Por David Alfaro
28/12/2024
En El Salvador, como en otros países empobrecidos por un sistema desigual, el dinero es la línea que separa la supervivencia de la desesperación. Sin embargo, en lugar de funcionar como un camino hacia la libertad, en nuestro país, el dinero parece ser una cadena que ata a la mayoría, mientras unos pocos acumulan poder y riqueza.
El dinero y la realidad salvadoreña
En una nación donde más del 25% de la población vive en pobreza y 7 de cada 10 trabajadores no tienen empleos formales, los ingresos de miseria son el pan de cada día. Los que trabajan formalmente lo hacen en jornadas largas por el salario mínimo que no alcanza para cubrir la canasta básica. Otros tantos se endeudan para sobrevivir: con los bancos, las financieras o incluso con usureros que los mantienen en un círculo vicioso de pobreza.
Mientras tanto, la oligarquía –esas familias que siempre han manejado los hilos del poder y de la economía salvadoreña– sigue acumulando capital. Sus bancos, supermercados y empresas dominan el mercado, y sus ganancias crecen mientras el pueblo se hunde en la precariedad. Este control económico, históricamente ligado al poder político, no desapareció con el gobierno de Bukele. Sólo cambió de forma.
Bukele y el mito del cambio
Cuando Bukele llegó al poder, se presentó como el salvador que acabaría con las injusticias del pasado. Prometió transformar el país, eliminar la corrupción y dar oportunidades a los olvidados. Sin embargo, tras casi cinco años y medio de gobierno, la realidad es que sus políticas no han cambiado las injustas estructuras de poder; más bien las han reforzado.
La dictadura de Bukele no es sólo política; también es económica. En un país donde la mayoría ya vivía al límite, su gobierno ha impuesto nuevas cargas. Por ejemplo, el aumento de impuestos disfrazados de contribuciones «especiales», el gasto multimillonario en proyectos como el Bitcoin, que no ha beneficiado al pueblo, y la concentración de contratos y recursos en manos de empresarios afines al régimen.
Mientras tanto, el empleo digno sigue siendo un sueño lejano para muchos. La economía informal crece, y la gente trabaja en condiciones precarias, sin seguridad social ni garantías básicas, proclives a ser víctimas de accidentes laborales y enfermedades. La dictadura, al controlar el aparato estatal, no solo persigue opositores; también perpetúa un sistema donde el dinero sigue siendo un instrumento de dominación.
El papel de la oligarquía
A pesar de su discurso antiélite, Bukele no ha roto con la oligarquía. Al contrario, ha establecido alianzas estratégicas con sectores de poder económico. Las mismas familias que controlaban el país antes de su llegada siguen siendo dueñas de los bancos, los centros comerciales y las grandes industrias. La diferencia es que ahora operan bajo el amparo de un régimen autoritario que garantiza su total impunidad.
En este contexto, el dinero no solo divide; también silencia. Muchas personas, temerosas de perder el poco trabajo que tienen o de enfrentar represalias, prefieren callar ante las injusticias. El miedo, combinado con la falta de oportunidades, convierte al dinero en un arma más del régimen: una que controla, somete y perpetúa las desigualdades.
La libertad, una promesa incumplida
Para la mayoría de salvadoreños, la libertad prometida por el dinero es sólo un espejismo. Trabajan de sol a sol, endeudados, sin acceso a servicios básicos de calidad y atrapados en un sistema donde los de arriba siempre ganan.
La dictadura de Bukele ha profundizado estas desigualdades al concentrar aún más el poder y los recursos en manos de unos pocos. Mientras despilfarra en luces, armas y propaganda, las comunidades más pobres siguen esperando las oportunidades que les prometieron.
¿Qué podemos hacer?
En El Salvador, el cambio no llegará solo. Es necesario construir un movimiento que cuestione no sólo a Bukele, sino también a las estructuras económicas y sociales que sostienen la desigualdad. Eso implica ir más allá de la simple crítica al gobierno actual y atacar el sistema que permite que unos pocos decidan por todos.
Es tiempo de exigir políticas que prioricen la justicia social: salarios dignos, acceso universal a salud y educación, y un modelo económico que no dependa de la explotación. También debemos romper con el miedo que paraliza, porque solo enfrentando el control que ejerce el dinero sobre nuestras vidas podremos empezar a imaginar un futuro diferente.
En última instancia, la lucha en El Salvador no es solo contra un dictador, sino contra un sistema que lleva décadas dejando al pueblo sin pan, sin voz y sin esperanza. Es momento de reconstruir, desde abajo, una sociedad donde el dinero deje de ser un instrumento de dominación y se convierta en una herramienta para la dignidad.
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