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¿El Salvador se parece a Catar?

Por Leonel Herrera*

Catar ha sido prácticamente linchado por la prensa hegemónica occidental. Antes y durante la realización del campeonato mundial de fútbol organizado por ese país petrolero de medio oriente, periodistas y medios han señalado la falta de democracia y las violaciones a derechos humanos, sobre todo de las mujeres y de la población LGTBIQ+. Especial objeto de denuncia ha sido la muerte de varios miles de trabajadores en la construcción de los ocho estadios donde se desarrollaron los partidos: unos 6,500 obreros fallecidos, según el periódico británico The Guardian.

Mi objetivo en este texto no es defender o justificar al oprobioso régimen catarí, ni siquiera minimizar las críticas planteadas en su contra. Al contrario, en este espacio de opinión me sumo a las condenas contra la antidemocrática y corrupta monarquía Al Thani que manda en Catar desde la creación del país a mediados del siglo diecinueve. El propósito es mencionar algunos hechos o aspectos que la crítica contra el régimen catarí pasa por alto y los omite deliberadamente.

Uno es que Catar no es la única monarquía absolutista, teocrática, misógina, oscurantista y opresora del Golfo Pérsico. La mayoría de países de esa región están dominados por emires y sultanes que gobiernan sin principios democráticos y de derechos humanos. Arabia Saudita es uno de esos regímenes que, gracias a sus vínculos políticos, comerciales y militares con Estados Unidos y algunas potencias europeas, cuenta con el silencio de la muy democrática, transparente y justa prensa occidental que ha excomulgado a Catar.

También es probable que Catar no sea el único que sobornó a dirigentes de la FIFA para conseguir la sede del mundial de fútbol. Según la serie documental “Los entresijos de la FIFA”, producida por Netflix, los gobiernos de Sudáfrica y de Rusia también lo habrían hecho, aunque de manera menos escandalosa que la monarquía catarí. Por cierto, a propósito de Rusia, pareciera que Vladimir Putín era todo un demócrata cuando se realizó el mundial de 2018 y fue hasta que llegó la invasión a Ucrania cuando la prensa hegemónica de Occidente pudo descubrir al “macabro dictador ruso que busca restaurar la grandeza de la extinta Unión Soviética”.

Otro aspecto destacable es la hipocresía de países organizadores de mundiales de fútbol -y otros eventos deportivos importantes- que tampoco son ejemplos de democracia. Está Rusia, pero también Estados Unidos. La superpotencia, que se autoproclama gendarme mundial de la democracia, tiene la mayor población carcelaria del mundo (más de 2 millones de personas), niega el estatus permanente a 12 millones de migrantes (el 3.6% de su población) y mantiene un criminal bloqueo económico contra Cuba, a pesar de que cada año la Asamblea General de la ONU pide su fin con el voto de casi todos sus miembros.

Estados Unidos, además, se rige por un anquilosado sistema electoral que ha permitido a políticos ultra conservadores como George Bush II y Donald Trump llegar a la presidencia sin haber ganado las elecciones. Uno de ellos (Trump) lidera el movimiento de extrema derecha global que agrupa en sus filas a gobernantes como el neofascista y nostálgico del militarismo brasileño Jair Bolsonaro, la primera ministra italiana Giorgia Meloni seguidora de Benito Mussolini y el populista, autócrata y neoliberal mandatario salvadoreño Nayib Bukele.

China también es otro régimen antidemocrático que no ha organizado ningún mundial de fútbol, pero sí los Juegos Olímpicos. En la potencia asiática se restringe el pluralismo político, la diversidad informativa y libertades individuales que son menoscabadas por un sofisticado sistema de ciber vigilancia y control social similar al imaginado por George Orwell en su novela futurista “1984”.

Finalmente, en El Salvador, ¿sería oportuno y necesario revisar si nuestro gobierno empieza a parecerse a la monarquía Al Thani? ¿Acaso no se asemeja a Catar un gobierno que controla todo el aparato estatal, anula la independencia de poderes, restringe el derecho de información, impone sus narrativas como verdades únicas y su presidente concentra todo el poder, no rinde cuentas y actúa como una especie de emir o sultán que se pone por encima de las leyes, la Constitución y las instituciones?

¿No se parece a la monarquía catarí un gobierno de clan familiar y cuya gestión representa graves retrocesos en materia de derechos de las mujeres, mantiene la penalización absoluta del aborto y deja en la indefensión a la población LGBTI?

Consecuentemente, la población democrática debería reflexionar también sobre cuál es la actitud ciudadana frente a este gobierno, necesaria para detener sus pasos agigantados hacia un régimen más abierta y descaradamente dictatorial.

Periodista y activista social.

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