la hora de impulsar un desarrollo inclusivo. Y es precisamente ese cansancio el que aprovecha el populismo autoritario “cool” para presentar un mundo de desarrollo neoliberal en el que de la riqueza de los más ricos, siempre en aumento, se desprenderá riqueza para todos. En El Salvador estamos viviendo el drama de la ensoñación producida por el segundo modelo. ¿Será muy duradero? ¿Se mezclará en algún momento con el estilo represivo del primer modelo? ¿Surgirá un nuevo liderazgo democrático que a diferencia de nuestro pasado proponga avanzar más rápidamente hacia el desarrollo inclusivo? El rumbo del país no es en estos momentos el mejor y día con día los datos nos van diciendo que algo falla en el actual modelo. Pensar en El Salvador, en su desarrollo humano, en su futuro, es tarea urgente.