Oscar A. Fernández O.
Haber establecido el voto igualitario y universal es una conquista reciente, treatment iniciada con las luchas de los trabajadores en el siglo XIX en algunos países europeos y progresivamente extendida al mundo entero. Hoy en día nadie se atreve ir en contra de la premisa de que el poder supremo delegado a una Asamblea elegida legal y legítimamente, see sobre una base pluripartidista – sea legislativa o constitucional según las circunstancias – define la aspiración democrática y, teóricamente, asegura su realización. Sin embargo, la razón del fracaso de la democracia electoral no es difícil de descubrir: la mayoría de las sociedades, hasta ahora están basadas en un sistema doble de explotación del trabajo (cualesquiera sean sus formas) y de concentración del poder en beneficio de la clase regente, que es hoy transnacional.
Esta realidad principal produce una relativa “despolitización/desculturización” de muy grandes segmentos de la sociedad. El absentismo y la “apatía política” es una evidente muestra de ello. Este resultado, de sobra concebido y aplicado para ejercer la función sistemática esperada, es la condición simultáneamente de reproducción del sistema, sin cambios. Esta estabilidad del “statu quo”, es lo que se define como “el sueño profundo del país”, es decir, una sociedad profundamente dormida. La elección por sufragio universal, en estas condiciones, es una garantía para la victoria asegurada del conservadurismo – aunque fuese reformador- (Samir Amin: 2012)
En la historia no se registran cambios trascendentales en las sociedades, que hayan sido producidos a través de este método de gestión basado en el “consenso” que al fin impide el cambio. Todos los cambios con un alcance transformador real de la sociedad, incluso las reformas profundas, siempre han sido el producto de luchas populares, conducidas por lo que puede aparecer en términos electorales como “minorías”. Sin la iniciativa de estas minorías que constituyen el elemento motriz en la sociedad, no hay cambio posible. Las luchas populares, terminan siempre por implicar las “mayorías” (silenciosas al principio), cuando las alternativas que proponen son clara y correctamente definidas. El voto en estas circunstancias pues, se ha de convertir, no en el sustituto de la lucha popular, sino en un instrumento de ratificación de esas luchas.
En la tradición de las izquierdas existe el hábito de hablar del sistema económico y sus efectos sociales, pero es menos común examinar el sistema político como una franja específica del acontecer que aquí nos interesa. Éste es un sistema complejo donde no sólo interactúan los partidos y sus liderazgos, sino también instituciones públicas y privadas, grupos sociales, intereses económicos y medios periodísticos, así como factores culturales y subjetivos con motivaciones volubles y dinámicas.
Pero esos sistemas vivos cumplen sus funciones de control y cambios sociales en determinadas circunstancias históricas y al cabo se transforman o agotan. La lucha del FMLN en el siglo pasado propicio el paso de la Dictadura a la democracia liberal burguesa que, inicialmente, alivió la situación y despertó grandes ilusiones. Pero, enseguida intervino un nuevo fenómeno, la hegemonía neoliberal, que reorientó esa transición y defraudó sus expectativas en mucha gente.
El paso de la dictadura a la democracia fue promovido por la lucha popular y la conducción política revolucionaria, pero el neoliberalismo vino como una imposición externa. A la consiguiente deslegitimación del sistema político se sumaron otras consecuencias que hoy lo caracterizan, el cual se engendró de esa forma: “no es la democracia que necesitábamos, sino la que nos permitieron tener”, insiste S. Amin (2012)
Con todo, en la actualidad el rechazo social a la situación imperante lleva a los partidos progresistas a ganar elecciones y acceder al gobierno. No al poder, sino al gobierno. Pero esto a su vez demanda convocar a las mayorías populares para realizar reformas sustantivas. Por lo mismo, también es indispensable identificar los objetivos y concretar las correspondientes propuestas para construir la alternativa estratégica.
El sistema político que, con el impulso del FMLN, se reformó en algunos aspectos, a partir de la firma de los Acuerdos de Paz, ya muestra signos de agotamiento. Se ha expresado que las elecciones en este contexto de debilidad del sistema político actual, se están convirtiendo en cualquier cosa, menos en un instrumento de legitimación del pueblo al Estado que necesitamos construir.
Algo anda mal en la política y como consecuencia inmediata, algo no camina bien con la democracia. La crisis de la política es un lugar común, pero en El Salvador, como herencia de un sistema usurpado por la oligarquía burguesa, su partido político ARENA y demás instrumentos orgánicos de la ultraderecha, la situación cobra ya niveles de desaliento.
El sistema neoliberal dominante nos traslada habitualmente la imagen e idea de que su ámbito de actuación es el campo económico, caracterizado por el dominio absoluto de los intereses de los mercados, su dudosa autorregulación para un óptimo y equilibrado desarrollo y su real búsqueda obsesiva del máximo de beneficios. Sin embargo, y aún siendo cierto que el ámbito económico puede ser su espacio de acción prioritario, requiere el dominio igualmente del poder político. Esta es la trampa.
En términos conceptuales y prácticos acotan la democracia, como sistema de organización política y social hasta llevarla a su mínima expresión, como es la denominada y dominante democracia representativa por exclusividad.
Son numerosas las voces que sostienen que este tipo de democracia está en crisis, una crisis que afecta incluso a su legitimidad y que se manifestaría en la antipatía y desconfianza de la ciudadanía hacia sus representantes políticos y las instituciones. Los defensores de la reforma a la democracia burguesa, abogan demagógicamente, por dar más cancha a la ciudadanía en la esfera pública mediante la creación y desarrollo de nuevos mecanismos de participación política.
Según Chantal Mouffe (2003), los principios democráticos de participación y de soberanía se asocian a una identidad colectiva que corre el riesgo de dejar en suspenso los derechos de libertad e igualdad individuales; por su parte, los principios liberales de libertad e igualdad individuales son incapaces de fundamentar la unidad política colectiva, donde necesariamente han de ejercerse. La incapacidad de las democracias liberales modernas para responder adecuadamente a este conflicto deriva de su incapacidad para comprender la paradoja sobre la que se han construido.
El capitalismo desvirtuó el sufragio universal desde el mismo momento en que lo adoptó como forma de dominación política, por lo tanto y a raíz de estas muestras fehacientes de agotamiento del sistema político, debemos pensar en cómo resolver la paradoja política que nos presenta de manera agravada este modelo de democracia burguesa.
Apunta J. Habermas (1999) en Problemas de legitimación en el capitalismo tardío: La democracia ya no persigue el fin de racionalizar el poder social mediante la participación de los ciudadanos en procesos discursivos de formación de la voluntad; más bien tiene que posibilitar compromisos entre las elites dominantes…; el pluralismo de las elites sustituye a la autodeterminación del pueblo, el poder social ejercido como si fuese un poder privado, se descarga de la necesidad de legitimarse y se vuelve inmune al principio de la formación racional de la voluntad. (148-149). Existe una relación estrecha e indisoluble entre los objetivos y los instrumentos. No se puede luchar para superar la alienación con instrumentos organizativos alienantes. No se puede luchar por la democracia verdadera con métodos que no contribuyen en nada a la conciencia política liberadora de los pueblos. O sea, para no inducir a confusión con métodos elitistas y de delegación sin control. La democracia construida por la revolución (es decir el poder real y control por la base, con métodos rotatorios de responsabilidad, rendimiento de cuentas permanente, posibilidad de revocación de cargos, limitación estricta de mandatos, ausencia de privilegios para los representantes, rediseño del Estado y organización del pueblo) es la alternativa frente a las formas burocráticas de organización que van de arriba abajo, donde priman estrategias electorales, con “imperio de los poderes fácticos” sobre el conjunto de la sociedad.