Por David Alfaro
Cuánto ha cambiado el país desde que Horacio Castellanos Moya se inspiró para su novela EL ASCO? Hemos mejorado o nos hemos podrido completamente? Creo que la podredumbre hoy está generalizada.
El Salvador se descompone en sus propios vicios. Desde las estructuras del poder hasta la vida cotidiana del hombre de a pie, el país parece haberse hundido en una espiral de podredumbre moral, como un cadáver olvidado que exhala el hedor de la corrupción, la violencia y la desesperanza. En la obra «El Asco» de Castellanos Moya, su protagonista regresa al país sólo para ser confrontado por una realidad asfixiante, donde cada rincón parece exudar cinismo y decadencia. Hoy, bajo el régimen de Bukele, esa putrefacción no solo persiste, sino que se ha institucionalizado aún más bajo la fachada de una modernidad engañosa.
El Salvador, a la sombra de esta dictadura disfrazada de democracia, vive en una contradicción perversa. Bukele, con su retórica de renovación y cambio, ha logrado lo impensable: consolidar un régimen autoritario mientras vende una narrativa de salvación. Bajo su mandato, la podredumbre moral del país se ha profundizado, al ocultarse bajo un manto de propaganda y una aplastante maquinaria de control mediático. La corrupción, lejos de ser erradicada, ha sido transformada en una herramienta de poder, un mecanismo para silenciar críticas y consolidar lealtades.
La violencia que antes emanaba de las pandillas, ahora fluye desde el Estado que ha militarizado el país y erosionado las instituciones democráticas. Las cárceles se han llenado, pero el crimen no ha desaparecido; solo ha cambiado de rostro, adoptando formas más sofisticadas, más silenciosas. La moral pública ha sido reemplazada por el culto a la personalidad del líder, donde cuestionar o criticar equivale a traicionar a la nación. Lo que Castellanos Moya describía como un país atrapado en el asco, hoy se ha convertido en una nación donde el asco se ha normalizado, disfrazado de «desarrollo, orden y cero asesinatos».
El verdadero horror no reside solo en la corrupción o la violencia, sino en la aceptación ciega de la dictadura. Los salvadoreños, acostumbrados a décadas de desilusión, ahora parecen haber cedido ante la narrativa del «mesías» Bukele, sin notar que sus derechos, sus libertades y su dignidad se desmoronan bajo el peso de un régimen que no tolera disidencias. Las instituciones, en lugar de proteger a la población, han sido cooptadas para servir a los intereses del poder, mientras la moralidad se ha diluido en el miedo y el conformismo.
Bukele ha aprovechado la desesperación de un pueblo cansado de promesas vacías para imponer una dictadura con la complicidad de una ciudadanía que, en su desilusión, prefiere el autoritarismo antes que la organización social y la lucha. El Salvador, hoy más que nunca, está moralmente podrido. Y la culpa no es solo de los corruptos de siempre ahora en el gobierno, sino de un régimen que ha perfeccionado la corrupción hasta convertirla en una nueva norma, una nueva «moral».
Al igual que en «El Asco», el verdadero enemigo no es solo el país en ruinas, sino la resignación o quizás la alegre aceptación de la gente a esa ruina. Sin una conciencia colectiva que reconozca y enfrente este vacío ético y político, El Salvador seguirá pudriéndose desde adentro, esclavizado por un régimen que se disfraza de redentor mientras hunde al país en la miseria moral.