Autor : Luis Beatón
San Salvador/Prensa Latina
Más de 300 salvadoreños mutilados de guerra y familiares se reunieron por primera vez para recordar la etapa de su recuperación en Cuba, luego de 31 años del retorno. Esa fue la noticia que el 29 de julio que nos hizo retroceder en el tiempo. Transcurría el año 1989, La Habana era sede de un seminario para abordar el tema de los refugiados en la isla. Un equipo de televisión fue encargado por la oficina de Información de la ONU para plasmar las vivencias de namibios, sudafricanos, saharauis, que estudiaban en la Isla de la Juventud, al sur de Cuba.
Muchos, casi niños, sobrevivientes de masacres del régimen del apartheid, se preparaban para un futuro luminoso en sus países.
En algún lugar de la periferia de La Habana, la capital de todos los cubanos, un grupo de salvadoreños, mutilados de guerra, lisiados y lisiadas, se recuperaban de los horrores y secuelas de un conflicto usado por Estados Unidos para ensayar armas.
El Salvador era un laboratorio de prueba en lo que ellos llamaban la lucha contra la insurgencia de los pueblos, las mismas que se usaron en otras naciones del área, los mismos aviones C-130 diseñados para bombardear y ametrallar, sembrar la muerte sobre todo lo que desprendiera calor en tierra.
Allí llegó el equipo para entrevistar a víctimas del conflicto, el encargo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) era mostrar la atención que recibían en Cuba las discapacidades de los combatientes salvadoreños tal vez todos integrantes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en su condición de refugiados.
De eso hace 34 años. El 17 de julio se cumplieron 31 años que estos hombres y mujeres dejaron lo que hoy llaman su segunda patria, donde dicen, con mucho agradecimiento, recibieron la mejor atención médica posible, el cariño de un pueblo que los acogió como sus hijos.
Este reencuentro en Tehuacán (tierra de dioses), Departamento de San Vicente, marcó la continuidad de una gran hermandad, la formación de una gran familia que estuvo separada físicamente por los años pero no por el recuerdo.
“No me lo puedo creer” fue una frase dicha con todo el amor y humildad que unió a hombres y mujeres, los cuales llevaban 31 años o más sin verse, momentos de remembranza del tiempo transcurrido en la isla donde sanaron heridas, se educaron y crearon una fraternidad indestructible, y algunos crearon familias.
Después de tantos años, todavía no me lo creo, dijo a Prensa Latina Arnoldo García, más conocido por Pedro Vargas. Hace 31 años estuvimos en Cuba, este momento significa mucho, significa el sentido humano de cada uno de nosotros como ya lo hemos expresado.
“Regresamos hace 31 años de esa patria que nos tendió la mano en esos mementos difíciles. Recibimos la atención, el calor humano y solidario del pueblo cubano. Recibimos una atención de salud de calidad que agradecemos en lo más profundo de nuestros corazones, una atención de calidez, de solidaridad humana”, dijo en sentidas palabras García.
A la vez que rendimos un tributo al cubano, por su solidaridad y hermandad, para nosotros este encuentro con la historia es trascendental porque ya queremos formar “una gran familia y queremos continuar con este esfuerzo, este proceso de unidad, con la motivación del sentido de solidaridad, hermandad y humanidad”, concluyó.
Arnoldo o Pedro dirigió el encuentro sin protagonismo. Por allí andaban los vivos, como el excanciller Carlos Castaneda, y también el recuerdo de los que ya no estaban. Entre abrazos y anécdotas de las vivencias en Cuba, en el Campamento 26 de Julio, en El Cacahual, transcurrió una jornada de fraternidad, del recuerdo imborrable de la mano amiga.
Allí en ese paraje de la geografía salvadoreña se habló de la historia y de la frase del apóstol cubano, José Martí, “Patria es Humanidad”. Allí Martí junto al luchador salvadoreño, Farabundo Martí, desde una pancarta anunciando el evento, miraban a mujeres y hombres unidos por anécdotas y remembranza.
Como decían muchos en un ambiente de confraternidad entre abrazos, rizas, anécdotas, muestras de la hermandad existente, “No me lo puedo creer”, yo tampoco me lo puedo creer, este encuentro con la historia, luego de retroceder 34 años cuando entrevistaba a algunos de los presentes, en aquel entonces jóvenes víctimas de la guerra.
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