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El Salvador se alista para celebrar a su beato, modelo de la nueva iglesia

Por Carlos Mario Márquez
San Salvador/AFP

Treinta y cinco años después de que la bala de un francotirador impactara en su pecho, el arzobispo Oscar Arnulfo Romero será beatificado este sábado en una multitudinaria ceremonia en San Salvador por impulso del papa Francisco, que lo eleva a los altares como modelo de una iglesia comprometida con la justicia social en América Latina.

Presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación de la Causa de los Santos y enviado especial del Papa, la ceremonia tendrá lugar a las 10:00 de la mañana, hora local,  en la plaza El Salvador del Mundo, en el oeste de San Salvador.

Al acto central acudirán seis cardenales, más de 100 arzobispos y obispos y como invitados especiales figuran el presidente salvadoreño, Salvador Sánchez Cerén, sus pares Rafael Correa (Ecuador), Juan Orlando Hernández (Honduras), Juan Carlos Varela (Panamá), y los vicepresidentes de Bolivia, Costa Rica, Cuba y Belice.

«Será una día inolvidable, será una fiesta planetaria. Está fiesta va a unir al mundo entero en la esperanza de un mundo en el que de verdad los valores por los que luchó monseñor Romero vayan haciéndose presentes», anticipó el obispo auxiliar de San Salvador, Gregorio Rosa Chávez.

Los preparativos para la beatificación comenzaron desde que el Papa firmó el 3 de febrero el decreto que reconoció a Romero como mártir de la iglesia al ser asesinado por «odio a la fe».

Desde el martes, la cripta de Romero en el sótano de la catedral de San Salvador comenzó a recibir fieles que depositan flores. Arrodillada frente a la impresionante escultura de Romero, Amanda Domínguez, una vendedora ambulante, exclama dirigiéndose al religioso homenajeado: «duerme el sueño de los justos».

Lento proceso de beatificación

La causa para beatificar al pastor la inició en 1990 el sacerdote Rafael Urrutia, quien investigó durante tres años los escritos de Romero.

«Con monseñor Romero aprendimos a hacer procesos de canonización, y lo fuimos haciendo lentamente», reconoce Urrutia en declaraciones a la AFP.

El proceso llegó a la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos, pero se detiene para estudiar las causas del martirio.

Fue necesario «dilucidar si fue asesinado por causas políticas o ideológicas o si fue un martirio por odio a la fe, por eso (el proceso) fue largo, llevó diez años (2000-2010)», explica Urrutia.

El proceso de beatificación de Romero, al que se oponían sectores conservadores, permaneció estancado por varios años, hasta que en abril de 2013 fue desbloqueado por el actual pontífice.

Monseñor Vincenzo Paglia, postulador de la beatificación, buscó poner fin a la polémica al señalar que los santos «son para unir, nunca para dividir» e instó a los salvadoreños a unirse alrededor de la figura de Romero.

Guía espiritual de la nación

La beatificación del arzobispo tomó fuerza en momentos en que la izquierda llegó al poder en El Salvador con el presidente Mauricio Funes, quien el 24 de marzo de 2010 pidió perdón en nombre del Estado por el magnicidio y declaró a Romero «guía espiritual de la nación».

Ante el desagrado de la derecha, Funes bautizó con el nombre de Romero un moderno bulevar, el aeropuerto internacional y ordenó inmortalizar al pastor con un imponente mural en el salón de honor de la casa de gobierno.

«¿Qué significa para El Salvador y el mundo la beatificación? Significa que la verdad y la justicia social ahora son factores que van a estar presentes en la vida de El Salvador», reflexionó el presidente Salvador Sánchez Cerén durante un reciente acto público.

Monseñor Romero fue asesinado por un francotirador durante una misa en la capilla de un hospital para cancerosos en el oeste capitalino el 24 de marzo de 1980, un día después de dirigirse a los soldados en su homilía: «Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cesen la represión».

En 1993, una Comisión de la Verdad de la ONU identificó como autor intelectual del crimen al mayor del Ejército y líder de la derecha local Roberto D’Aubuisson, quien murió de cáncer en febrero de 1992.

Con el asesinato de Romero se desató el conflicto armado que de 1980 a 1992 dejó en El Salvador 75.000 muertos y al menos 7.000 desaparecidos.

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